Campo de Piedras

Antonio, el intendente de Ancasti, más conocido como El Gato Córdoba, una ayuda invaluable para nosotros en este momento, había prometido llevarnos en camioneta hasta La Jarilla, un caserío de siete familias sobre una huella a mitad de camino entre Ancasti e Icaño, donde podíamos encontrar un baqueano que nos guiaría hasta las cuevas con pinturas rupestres de la zona llamada Campo de Piedras. Pero, sorpresivamente, un chico del pueblo murió de meningitis y Antonio tuvo que ir al velorio.

Al día siguiente nos puso un chofer.

Hicimos unos cuantos kilómetros por el terreno ondulado, cruzando ríos entre pastizales y bosques xerófitos. Un poco antes de llegar, nos encontramos con el Pollo Luna, un hombre mayor, que venía en su mula en sentido opuesto al nuestro. El chofer bajó la ventanilla.

–¿Cómo le va?
–¡Buenos días!
–Qué bueno que lo encuentro… ¿Va a andar por su casa hoy?
–Voy para Ancasti a buscar un caballo y vuelvo.
–Acá le traigo unos chicos para ver si usted los puede guiar hasta el Campo de Piedras.
–Va tener que ser mañana… Tardo dos horas de ida y dos de vuelta hasta Ancasti.

El chofer nos preguntó si podíamos esperar hasta el día siguiente. Asentimos.

–Se los dejo para que acampen en su casa.
–No hay problema.
–¿Anda su señora por ahí?
–¡Ojo, eh!

Nos reímos.

rancho de Pollo Luna

El Pollo Luna volvió por la noche con su mula, su nuevo caballo y con malas noticias.

–Chicos, mientras volvía me alcanzó un sobrino para avisarme que acaba de fallecer un cuñado mío… No voy a poder acompañarlos, tengo que ir al velorio… pero no se preocupen que ya buscaremos a alguien.

El día que estuvimos en Tatón habíamos hablado con el director de la escuela y, un rato después, murió su hermano. Luego, en Ancasti, hablamos con el intendente y, un rato después, murió un niño del pueblo. Ahora habíamos hablado con el Pollo Luna y, un rato después, muere su cuñado. Nos sentimos un poco extraños.

Cenamos huevos fritos con el Pollo, su mujer y Desgraciado, un gato gris y gordo.

La noche fue fría, pero la mujer del Pollo nos prestó un poncho para taparnos en la carpa. Dormimos bien.

Al Campo de Piedras nos llevó Ramón, un vecino. Las pinturas rupestres no eran gran cosa comparadas con las de La Tunita y La Candelaria, pero la pasamos muy bien caminando con Ramón entre las espinas.

camino espinoso

–¿Usted nació aquí?
–Sí, siempre viví acá.
–¿Y qué es la jarilla?
–Es una planta de flores amarillas.
–Ah… ¿cuál?
–Por acá no crece.
–¿Más por el lado del pueblo?
–No, ahí tampoco.
–Ah… y ¿por qué le pusieron así al pueblo?
–La verdad es que no sé.

Nos cayó muy bien Ramón en toda esa mañana de larga caminata.

Campo de Piedras

–¿Cómo llaman a ese cactus?
–Cardón moro.
–¿Y a ese otro?
–Achuma.
–Ah, qué bueno… ¿sabe si se usa para algo en particular?
–Algunas personas lo ponen en sus casas como adorno.

Cortamos un pedazo de achuma y lo guardamos en un bolso.

Ya de vuelta en el rancho de Ramón tomamos mate y almorzamos con él y con su madre de setenta años.

Vanesa Olivieri y Ramón

–¡Cuántas gallinas!
–Hay unas cien… Esas de ahí las trajeron del INTA.
–¿Y por qué las trajeron?
–No sé, será que les sobran.

Por la tarde, un par de vecinos se ofrecieron a llevarnos en moto hasta Icaño (a nosotros y a nuestras pesadas mochilas), por un largo y ondulado camino de tierra. Nos dejaron frente al camping municipal.

Con Vane nos estamos convirtiendo en habitantes de campings vacíos. A veces nos cuesta elegir el mejor lugar para armar la carpa por exceso de opciones. Por momentos me siento ridículo caminando de acá para allá evaluando las ventajas de cada rincón, pero me relajo sabiendo que no hay nadie para verme. El camping de Icaño es el mejor hasta ahora. En esta época del año es gratis y es arbolado y con buen pasto. También tiene baños muy limpios con agua bien caliente para ducharse a gusto. De hecho, me parece un poco exagerado un camping gratis con baño de hombres que incluye bidet con agua caliente.

