No todos los cactus son San Pedros

El siguiente achuma lo hice con Vanesa, a unos kilómetros al norte de San Fernando, recorriendo senderos arenosos entre bosques de espinas. Esta vez fueron unos cinco o seis centímetros de cactus para cada uno. Lo herví más tiempo. Fue más potente y casi no tuvimos náuseas. Es una planta realmente fuerte. Me da la sensación de que tienen bastante más mescalina que los San Pedros peruanos.

Lo curioso es que he escuchado a más de una persona decir que lo probó y que no sintió nada. Y no es nada raro que después aparezca la frase “el cactus te elige o no te elige”. Yo supongo que estos intentos fallidos son parte de la confusión por llamar San Pedros a los achumas o wachumas del noroeste argentino. Se los llama así por sus similitudes con los bien conocidos San Pedros peruanos y lo que ocurre es que, en Catamarca, junto con el achuma suele crecer otro cactus también muy abundante: el cardón moro (Stetsonia coryne) que es mucho más parecido a los San Pedros de Perú que el buscado Trichocereus terscheckii. Si alguien intenta identificar al wachuma poniendo “San Pedro cactus” en Google Imágenes, de seguro va a terminar cortando un cardón moro y tomando simplemente un caldo feo. Tal vez no es que el cactus no te elige, sino que uno no elige bien el cactus. No es fácil encontrar información sobre el achuma en la web. A veces buscar un dato en Internet puede ser como buscar una aguja en un pajar, si es que la paja se vuelve muy popular.

Echinopsis terscheckii - Trichocereus terscheckii - San Pedro - Achuma - Wuachuma - Andalgala
Este sí
Stetsonia coryne - Catamarca
Este no

No es pura especulación lo que digo sobre la confusión del wachuma con el cardón moro: sé de al menos una persona que le ocurrió y también he visto muchos cardones moro cortados en las zonas cercanas al camping, un lugar que en estos días suele estar vacío, pero que en verano tiene una alta densidad de mochileros que, por alguna razón o por otra, decidieron acercarse a la calurosa Catamarca y hacer sopa de cactus.

Echinopsis terscheckii - Trichocereus terscheckii - San Pedro - Achuma - Wuachuma - Catamarca
Catando marcas en Catamarca

El próximo objetivo del viaje será cruzar la sierra de Ancasti en busca del cebil, el árbol sagrado de los indígenas del norte argentino.

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Cactus visionarios en Catamarca

Andrés regresó a Buenos Aires y con Vanesa cortamos una rama de un cactus, la cargamos en la mochila y seguimos hacia Belén. Ahí dormimos en un negocio de venta de ponchos. Nos despertamos a las seis de la mañana, salimos, tiramos la llave por debajo de la puerta del negocio y caminamos por calles frías y oscuras cargando las mochilas hacia la terminal de buses para tomarnos la kombi que sale a las siete de la mañana, solo dos veces por semana, hacia Andalgalá.

Sentados en el fondo de la kombi ya calefaccionada, iluminándonos con linternas y haciendo ruido de bolsas entre pasajeros adormecidos, preparamos el desayuno mezclando avena, leche en polvo, azúcar, pasas de uvas, nueces y agua.

Andalgalá nos pareció mucho más agradable de lo que imaginábamos. Un pueblo tranquilo y arbolado. Hacia el sur se ve la planicie del desértico campo de Belén, hacia el norte las montañas de la Sierra de Aconquija.

Después de instalarnos en un camping salimos a caminar. En las afueras del pueblo un inesperado cartel que indicaba “Sitio arqueológico Los Morteritos” nos desvió hacia el noreste. Atravesamos unos terrenos, cruzamos un río y continuamos por una picada entre arbustos espinosos. Los típicos morteros, agujeros en piedras donde los indígenas molían lo que tuvieran que moler, aparecieron en una gran roca de una vertiente seca.

Los Morteritos de Andalgalá

Y junto a ellos, los enormes achumas o wuachumas. Ya empieza a resultarme sorprendente la asociación entre sitios arqueológicos y cactus psicoactivos.

Echinopsis terscheckii - Trichocereus terscheckii - San Pedro - Achuma - Wuachuma - Andalgalá

Continuamos trepando la montaña abriéndonos paso entre las ramas y las espinas. Desde ahí pudimos ver que todas las laderas de los cerros están pobladas de wachumas.

