En el octavo día de caminata alrededor de la isla nos dirigimos hacia la Gruta do Acaiá. No sabíamos bien qué había en el extremo oeste de la isla, tan fuera del sendero principal. Y tampoco estábamos seguros de encontrar un lugar dónde armar la carpa. Suponíamos que no vivía nadie por ahí y temíamos que el terreno fuera demasiado escarpado para acampar. Calculábamos que habría cierta posibilidad de que tuviéramos que dormir en la hamaca colgada entre los árboles del camino. Pero, al llegar descubrimos que sí, que alguien vivía ahí, una sola familia, descendientes de indios guaraníes que solían habitar la isla. Acampamos en sus terrenos. Ya atardecía.
En la mañana del noveno día nos metimos a la gruta. La entrada era angosta. Primero entre rocas y luego bajando por un gran tajo horizontal por el cual tuvimos que ir reptando varios metros en la oscuridad.
El viento entraba y salía con fuerza, como si la gruta respirara. Son las olas del mar que empujan por el fondo. La cueva tiene dos entradas: una es el tajo por el que ingresamos, la otra es bajo el agua. Entonces, al llegar al final hicimos silencio, al menos por un rato. Porque es hipnótico. El lado norte de la cueva es agua turquesa que entra y sale haciendo ruidos rítmicos en las rocas.
Después de un rato de relajarnos en la oscuridad turquesa nos acercamos más al agua. Y, sopesando levemente la peligrosidad, nos desnudamos y nos metimos.
Sumergidos se podía ver mejor la salida. Y los peces.
Le dije a Vane que quería bucear y salir por el mar. Me pidió que no lo hiciera y le hice caso. Una de las pocas cosas que me salen bien es aguantar la respiración y nadar en apnea y calculé que no sería más de un minuto de buceo, pero entendí que sería un minuto un poco angustiante para ella. Y bueno, yo tampoco soy un fanático de la adrenalina. Además, el agua marina no es muy cómoda para nadar en apnea, la sal genera mucha flotabilidad y te empuja hacia arriba, hacia las rocas del techo en este caso. Será la próxima.
Ese mismo día levantamos campamento y caminamos hacia el sur de la isla. Fue un trayecto duro con dos grandes subidas. No llegamos a bajar del otro lado, se nos hizo de noche y acampamos en lo más alto de la última subida.
En el décimo día pasamos por Provetá, la segunda población más grande de la isla, un tranquilo pueblo dominado por el evangelismo. Ahí hay una despensa pequeña con una agradable variedad de productos. Compramos fideos, arroz, galletas, dulces y alguna que otra cosa más y descansamos en la playa.
Luego seguimos hacia Aventureiro, pero tampoco llegamos. En realidad no quisimos llegar: preferimos dormir otra vez en lo alto de la selva.
El onceavo día nos despertamos al amanecer, desayunamos y bajamos la montaña.
En Aventureiro, por primera vez en la vuelta a la isla, dormimos dos noches en el mismo lugar, en un camping rústico en la playa. Dos noches de luna llena.
Con más provisiones nos hubiéramos quedado más días.
Lo siguiente será caminar por las largas playas prohibidas de Praia do Sul y Praia do Leste.
Son parte de la Reserva Biológica Estadual da Praia do Sul y en teoría no está permitido pasar por ahí. Pero necesitamos cruzarlas para dar la vuelta entera.