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El LIBRO

La Tunita

Salimos bien temprano. El chofer que nos puso el intendente se llama Ezequiel. No hablaba mucho: nos llevó casi en silencio en la camioneta 4×4, por una huella cruzando arroyos entre cerros bajos y arbolados. Hicimos once kilómetros hasta llegar al rancho donde debíamos encontrar al baqueano que podía guiarnos hasta el sitio arqueológico; pero no estaba, se había ido al monte a cortar leña.

Entonces le pedimos a Ezequiel que nos llevara hasta donde pudiera. El resto lo haríamos por nuestra cuenta. Seguiríamos guiándonos con el GPS del celular ya que, en uno de los papers que me pasó el doctor Nazar, había conseguido las coordenadas del sitio: 28°54’17.83″S; 65°25’16.15″O.

Nos llevó unos seis kilómetros más, hasta donde terminaba la huella (28°54’33.04″S; 65°25’56.44″O). Prometió venir a buscarnos al mediodía. La camioneta desapareció y Vanesa y yo nos metimos entre los árboles y arbustos espinosos, en una picada que fue oscilando alrededor de la dirección noreste.

trekking a La Tunita
Acá empieza la picada.

La primera parte estaba más o menos bien marcada pero sobre el final se perdía entre huellas de animales.

cómo llegar a La Tunita
Cuando la racionalidad no te deja ver el bosque.

En menos de una hora, en la que fui mirando más la pantalla del celular que el bosque, llegamos a un lugar realmente increíble. Guardé el celular en el bolsillo y me quedé mirando con piel de gallina. Una gran plataforma de piedra como si fuera el caparazón de una tortuga gigante; sobre el caparazón, en un equilibrio asombroso, otra enorme piedra en forma de paralelepípedo con aristas redondeadas; dentro de esta piedra, una cueva; en las cúpulas de la cueva, unas cincuenta pinturas que parecían de otro planeta. A Vanesa le brillaban los ojos.

La Sixtina - La Tunita - Ancasti
No me sorprende que lo consideraran un lugar sagrado.

Nos acostamos boca arriba en el suelo frío. Se me apuraba la vista: pinturas precolombinas en blanco, negro y rojo; hombres danzando con figuras geométricas sobre la cabeza; animales en las espaldas; flechas hacia el cielo; orejas que parecen alas; hombres dragón, hombres conejo, hombres extraterrestres; cuernos, flechas, escudos, máscaras, tridentes.

Vanesa Olivieri - La Tunita
Vanesa tiene almohada incorporada.
pinturas rupestres en La Tunita
En el paper figura como Alero La Sixtina.
Julián de Almeida - alero La sixtina - La Tunita
Es impresionante.
guerreros rupestres de Aguada
Escenas de hace mucho tiempo.
wifi rupestre
Según Vanesa, es el demonio del Wifi con su laptop en la mano.
Julián de Almeida - cueva El Hornero - La Tunita
De a poco mi cerebro fue entrando en corto circuito.

El escenario también era notable: si bien en todo el camino apenas habíamos visto unos pocos cebiles (Anadenanthera colubrina) desperdigados, ahí en La Tunita la cueva estaba rodeada de los árboles ceremoniales; y también estaban los morteros donde se puede moler sus semillas o su producto, la vilca (o huilca o willka). Las semillas de cebil contienen bufotenina, una sustancia que produce visiones, en cierta forma parecidas a las pinturas rupestres que estábamos viendo.

cebiles junto al sitio arqueológico La Tunita
Intento mirar el cebil, pero sigo mirando los dibujos.

Estaban ahí las pinturas, los cebiles, los morteros y hasta las vainas con semillas de cebil caídas a centímetros de los morteros.

vaina de cebil junto a mortero en La Tunita
Se intuye cómo era toda esta vaina.

Además, muchos de los cebiles que rodean la cueva parecían ser de maduración tardía. Todos los cebiles que había visto antes ya tenían sus vainas secas y abiertas. Estos las tenían verdes y con sus semillas dentro. Me dio la sensación de que debieron haber sido plantados por los indios para obtener semillas en diferentes temporadas; o bien que los indios fueron llevando semillas para moler en diferentes épocas y algunas cayeron y germinaron.

vaina de cebil
La creación de Adan en La Sixtina.

Junté unas cuantas vainas y me las llevé para intentar hacer el rapé visionario.

Un dato extra que no me parece menor: en todo el camino no habíamos visto ningún achuma (Echinopsis terscheckii) y sin embargo, ahí sí, ahí había un gran ejemplar que parecía crecer directamente de las piedras.

Cuando ya estábamos por emprender el camino de vuelta pensando en la hora en que nos vendría a buscar la camioneta, llegó, jadeante y con machete en mano, Alberto, el baqueano que iba a ser nuestro guía. Le había avisado Ezequiel y vino corriendo con la seguridad de que iríamos a perdernos.

