Bluefields y Corn Island, Nicaragua

9 de octubre

Cuando volvimos a Bluefields, nos fuimos a un barsucho a comer algo y a planear cómo íbamos a hacer para llegar a Corn Island. Entramos en el bar, nos sentamos y pedimos unas hamburguesas con papas fritas. Había otras tres mesas ocupadas. Al fondo estaban dos indios tomando cerveza. Cerca de la puerta había dos tipos de unos 50 años con dos mujeres regordetas, bastante maquilladas y vestidas con ropa colorida y ajustada, todos tomando cerveza. Y en una esquina, estaba nuestro amigo, el estafador Cleveland, con peluca. En cuanto me vio, se la sacó.

Mientras esperábamos la comida, uno de los cincuentones de la mesa de la puerta, el único blancuzco de todo el bar (exceptuando nosotros), me llamó y me preguntó de dónde era. Le dije que de Argentina y no me respondió ni Messi ni Maradona: me dijo «Ginóbili», confirmando que la gente de Bluefields es de otro planeta. Los abandoné porque la cosa se veía venir de chistes de borrachín pesado. Después, llegó un tipo que se sentó solo y pidió comida. Y más tarde, apareció un lustrabotas, todo sucio y oscuro, que parecía que se había intentado lustrar a sí mismo. Entró, se acercó a los cajones de envases de cerveza y se puso a tomar los restos de cada botella y se quedó por ahí.

Cuando ya estábamos comiendo, se acercó el blancuzco a nuestra mesa y nos pidió permiso para sentarse; sabía disimular la borrachera decentemente. Nos vino a avisar que el tipo que estaba en la esquina era peligroso. Le dije que sí, que lo conocía, Cleveland McCoy. Después nos dijo que él era policía y que su amigo que estaba en la mesa con las regordetas coloridas era un abogado, “el abogado del diablo” lo apodaba. Defendía a narcos (según el supuesto policía). Yo le daba un poco de charla por el detalle de haber venido a alertarnos sobre Cleveland. El mismo Cleveland también estaba muy borracho y ahora charlaba a los gritos con la mesa de los indios. Escuché que les hablaba en rama (supongo) y que los indios le decían que ellos no hablaban rama, sino miskito y se puso a hablar en miskito (creo). Con esto, ya lo había escuchado hablar en español, rama, miskito, inglés y alemán. No sé en qué momento el abogado del diablo se acercó a nosotros, apoyó la mano en la mesa, cargando todo su cuerpo, casi hasta doblarla, y balbuceó borrachísimo algunas cosas entre las que solo entendí: “ustedes le faltaron el respeto a Rubén Darío, analfabéticos (sic)”. El blancuzco policía le dijo que no moleste a los gringos. El abogado del diablo le contestó algo y se pusieron a discutir en voz suave hasta que el blancuzco se calentó y le dijo que se lo llevaba preso y empezaron los forcejeos. El abogado del diablo hacia lo mejor que podía hacer, que era dejar caer todo su cuerpo sobre una silla aprovechando tanto su falta de fuerzas como las del contrario. Tipo un judoca, pero al revés. La música estaba fuerte, como siempre, y todos opinaban un poco en voz alta. Las encargadas del bar no opinaban pero estaban paradas intentando resolver el problema con la mirada y frunciendo el ceño, como si tuvieran telepatía o algo así. La miré a Martina y estaba atenta a la escena con media papa frita saliendo de la boca. En un momento, el blancuzco dijo algo de refuerzos y salió por la puerta llevándose a las dos regordetas coloridas. El solitario de la mesa de atrás (que yo pensé que era el único normal) empezó a decir que el abogado del diablo no había hecho nada, que nadie se lo iba a llevar preso y que él estaba de testigo (algo que a nadie parecía importarle mucho) y siguió argumentando un rato largo. Hasta se había puesto de pié. El abogado del diablo pidió otra cerveza y una de las encargadas le dijo que ya no había. Nosotros finalmente decidimos que habíamos terminado de comer y enfilamos hacia afuera. Cuando estábamos pasando por la puerta, el abogado, ultraborrachísimo, se paró e intentó decirme algo y agarrarme del brazo. Yo lo esquivé apenitas y perdió el poco equilibrio que le quedaba. Terminó en el piso haciendo saltar una silla de plástico por el aire.