Echinopsis terscheckii - Trichocereus terscheckii - San Pedro - Achuma - Wuachuma - Aconquija

Esa tarde corté una rodaja de cactus (solo cuatro o cinco centímetros, para empezar con algo suave y en modo experimental, ya que no conocía la concentración de mescalina en Trichocereus terscheckii), le saqué las espinas, la piel y la parte blanca del centro. Lo cociné en un fogón durante un par de horas. A la mañana siguiente lo colé y lo escurrí retorciéndolo con fuerza dentro de una media limpia. Tomé una tacita en ayunas. Media hora después, mientras estaba echado en la hamaca paraguaya con Vanesa, empezaron las náuseas. Una hora y media después, recostado boca arriba en el pasto, las náuseas disminuyeron a un mínimo. Los colores se pusieron más intensos, las superficies rígidas se movieron en oleajes, la cara de Vanesa se puso más anaranjada y un poco diabólica, los pensamientos tiraron lazos hacia todos lados. Un par de horas después comimos nueces a la sombra de los nogales. Varias horas después, mientras miraba el cielo acostado dentro de la bolsa de dormir sobre un colchón de hojas de nogal, se hizo de noche.

colores

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San Pedro en Catamarca

De Fiambalá viajamos en un pequeño bus a Tinogasta y de ahí hasta Londres que, a pesar de su nombre tan europeo, se supone que fue la primera localidad fundada por los españoles en Catamarca y además, increíblemente, la segunda en el territorio argentino. Tan increíble es este dato que, de hecho, no lo creo. De lo que si podemos estar seguros es que ahora es un antiguo y agradable pueblo a unos veinticinco kilómetros al sudoeste de Belén. El mayor atractivo turístico del lugar son las ruinas de Shincal, un centro administrativo incaico ocupado en tierras paziocas (diaguitas) durante 65 años: desde la última expansión del imperio en 1471 hasta la llegada de los españoles a la zona en 1536.

Lo que más me sorprendió del sitio arqueológico fue la presencia de achumas (Trichocereus terscheckii, sinónimo: Echinopsis terscheckii), el cardón ceremonial del noroeste argentino.

Echinopsis terscheckii - Trichocereus terscheckii - Shincal

Achuma (o wachuma) es su nombre en quechua y el usado actualmente por los baqueanos y pobladores más antiguos de las zonas rurales, pero en otros ámbitos es más conocido por el nombre de San Pedro. Esto genera una gran confusión debido a que ese nuevo nombre proviene del cactus San Pedro que crece en Perú (Trichocereus pachanoi). La primera vez que escuché que crecían San Pedros en Catamarca me generó muchas dudas, ya que me resultaba raro que los T. pachanoi (o eventualmente los parientes cercanos y también cactus enteógenos Trichocereus. peruviana y Trichocereus bridgesii) llegaran tan al sur. Ahora que sé que el San Pedro de Catamarca es T. terscheckii, lo siguiente que me genera dudas es si realmente hubo un consumo continuo y tradicional del cardón o si es algo más nuevo, producto de probar cactus similares al San Pedro peruano en épocas recientes. La ausencia de registros arqueológicos referidos al cardón es lo que me genera este interrogante principalmente por la comparación con la abundante presencia de registros existente sobre el consumo de la otra planta alucinógena de la zona: el cebil o vilca (Anadenanthera colubrina); incluyendo pipas, inhaladores, muestras orgánicas antiguas y hasta informes escritos en la época de la colonia. En sentido contrario, lo primero que me hace pensar que tal vez sí haya existido un consumo continuo y tradicional (aunque minoritario por el casi extermino de los indígenas y sus culturas) del achuma es la existencia de la misma palabra achuma, término que fue utilizado por los incas para referirse a los cactus visionarios y que ahora siguen usándolo los lugareños para referirse al cardón, incluso sin tener conocimiento de sus propiedades psicoactivas.

Otro dato, que si bien es algo anecdótico me parece que tiene importancia, es que, casualmente, poco antes de viajar hacia Catamarca estuve leyendo el libro Una excursión a los indios ranqueles de Lucio V. Mansilla y en el texto encontré varias veces la palabra “achumado”, término que aparentemente usaban los indios para referirse a alguien borracho. Probablemente significara “puesto” en términos generales. No es la primera vez que escucho que los indios tienden a no separar los conceptos de “borracho” y “drogado”, cosa que me resulta mucho menos arbitraria que nuestra distinción entre esos dos términos, uno tan específico y el otro tan generalista.

Dice Mansilla en ese excelente libro escrito en 1870:

“El comisionado le disculpaba por su cuenta confidencialmente, diciéndome que estaba achumado (ebrio).”

“-No, señor; es que han de querer tratarlo con cariño; porque están muy contentos de verlo y medio achumados- repuso.”

“Nadie, y eso que había muchísima gente achumada, nos faltó al respeto en lo más mínimo. Al contrario, caciques y capitanejos, indios de importancia y chusma, cristianos aislados y cautivos, todos, todos nos trataban con la más completa finura araucana.”

“Intenté levantarme del suelo para retirarme a la sordina, viendo que la mayoría de los concurrentes estaba ya achumada.”