–¿Y hay más pinturas por la zona?
–Sí, hay alguna más.
–¿Por dónde?
–A unos ochocientos metros hacia allá.
–¿Y podríamos ir?
–No hay camino, está muy cerrado el monte.

Lo convencimos.

Reamente no se podía avanzar el línea recta. Tuvimos que ir un buen tramo hacia el este y luego hacia el norte abriéndonos camino a machetazos entre las espinas.

camino espinoso

Era una cueva más chica. La marqué en el GPS (28°54’7.10″S; 65°25’26.70″O). Entre varios dibujos, había tres muy interesantes: en uno se alcanzaba a distinguir una hilera de figuras antropomorfas donde el primero de la fila era mucho más grande y los demás parecen ir de la mano o atados al primero; otro dibujo con una figura zoomorfa de proporciones muy agradables que parecía tener algo de jaguar, algo de camaleón y algo de vainas de cebil; y el tercero, una pintura simétrica en la que no quedaba claro si eran uno o dos animales, o ambas cosas al mismo tiempo.

fila india en La Tunita

camaleón rupestres

animales simétricos cerca de La Tunita

–Acá no viene casi nadie… solo lo conocen unos pocos lugareños.
–Qué bueno.

En el camino de vuelta pasamos por una cueva aún más pequeña donde pudimos ver dibujos irreconocibles y semi cubiertos de tierra salpicada. Dan ganas de pasar un pincel y ver qué aparece.

pintura rupestre oculta

mapa como ir a La Tunita

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El LIBRO

Alucinantes pinturas rupestres de Ancasti

Ahora vamos en busca del cebil (Anadenanthera colubrina), el árbol sagrado de los aborígenes del noroeste argentino. Subimos la cuesta del Portezuelo para cruzar la sierra y entrar en la poco visitada zona este de Catamarca. Paramos en la pequeña villa de Ancasti, que es cabecera de departamento aunque solo tiene tres manzanas y algunas calles que se pierden en el terreno ondulado. Una de las manzanas es la plaza. En la plaza hay once casas y una iglesia. Una de las casas es la municipalidad. Ahí entramos para preguntar cómo podíamos llegar a los sitios arqueológicos de La Tunita y La Candelaria y ver las pinturas rupestres de la cultura de Aguada.

Iglesia de Ancasti, Catamarca
La iglesia nos sonreía.

–En un rato voy hacia la zona de La Candelaria, si quieren los llevo –propuso Antonio.
–Genial.

Fuimos en camioneta.

Ancasti, Catamarca

–¿Vos trabajás en la municipalidad?
–Bueno… sí… soy el intendente.
–Ah.

También fuimos hablando del cebil, de cómo la gente de la zona usa su dura madera como leña y la corteza con taninos para curtir cueros.

–Tengo entendido que los indios usaban también las semillas.
–Sí, se dice que hacían sustancias alucinógenas.
–Qué bueno.

Antonio estacionó la camioneta al costado de un alambrado. Caminamos por el bosque.

–Este es un cebil.
–Qué bien.

Los cebiles rodeaban la cueva. Entramos. Nos quedamos alucinados. Me cuesta describir esas pinturas. Cuesta ubicarlas en el pasado. Es difícil entender por qué están ahí como abandonadas en el bosque.

Pero qué placer.

San Pedro en la Cabeza - La Candelaria, Catamarca

pintura rupestre - La Candelaria, Catamarca

arqueología - La Candelaria, Catamarca

El escenario no dejaba muchas dudas sobre la relación entre el cebil y las pinturas: están ahí los árboles, están ahí los morteros tallados en el suelo de piedra, están ahí las vainas de las semillas caídas junto a los morteros, exactamente debajo de las pinturas psicodélicas.

Cueva La Candelaria - Ancasti, Catamarca
Arriba, los dibujos; en el medio, Vanesa y Antonio; abajo, un mortero.
Cebiles en La Candelaria - Ancasti, Catamarca
Y los cebiles afuera.

Todas las vainas estaban secas, no pudimos encontrar ninguna semilla.

Después acompañamos a Antonio a recorrer caseríos y ranchos de la zona. Fuimos testigos de un trabajo de intendente atípico. En uno de los ranchos probamos empanadas de polenta y azúcar. En ese lugar vivía una pareja, el hijo, el abuelo, algunos perros, algunas codornices (Coturnix coturnix) y un loro hablador (Amazona aestiva) llamado Chan (su compañero Jakie había muerto). La mujer del rancho estuvo encantada de ofrecernos empanadas de polenta. El hombre del rancho había trabajado durante veinte años como “becario” en la municipalidad. Justo antes de las elecciones, la administración anterior le había subido la beca de 800 pesos a 1200 por cinco horas diarias de trabajo. Ahora el nuevo intendente lo puso en blanco, en planta permanente, con un sueldo de 4500 pesos. Poco antes de irnos, la mujer y el intendente estuvieron gastando al tímido hijo por una supuesta novia rubia. El intendente se reía, la madre se reía, el loro también. Después la madre pidió a Antonio que haga lo posible para que el hijo pueda entrar a la policía. El intendente contestó que sí. El loro no dijo nada.