El único barco a Corn island en esos días era un carguero que salía al día siguiente a las ocho de la mañana del Bluff, un puerto trash en una pequeña isla en la boca de la bahía de Bluefields. Como no sabíamos bien qué onda dormir ahí (ni siquiera si se podía dormir ahí) decidimos dormir en Bluefields y salir hacia el Bluff al día siguiente en una panga bien temprano. Nos fuimos a un hotel mejor del que habíamos estado antes, pero a la noche también me desperté por el olor de la pieza y me fui a las dos de la mañana al restaurante de la entrada a hacerle compañía al sereno y a distraerme escribiendo el resto de la noche. A las cuatro de la mañana se escucharon tiros que el sereno me convenció de que eran petardos por el día de no sé qué virgen. Después se despertaron las chicas y a las seis de la mañana nos tomamos la panga al Bluff y llegamos a tiempo para subirnos al carguero. Cuando el carguero llegó a alta mar se movía mucho. Después de varios intentos de colgar la hamaca entre las nauseas, encontré un lugar donde no se movía tanto, y con el sueño que tenía, dormí las seis horas que duró el viaje.

Bluff
Que se llame Bluff da desconfianza.

Corn Island está muy bien. Nos costaba un poco encontrar dónde comer variado. Por ejemplo en un lugar que preguntamos, solo tenían langosta o caracoles.

Corn Island
Es lo que tienen las islas del Caribe.

 

Lo de Martina y las rosas chinas se está volviendo preocupante. Creo que voy a esconder mis papeles en algún lugar seguro.

rosa china comestible
Temo por sus futuros pretendientes.

 

Tendríamos que haber ido a Little Corn Island que es una islita que queda cerca de ahí, pero no fuimos. Estuvimos varios días haciendo playa caribeña y volvimos a Bluefields. En el barco, iba un misionero católico y pasamos un buen rato charlando. Era muy simpático y siempre estaba como riendo.

sombrero que ríe
Su sombrero también sonreía.

 

Le pregunté cómo traducía evangelio al idioma misquito y me dijo que lo traducían literalmente como “palabra de Dios”, pero que Espíritu Santo lo decían en inglés.

 

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Pearl Lagoon, Raitipura, Awas, Nicaragua

6 de octubre

Nos fuimos a Pearl Lagoon. En la lancha íbamos 18 negros, un indio y nosotros: éramos más pasajeros de lo permitido. La policía se quejó, pero no le dieron bola. Hasta había uno metido entre los equipajes. Al principio no entendí muy bien qué pasaba con ese tipo. Lo ayudaban a caminar; era un negro de veintipico de años que no podía mover una de sus piernas. Me pareció que estaba demasiado serio. Lo metieron en la parte de adelante de la panga, sobre los equipajes. Lo que me resultaba raro era que la pierna que no movía no estaba más flaca que la otra; debía haber sido algo reciente. No se me ocurría una enfermedad que te pueda dejar la pierna dura en poco tiempo. En un momento del trayecto, le pregunté disimuladamente a uno de los pasajeros si sabía lo que le había ocurrido al negro de la punta. Me dijo que lo habían tiroteado. Es verdad, un balazo es una cosa que te puede dejar la pierna dura en poco tiempo.

negro
Tal vez prefería un chaleco anti balas.

 

Me fijé mejor y vi que tenía cicatrices que parecían de bala en varias partes del cuerpo (tal vez no recientes). También tenía cicatrices de tajos en los brazos que me sonaba que se las había hecho él mismo. Me hacía acordar mucho a unos ex presos que conocí en Marruecos que se habían hecho unas cicatrices similares. El negro también tenía tatuajes caseros onda carcelarios, que apenas se distinguían en su piel oscura; solo llegué a identificar una calavera (tampoco quería mirar mucho); ahora su seriedad la interpretaba de otra forma. Lo dejamos en una pequeña comunidad y seguimos viaje. Le pregunté al otro, cómo había ocurrido. Me dijo que fue en su comunidad y que fue un tipo del pacífico que ya se había escapado.

