El segundo día caminamos hasta Praia do Funil, una playa más ancha que larga.
Acampamos cerca de ahí, en la selva. Nos costó encontrar un lugar plano pero lo logramos. Limpié las raíces con el machete y la carpa entró justa. Cuando ya estaba armada y con todo adentro, despejé unas últimas ramas y nos dimos cuenta de que la habíamos armado al borde de la entrada de una madriguera. Ya era casi de noche y no daba para buscar otro lugar. Entonces dejamos el alerón de atrás abierto para que, esa noche, saliera lo que tuviera que salir de la cueva.
El tercer día caminamos hasta Baleia, una playa solitaria bien al norte de la isla. El acceso no es fácil, usamos una soga para descender la última parte.
Acampamos ahí.
El cuarto día nos despertamos al amanecer.
Y caminamos por un sendero casi oculto hasta Lagoa Azul, un pedazo de mar calmo y transparente entre islas.
Donde nos zambullimos a mirar los peces.
Ahí nos relajamos hasta el mediodía.
Luego desacampamos y continuamos caminando hacia el oeste.
Después de unos tres o cuatro kilómetros llegamos a Bananal, un pequeño pueblo de unas veinte o treinta casas donde pudimos comprar pescado, bananas y pan casero. Luego seguimos un par de kilómetros más subiendo y bajando por la montaña selvática. Al anochecer llegamos a Matariz, un pueblo aún más chico que Bananal, una pequeña bahía que alguna vez supo tener una fábrica enlatadora de sardinas instalada por inmigrantes japoneses. Ahora son sorprendentes y agradables ruinas que le dan al pueblo un aire de abandono aletargado.
Nos gustó mucho Matariz y ahí dormimos. Alquilamos una habitación barata para poder descansar sobre un colchón. Hacía semanas que veníamos durmiendo en la carpa. Esa noche el dueño de la casa nos comentó que al día siguiente habría festejos en Praia Longa. Sería San Pedro, la fiesta anual del pueblo.
En el quinto día caminamos ocho kilómetros y medio cruzando dos pasos de unos ciento cincuenta metros de altura y con barro muy resbaladizo. Queríamos llegar a Praia Longa para la fiesta.
En algún momento de la tarde pasamos por Tapera, una bahía con cinco casas en tierra y un bar flotante. A pedido de Vane, nadé hasta ahí y volví flotando con una cerveza en la mano.
Llegamos a Praia Longa al atardecer, justo antes de que se largara la lluvia y comenzara la fiesta. Hubo procesión náutica con el santo. Tres barcos de madera desaparecieron por un rato. A la noche hubo baile.
Por la madrugada hubo gritos y un cuchillo.
En el sexto día lloviznaba pero caminamos igual. Llegamos hasta Lagoa Verde. Acampamos por ahí. No había nadie.
En el séptimo día ya no llovía en Lagoa Verde.
Y caminamos hasta Araçativa.
En el octavo día podríamos haber cruzado hacia el sur de la isla, pero sabemos que hay una cueva bien al oeste, la Gruta do Acaiá. Una cueva que se conecta con el mar. Hacia allá vamos. Aunque luego tengamos que volver un poco por nuestros pasos.