Ahora estamos de vuelta en Ancasti. Antonio prometió ponernos una camioneta mañana para acercarnos al sitio arqueológico La Tunita.

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El LIBRO

No todos los cactus son San Pedros

El siguiente achuma lo hice con Vanesa, a unos kilómetros al norte de San Fernando, recorriendo senderos arenosos entre bosques de espinas. Esta vez fueron unos cinco o seis centímetros de cactus para cada uno. Lo herví más tiempo. Fue más potente y casi no tuvimos náuseas. Es una planta realmente fuerte. Me da la sensación de que tienen bastante más mescalina que los San Pedros peruanos.

Lo curioso es que he escuchado a más de una persona decir que lo probó y que no sintió nada. Y no es nada raro que después aparezca la frase “el cactus te elige o no te elige”. Yo supongo que estos intentos fallidos son parte de la confusión por llamar San Pedros a los achumas o wachumas del noroeste argentino. Se los llama así por sus similitudes con los bien conocidos San Pedros peruanos y lo que ocurre es que, en Catamarca, junto con el achuma suele crecer otro cactus también muy abundante: el cardón moro (Stetsonia coryne) que es mucho más parecido a los San Pedros de Perú que el buscado Trichocereus terscheckii. Si alguien intenta identificar al wachuma poniendo “San Pedro cactus” en Google Imágenes, de seguro va a terminar cortando un cardón moro y tomando simplemente un caldo feo. Tal vez no es que el cactus no te elige, sino que uno no elige bien el cactus. No es fácil encontrar información sobre el achuma en la web. A veces buscar un dato en Internet puede ser como buscar una aguja en un pajar, si es que la paja se vuelve muy popular.

Echinopsis terscheckii - Trichocereus terscheckii - San Pedro - Achuma - Wuachuma - Andalgala
Este sí
Stetsonia coryne - Catamarca
Este no

No es pura especulación lo que digo sobre la confusión del wachuma con el cardón moro: sé de al menos una persona que le ocurrió y también he visto muchos cardones moro cortados en las zonas cercanas al camping, un lugar que en estos días suele estar vacío, pero que en verano tiene una alta densidad de mochileros que, por alguna razón o por otra, decidieron acercarse a la calurosa Catamarca y hacer sopa de cactus.

Echinopsis terscheckii - Trichocereus terscheckii - San Pedro - Achuma - Wuachuma - Catamarca
Catando marcas en Catamarca

El próximo objetivo del viaje será cruzar la sierra de Ancasti en busca del cebil, el árbol sagrado de los indígenas del norte argentino.

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El LIBRO

Cactus visionarios en Catamarca

Andrés regresó a Buenos Aires y con Vanesa cortamos una rama de un cactus, la cargamos en la mochila y seguimos hacia Belén. Ahí dormimos en un negocio de venta de ponchos. Nos despertamos a las seis de la mañana, salimos, tiramos la llave por debajo de la puerta del negocio y caminamos por calles frías y oscuras cargando las mochilas hacia la terminal de buses para tomarnos la kombi que sale a las siete de la mañana, solo dos veces por semana, hacia Andalgalá.

Sentados en el fondo de la kombi ya calefaccionada, iluminándonos con linternas y haciendo ruido de bolsas entre pasajeros adormecidos, preparamos el desayuno mezclando avena, leche en polvo, azúcar, pasas de uvas, nueces y agua.

Andalgalá nos pareció mucho más agradable de lo que imaginábamos. Un pueblo tranquilo y arbolado. Hacia el sur se ve la planicie del desértico campo de Belén, hacia el norte las montañas de la Sierra de Aconquija.

Después de instalarnos en un camping salimos a caminar. En las afueras del pueblo un inesperado cartel que indicaba “Sitio arqueológico Los Morteritos” nos desvió hacia el noreste. Atravesamos unos terrenos, cruzamos un río y continuamos por una picada entre arbustos espinosos. Los típicos morteros, agujeros en piedras donde los indígenas molían lo que tuvieran que moler, aparecieron en una gran roca de una vertiente seca.

Los Morteritos de Andalgalá

Y junto a ellos, los enormes achumas o wuachumas. Ya empieza a resultarme sorprendente la asociación entre sitios arqueológicos y cactus psicoactivos.