Llegamos a Laguna de Perlas y me sentí cómodo. Era un pueblo tranquilo, de negros que hablan un inglés raro y creole. También había indios. Uno de los días, fuimos caminando por el campo hasta unas comunidades de indígenas miskitos.

camino inundado
El camino era raro.

 

Primero llegamos a Raitipura, que son unas 30 casitas en una llanura junto a una playa de la laguna. Me estaba por meter al agua cuando pasó un viejito caminando y nos dijo que iba a llover y que nos pongamos bajo techo. Lo seguimos hasta a una casa nueva que él se estaba haciendo.

Raitipura
Raitipura.

 

Cuando entramos se largó a llover. Estuvimos charlando un rato largo mientras llovía. Él tenía 72 años, se llamaba Samuel y trabajaba en el campo. Cuando paró, salimos y nos fuimos para Awas, que es otra comunidad miskito. Samuel dijo que nos acompañaba y seguimos charlando en el camino. Me enseñó algunas palabras en misquito: Raitipura significa patio sobre un cementerio, Awas significa pino y jején se dice claxa. Ahora, si me encuentro en un lugar que solo se habla misquito y necesito un patio sobre un cementerio, o un pino, o un jején, ya sé cómo pedirlos.

Samuel
Samuel.

 

Awas era parecido a Raitipura, salvo por un charlatán que nos decía ‘hello’ y nos quería bajar unos cocos. Yo solo quería que se callara y le pregunté qué era eso, señalando a una bosta de vaca que había en el piso. Me dijo solamente: «Es de la vaca». Yo le dije que no, que era chocolate (estaba oscura y recién hecha). Me dijo que no. Yo unté un poco de caca con mi dedo mayor y en un rápido y disimulado intercambio de dedos me metí el índice a la boca, haciéndole creer que me comía la bosta. El charlatán se quedó como anestesiado, con el ceño fruncido y balbuceando algo así como «Es de la vaca». Parecía sorprendido, asqueado y triste al mismo tiempo. Nos fuimos, tratando de contener un poco las risas (las chicas ya sabían el truco porque les había hecho la misma payasada con el agua del puerto de Bluefields). Me salió bien, el charlatán no nos habló más. Después, invitamos a Samuel a tomar unas cervezas en un bar que estaba construido sobre el agua y más tarde nos despedimos y nos volvimos al hotel.

Finalmente, en Laguna de Perlas me dio la sensación de que todos ahí tenían algo de negro y algo de indio. Todos parecían estar mezcladitos, desde el más oscuro hasta el más achinado. Me entretuve un buen rato mirando a cada uno y tratando de separar mentalmente los rasgos de negros de los rasgos indígenas. Me agradaban todas las caras.

Zamba
Zamba de mi esperanza.

 

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San Carlos y Bluefields, Nicaragua

4 de octubre

A Nicaragua cruzamos por Los Chiles, un paso que usa muy poca gente. Es muy cerca de San Francisco, que es por donde pasan los ilegales. Nos tomamos una lancha colectivo lenta, fue por un río entre la selva y entre pájaros acuáticos. El paseo estuvo bueno. Salimos directo al lago de Nicaragua.

Dormimos en San Carlos y me sentí muy bien. Ahora sí estábamos en Centroamérica. Había casitas de madera pintada, mercados, pescado barato, y esas cosas que hacen pensar en Bolivia (solo faltaban las cholas).

 

San Carlos
Desde el hotel se podía ver un volcán en el medio de un lago: bien.

 

Estuvimos dos días ahí haciendo nada y nos tomamos un bus a Rama. Fuimos en uno de los viejos buses escolares norteamericanos.