“Un gran fogón moribundo ardía en la enramada del Cacique. Apiñados unos sobre otros, lo rodeaban varios montones de indios achumados. Muchos caballos ensillados estaban con la rienda caída, inmóviles, donde los habían dejado el día antes.”

“Mariano estaba sentado con unos cuantos indios, medio achumado como ellos.”

“-No hay cuidado, señor. Baigorrita me ha encargado que repare no lo incomoden. No quiere que usted lo vea achumado, tiene vergüenza. Por eso ha empezado a beber de noche.”

“Por aquí iba de mi soliloquio, cuando el indio que me escamoteó los guantes de castor se presentó. Venía algo achumado.”

“El indio no me dejaba salir del toldo. Un hombre achumado es más pesado y fastidioso qué una mujer enamorada celosa.”

“Al mismo tiempo que volteaba la pierna derecha, le pegué con la izquierda en el pecho un fuerte puntapié, le di contra el suelo y me tendí al galope. El artista estaba achumado.”

“Cuando conciliaba el sueño, una serenata de acordeón con negro y todo, presidida por los cuatro hijos de Mariano Rosas, achumados a cual más, me despertó.”

“No hay indio más temido que Epumer; es valiente en la guerra, terrible en la paz cuando está achumado. El aguardiente lo pone demente.”

“En ese momento se sintió un tropel y se oyeron como voces de indios achumados. Se levantó de golpe, y diciéndome: -No quiero que me vean aquí- se deslizó por entre las sombras de la noche.”

“No siéndole posible acompañarme a Villarreal hasta el toldo de Ramón, ni darme quien lo hiciera, porque toda su chusma estaba achumada, lo que hacía que él no pudiese dejar sola su familia, llamé a Camilo Arias, y mientras yo tomaba unos mates, le hice que se informara del camino.”

Todas esas dudas sobre el achuma fueron las que nos trajeron a Catamarca: decidimos venir y tratar de entender un poco más. Por eso, lo primero que hicimos con Vanesa en San Fernando fue visitar a Marcelo, un contacto del que me dijeron que preparaba el achuma en forma tradicional, y lo segundo fue visitar la Facultad de Arqueología de la Universidad Nacional de Catamarca y consultar con los entendidos en el tema para verificar que no me estuviera perdiendo de alguna bibliografía existente.

A Marcelo solo pudimos verlo un día, ya que luego tuvo que salir de viaje, pero ese día alcanzó para que me contara cómo había aprendido a preparar el achuma de su padre nacido en 1916, que él a su vez lo había aprendido de su abuela y antes de su bisabuela; también de cómo eran las mujeres las que solían utilizarlo medicinalmente en la antigüedad y de cómo le daban una gotita de té de achuma a los bebés al momento de nacer para que se les abriera el entendimiento. El tono en el que me contó todo fue tan auténtico y natural que casi no me caben dudas de lo que dijo y me hace pensar que él es un claro ejemplo de las pocas personas que mantuvieron el conocimiento sobre el uso tradicional del cardón, resistiendo el vaciamiento cultural que sufrieron los pueblos originarios en estos últimos siglos.

Por otra parte, en la Facultad de Arqueología los profesores me confirmaron que no hay mucha bibliografía sobre el tema (es decir que no hay nada) pero, de todos modos, de las charlas con ellos me llevo unos cuantos datos que ya contaré. Además, una cosa que me quedó dando vueltas fue algo que me dijo el doctor Nazar, una de las personas que más sabe del tema y de quien había leído algunos papers, y fue en el momento en que reflexionó: “Los aborígenes y los cactus han vivido ahí durante miles de años: sería raro pensar que no los hubieran probado, de hecho es bien conocido el uso culinario de otras cactáceas en la zona”.

Por eso digo que lo que más me llamó la atención de Shincal fue la cantidad de cardones que crecen en el lugar. Están ahí los restos arqueológicos y están ahí los inmensos cardones creciendo entre las ruinas. Y lo mismo ocurre en el sitio arqueológico Pueblo Perdido en San Fernando. Eso me lleva a pensar en algo más: esas poblaciones de cardones en particular pueden haber sido plantados por los propios indios.

Achumas San Pedros en Pueblo Perdido

Ahí mismo en Shincal, deslumbrado por el sol y las espinas doradas del cardón, escuché a una guía turística mencionar que los incas plantaban el maíz cerca de los sitios ceremoniales donde se consumía la chicha y que de esa forma la bebida ya era sagrada desde sus ingredientes. Entonces, sutilmente pregunté por el cactus.

–¿Y este cardón lo usaban para algo?
–No, no se conoce que lo hayan utilizado… eso lo usan los chicos de la calle, los hippies.

Noté cierto desagrado en su tono.

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