Echinopsis terscheckii - Trichocereus terscheckii - San Pedro - Achuma - Wuachuma - Andalgalá

Continuamos trepando la montaña abriéndonos paso entre las ramas y las espinas. Desde ahí pudimos ver que todas las laderas de los cerros están pobladas de wachumas.

Echinopsis terscheckii - Trichocereus terscheckii - San Pedro - Achuma - Wuachuma - Aconquija

Esa tarde corté una rodaja de cactus (solo cuatro o cinco centímetros, para empezar con algo suave y en modo experimental, ya que no conocía la concentración de mescalina en Trichocereus terscheckii), le saqué las espinas, la piel y la parte blanca del centro. Lo cociné en un fogón durante un par de horas. A la mañana siguiente lo colé y lo escurrí retorciéndolo con fuerza dentro de una media limpia. Tomé una tacita en ayunas. Media hora después, mientras estaba echado en la hamaca paraguaya con Vanesa, empezaron las náuseas. Una hora y media después, recostado boca arriba en el pasto, las náuseas disminuyeron a un mínimo. Los colores se pusieron más intensos, las superficies rígidas se movieron en oleajes, la cara de Vanesa se puso más anaranjada y un poco diabólica, los pensamientos tiraron lazos hacia todos lados. Un par de horas después comimos nueces a la sombra de los nogales. Varias horas después, mientras miraba el cielo acostado dentro de la bolsa de dormir sobre un colchón de hojas de nogal, se hizo de noche.

colores

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El LIBRO

San Pedro en Catamarca

De Fiambalá viajamos en un pequeño bus a Tinogasta y de ahí hasta Londres que, a pesar de su nombre tan europeo, se supone que fue la primera localidad fundada por los españoles en Catamarca y además, increíblemente, la segunda en el territorio argentino. Tan increíble es este dato que, de hecho, no lo creo. De lo que si podemos estar seguros es que ahora es un antiguo y agradable pueblo a unos veinticinco kilómetros al sudoeste de Belén. El mayor atractivo turístico del lugar son las ruinas de Shincal, un centro administrativo incaico ocupado en tierras paziocas (diaguitas) durante 65 años: desde la última expansión del imperio en 1471 hasta la llegada de los españoles a la zona en 1536.

Lo que más me sorprendió del sitio arqueológico fue la presencia de achumas (Trichocereus terscheckii, sinónimo: Echinopsis terscheckii), el cardón ceremonial del noroeste argentino.

Echinopsis terscheckii - Trichocereus terscheckii - Shincal

Achuma (o wachuma) es su nombre en quechua y el usado actualmente por los baqueanos y pobladores más antiguos de las zonas rurales, pero en otros ámbitos es más conocido por el nombre de San Pedro. Esto genera una gran confusión debido a que ese nuevo nombre proviene del cactus San Pedro que crece en Perú (Trichocereus pachanoi). La primera vez que escuché que crecían San Pedros en Catamarca me generó muchas dudas, ya que me resultaba raro que los T. pachanoi (o eventualmente los parientes cercanos y también cactus enteógenos Trichocereus. peruviana y Trichocereus bridgesii) llegaran tan al sur. Ahora que sé que el San Pedro de Catamarca es T. terscheckii, lo siguiente que me genera dudas es si realmente hubo un consumo continuo y tradicional del cardón o si es algo más nuevo, producto de probar cactus similares al San Pedro peruano en épocas recientes. La ausencia de registros arqueológicos referidos al cardón es lo que me genera este interrogante principalmente por la comparación con la abundante presencia de registros existente sobre el consumo de la otra planta alucinógena de la zona: el cebil o vilca (Anadenanthera colubrina); incluyendo pipas, inhaladores, muestras orgánicas antiguas y hasta informes escritos en la época de la colonia. En sentido contrario, lo primero que me hace pensar que tal vez sí haya existido un consumo continuo y tradicional (aunque minoritario por el casi extermino de los indígenas y sus culturas) del achuma es la existencia de la misma palabra achuma, término que fue utilizado por los incas para referirse a los cactus visionarios y que ahora siguen usándolo los lugareños para referirse al cardón, incluso sin tener conocimiento de sus propiedades psicoactivas.

Otro dato, que si bien es algo anecdótico me parece que tiene importancia, es que, casualmente, poco antes de viajar hacia Catamarca estuve leyendo el libro Una excursión a los indios ranqueles de Lucio V. Mansilla y en el texto encontré varias veces la palabra “achumado”, término que aparentemente usaban los indios para referirse a alguien borracho. Probablemente significara “puesto” en términos generales. No es la primera vez que escucho que los indios tienden a no separar los conceptos de “borracho” y “drogado”, cosa que me resulta mucho menos arbitraria que nuestra distinción entre esos dos términos, uno tan específico y el otro tan generalista.

Dice Mansilla en ese excelente libro escrito en 1870:

“El comisionado le disculpaba por su cuenta confidencialmente, diciéndome que estaba achumado (ebrio).”

“-No, señor; es que han de querer tratarlo con cariño; porque están muy contentos de verlo y medio achumados- repuso.”

“Nadie, y eso que había muchísima gente achumada, nos faltó al respeto en lo más mínimo. Al contrario, caciques y capitanejos, indios de importancia y chusma, cristianos aislados y cautivos, todos, todos nos trataban con la más completa finura araucana.”

“Intenté levantarme del suelo para retirarme a la sordina, viendo que la mayoría de los concurrentes estaba ya achumada.”

“Un gran fogón moribundo ardía en la enramada del Cacique. Apiñados unos sobre otros, lo rodeaban varios montones de indios achumados. Muchos caballos ensillados estaban con la rienda caída, inmóviles, donde los habían dejado el día antes.”

“Mariano estaba sentado con unos cuantos indios, medio achumado como ellos.”

“-No hay cuidado, señor. Baigorrita me ha encargado que repare no lo incomoden. No quiere que usted lo vea achumado, tiene vergüenza. Por eso ha empezado a beber de noche.”

“Por aquí iba de mi soliloquio, cuando el indio que me escamoteó los guantes de castor se presentó. Venía algo achumado.”

“El indio no me dejaba salir del toldo. Un hombre achumado es más pesado y fastidioso qué una mujer enamorada celosa.”

“Al mismo tiempo que volteaba la pierna derecha, le pegué con la izquierda en el pecho un fuerte puntapié, le di contra el suelo y me tendí al galope. El artista estaba achumado.”

“Cuando conciliaba el sueño, una serenata de acordeón con negro y todo, presidida por los cuatro hijos de Mariano Rosas, achumados a cual más, me despertó.”

“No hay indio más temido que Epumer; es valiente en la guerra, terrible en la paz cuando está achumado. El aguardiente lo pone demente.”

“En ese momento se sintió un tropel y se oyeron como voces de indios achumados. Se levantó de golpe, y diciéndome: -No quiero que me vean aquí- se deslizó por entre las sombras de la noche.”

“No siéndole posible acompañarme a Villarreal hasta el toldo de Ramón, ni darme quien lo hiciera, porque toda su chusma estaba achumada, lo que hacía que él no pudiese dejar sola su familia, llamé a Camilo Arias, y mientras yo tomaba unos mates, le hice que se informara del camino.”

Todas esas dudas sobre el achuma fueron las que nos trajeron a Catamarca: decidimos venir y tratar de entender un poco más. Por eso, lo primero que hicimos con Vanesa en San Fernando fue visitar a Marcelo, un contacto del que me dijeron que preparaba el achuma en forma tradicional, y lo segundo fue visitar la Facultad de Arqueología de la Universidad Nacional de Catamarca y consultar con los entendidos en el tema para verificar que no me estuviera perdiendo de alguna bibliografía existente.

A Marcelo solo pudimos verlo un día, ya que luego tuvo que salir de viaje, pero ese día alcanzó para que me contara cómo había aprendido a preparar el achuma de su padre nacido en 1916, que él a su vez lo había aprendido de su abuela y antes de su bisabuela; también de cómo eran las mujeres las que solían utilizarlo medicinalmente en la antigüedad y de cómo le daban una gotita de té de achuma a los bebés al momento de nacer para que se les abriera el entendimiento. El tono en el que me contó todo fue tan auténtico y natural que casi no me caben dudas de lo que dijo y me hace pensar que él es un claro ejemplo de las pocas personas que mantuvieron el conocimiento sobre el uso tradicional del cardón, resistiendo el vaciamiento cultural que sufrieron los pueblos originarios en estos últimos siglos.

Por otra parte, en la Facultad de Arqueología los profesores me confirmaron que no hay mucha bibliografía sobre el tema (es decir que no hay nada) pero, de todos modos, de las charlas con ellos me llevo unos cuantos datos que ya contaré. Además, una cosa que me quedó dando vueltas fue algo que me dijo el doctor Nazar, una de las personas que más sabe del tema y de quien había leído algunos papers, y fue en el momento en que reflexionó: “Los aborígenes y los cactus han vivido ahí durante miles de años: sería raro pensar que no los hubieran probado, de hecho es bien conocido el uso culinario de otras cactáceas en la zona”.

Por eso digo que lo que más me llamó la atención de Shincal fue la cantidad de cardones que crecen en el lugar. Están ahí los restos arqueológicos y están ahí los inmensos cardones creciendo entre las ruinas. Y lo mismo ocurre en el sitio arqueológico Pueblo Perdido en San Fernando. Eso me lleva a pensar en algo más: esas poblaciones de cardones en particular pueden haber sido plantados por los propios indios.

Achumas San Pedros en Pueblo Perdido

Ahí mismo en Shincal, deslumbrado por el sol y las espinas doradas del cardón, escuché a una guía turística mencionar que los incas plantaban el maíz cerca de los sitios ceremoniales donde se consumía la chicha y que de esa forma la bebida ya era sagrada desde sus ingredientes. Entonces, sutilmente pregunté por el cactus.

–¿Y este cardón lo usaban para algo?
–No, no se conoce que lo hayan utilizado… eso lo usan los chicos de la calle, los hippies.

Noté cierto desagrado en su tono.

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El LIBRO

Seré comarca en Catamarca, la triste ceremonia del velorio

Es la escuela más alejada de la zona. Algunos chicos se despiertan con temperaturas bajo cero de las seis de la mañana, para caminar durante una hora y media entre los cerros antes de llegar a las aulas.

montañas de Tatón

Cuando terminamos nuestras tazas de té, al saber que Vanesa y yo éramos biólogos, el director de la secundaria pidió que le echáramos un vistazo al invernadero para ver si podíamos ayudarlos con algunos problemas que venían teniendo.

En el camino pasamos por el jardín de infantes donde nos presentaron a quince niños y dos perros.

Las bases de las paredes del invernadero eran de adobe, luego subía una estructura de acero en forma de cúpula y todo estaba cubierto por nylon y media sombra. El problema fundamental era que los vegetales estaban plantados directamente sobre la arena. Hablamos de compost, de arcilla, de tierras de la vera del arroyo, del INTA, de los técnicos del INTA que nunca fueron, del olvido, de los bajos recursos, del frío, del calor, del sol, del suelo arenoso de la zona, de la caca de los burros, de lombrices y de varias cosas más. Pero la sensación final que me quedó es que ni los técnicos del INTA ni los profesores ni nosotros teníamos que buscar una solución. De hecho tienen una gran ventaja: la posibilidad de explicarles el problema a los alumnos y que ellos mismos busquen cómo resolverlo. Ni siquiera hace falta que lo logren.

Por la tarde aprovechamos la vuelta en camioneta de los profesores para pedirles que nos llevaran hasta las dunas. Quedan volviendo por el camino, a unos cinco o seis kilómetros hacia el sudoeste. Dejamos la huella arenosa y seguimos hacia el norte, hacia las dunas. Subimos a una de las más altas.

dunas de Tatón

Fuimos con los aislantes para intentar deslizarnos en la arena. No funcionó.

El lugar es sorprendente: grandes médanos en una pampa árida junto a los Andes nevados. Estuvimos un largo rato en la cresta de la duna. Desde ahí podíamos ver las montañas, el bolsón y la ruta. Durante todo ese tiempo solo pasaron un par de autos levantando polvo a lo lejos.

Luego volvimos a al camino y regresamos a pie a Tatón.

caminando a Tatón

Podríamos haber hecho dedo al hermano del director de la escuela, pero volcó antes y murió. No lo vimos. Tal vez por unos minutos. Tal vez porque no miramos hacia atrás. Llegando a Tatón una camioneta con profesores que se habían quedado por la tarde nos cruzó en sentido contrario. Ellos fueron los que vieron el vehículo volcado poco después.

Acampamos.

Hicimos hamburguesas.

Por la noche tuvimos frío.

Al día siguiente el pueblo estaba muerto y pasamos por la casa donde velaban el cuerpo. Un anciano insistió para que entráramos. La gente repetía avemarías. El cajón estaba abierto. Había una vela encendida junto a los pies. En la cabecera, otras seis luces imitando velas y una cruz hecha con cajas de madera, vidrio y tubos fluorescentes.
Un profesor nos llevó de regreso a Fiambalá.

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El LIBRO

El hambre es negro y negra su herradura

A Marcelo le salió un trabajo y tuvo que viajar. Al día siguiente llegó mi primo Andrés que decidió usar sus vacaciones para sumarse a nuestro viaje durante una semana. Entonces nos fuimos hacia el oeste, hacia los Andes, a la zona del bolsón de Fiambalá, una región alta donde abunda el color de la tierra seca. El achuma tendrá que esperar unos días. (O click acá para saltar hasta el encuentro del cactus visionario)

norte de Fiambalá

El transporte público solo llega hasta el pueblo de Fiambalá. Ahí dormimos dos noches. El segundo día fuimos a las termas, una cadena de piletones de piedra con agua que va bajando de temperatura de a uno o dos grados mientras desciende por la montaña (Vane es fan de las termas y del agua en general). Fuimos a dedo. Podría haberme quedado una semana en las termas, pasando de pileta en pileta, hacia arriba y hacia abajo. En las más calientes solo se puede estar unos segundos. Temí que se me desintegrara la malla. También pensé en la radiación. Sé que hay uranio por ahí.

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Después seguimos a dedo hacia los pueblitos del norte del bolsón. Son poblaciones muy pequeñas, grupitos de casas conectadas por un camino de tierra en forma de herradura. Nos llevó Manuel Aguirre en su camioneta.

a dedo por el norte de Fiambalá

Pasamos por Saujil, Palo Blanco, Mesada de Zárate y paramos un par de horas en Antinaco. Manuel nos contó que las familias ahí son casi todas collas y algunas diaguitas con apellidos raros. Él mismo es colla. Me convidó hojas de coca. Me dijo dónde comprarlas.

Antinaco

Finalmente nos dejó en el pueblo de Medanitos con un amigo que nos ofreció quedarnos a dormir en la casa que había sido de sus padres y que ahora vive su hermana. El rancho quedaba en Nacimientos, un caserío a unos kilómetros al norte de Medanitos, junto a un inesperado bosque de algarrobos rodeado de terrenos muy áridos. El rancho tenía piso de tierra, paredes de adobe y techo de cañas, barro y algarrobo. En una de las paredes había un almanaque de 1980. Al atardecer tomamos mate y comimos pan junto a una anciana, una mujer, una joven y una niña. Esa noche no hubo cena. Y fue silenciosa y oscura. Echados en la cama, daba lo mismo cerrar o abrir los ojos.

rancho de adobe

Al día siguiente fuimos a dedo hasta Tatón, ya saliendo del bolsón y entrando en las montañas. Llegamos a las nueve de la mañana casi congelados en la caja de una camioneta.

frío en camioneta

Caminamos entumecidos hasta una casucha donde parecía haber gente. Entonces preguntamos sí había algún lugar dónde desayunar. Nos dijeron que no y nos hicieron pasar. Eran los maestros de la escuelita del pueblo, desayunando pan y mate cocido parados alrededor de un latón con brasas. El director de la escuela ordenó que nos sirvieran el desayuno, sin saber (por supuesto) que su hermano moriría al día siguiente, a decenas de metros de nosotros tres y a kilómetros del resto del mundo.

Bolson de Fiambala

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El LIBRO

Argentina y Bolivia 2016-2017

Ahora empieza el viaje propiamente dicho. Hacia el norte, la única dirección que más o menos tenemos planeada. Partimos en tren de Buenos Aires a Santiago del Estero. Fuimos en camarote, que es algo muy agradable para viajar en pareja. Salimos de noche. Las luces de la ciudad fueron entrando a través de la ventana, una detrás de otra, como fotocopiándonos los cuerpos. El viaje duró veintitrés horas. Dormimos, miramos el paisaje, nos reímos mucho, porque eso siempre ocurre con Vanesa y porque nos entretuvimos con algunos capítulos de Rick and Morty en la laptop.

como ir en tren a Santiago del Estero
Actualizando windows vista.

En Santiago del Estero pasamos unos días atípicamente lluviosos. Vanesa actuó en un show de stand up junto a Dangero Ponce y a Oshko Herrera. Estuvo muy bien.

stand up en Santiago del Estero

Después seguimos a dedo hacia Catamarca. El siguiente objetivo del viaje es conectarnos con el achuma (Trichocereus terscheckii, sinónimo: Echinopsis terscheckii), el San Pedro del sur, el cactus visionario de los alucinógenos indios del noroeste argentino. El primer día nos acercamos a la Facultad de Antropología de la Universidad de Catamarca. Hablamos con un par de profesores entendidos en etnobotánica. Hay una cuestión de evidencia arqueológica que no me estaba quedando clara y necesitaba consultar con los expertos. Ya lo explicaré mejor.

Ayer, después de varios intentos, pudimos encontrarnos con Marcelo, un contacto invaluable que me pasó un amigo de Buenos Aires. Marcelo heredó la tradición del achuma de su padre, su padre de su abuela y su abuela de su bisabuela. Eso es lo que más me interesa, rastrear el uso tradicional del cactus.

Nos costó encontrar a Marcelo. Vive en un bosque en la montaña, con su mujer y sus dos hijas, en una cabaña que él mismo construyó. Fue difícil dar con el camino que conduce a su casa, en un valle donde ni hay señal de celular.

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Marcelo no es chamán de profesión, no trabaja de eso. Simplemente aprendió de su padre y siempre ha preparado el achuma para él mismo o para sus amigos. Me contó que ahora hace más de diez años que no lo hace. Su padre tampoco se dedicaba al chamanismo. Su abuela sí.

Le pregunté si sabía de alguien más que hubiera heredado la tradición del achuma en Catamarca. Me dijo que podía ser, pero que él no conocía a nadie.

Este fin de semana iremos con Marcelo a caminar por la montaña.

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