 

school-bus
Lo malo es que los asientos son para niños.

 

En Rama tomamos una lancha a Bluefields. Bluefields es una ciudad (más bien pueblo) en la costa Caribe, que ahora está relativamente accesible, pero que por mucho tiempo estuvo muy aislada del resto de Nicaragua, y del resto de mundo en general. La lancha era una panga, una lancha rápida de cinco bancos con cuatro personas en cada uno. El viaje duraba una hora y cuarenta minutos por el río Escondido, atravesando la selva hasta llegar al mar. En mitad del trayecto, se puso a llover fuerte y nos tapamos todos los pasajeros con un único plástico; cada uno lo agarraba por una punta. Tenía olor como a barco carguero o a cama de hotel barato. La lancha iba muy rápido y la lluvia pegaba fuerte. También caían rayos muy cerca en la selva. Estábamos todos metidos debajo del plástico y yo cada tanto levantaba un poquito para ver los rayos.

Cuando llegamos me enteré que Sophia y Claudia estuvieron muy asustadas; no entendí bien por qué. Parece que pensaban que un rayo iba a caer en la lancha o algo así. Llegamos de noche y el ambiente era denso, oscuro y sucio. Terminamos en un hotel apestoso después de evitar uno que tenía muchas cucarachas sobre las camas.

Al día siguiente quisimos ir a Corn Island y vimos que en el pueblo también había una pareja de mochileros franceses y también querían ir a isla. Pensamos en hablar con algún lanchero para que nos lleve.

 

Bluefields
De día no era tan oscuro.

 

De camino al puerto, los franceses se encontraron con un tipo local que lo habían conocido en San Juan del Norte. Nos dijo que era imposible alquilar una lancha y nos fuimos a tomar un café con él. El tipo se llamaba Cleveland, o algo así, hijo de un pastor protestante. Entonces averiguamos que había un barco que salía en tres días y Cleveland nos propuso ir a Rama Ki, mientras esperábamos el transporte a Corn Island. Su familia tenía un hotel ahí. Después, en el medio de la charla, llegó una joven pareja de alemanes y se sumó al grupo. Más tarde salimos todos del bar, menos los alemanes que se quedaron con Cleveland. Cuando ya estábamos en la calle, más de uno dijo que había algo raro en nuestro nuevo amigo. Yo les dije que era fácil: si había que poner dinero antes para comprar gasolina o algo así, era estafa; si no, no.

Nosotros nos fuimos al hotel y cuando volvimos a ver a los franceses, ellos ya habían decidido sacarse las dudas y habían averiguado que Cleveland era un estafador. Yo dije, bueno, voy a avisarles a los alemanes; pero cuando llegué al bar ya no estaban. Parece que se habían ido a comer a la casa de la madre de Cleveland. Di unas vueltas para ver si los veía, pero nada. Pregunté por todos lados dónde vivía Cleveland y parecía que nadie lo conocía, o que nadie me quería decir que lo conocía. Al final, el dueño del hotel donde habíamos estado antes me dijo: hijo, Cleveland… Cleveland McCoy es un estafador; les ha sacado dinero a muchos turistas; yo los he visto llorar. Le dije que justamente lo estaba buscando para alertar a unos amigos que estaban con él. Me indicó un poco un camino y llegué hasta una villa que no daba para entrar.

Finalmente, nosotros decidimos ir a Laguna Perlas, que es un lugar que yo tenía muchas ganas de ir, por un libro que había leído hacía tiempo. Los franceses y los daneses se cansaron de esperar opciones y sacaron pasaje en avioneta directo a Corn Island.

Nos quedamos un rato haciendo tiempo en el restaurante del hotel con los franceses y, en un momento que yo estaba hablando con un pesado que teníamos adherido desde hacía rato, cayó un supuesto hermano de Cleveland preguntando si íbamos a ir a Rama Ki o no. Aproveché y le dije que sí y que quería hablar con los alemanes, y me fui con él para su casa. En el camino, el señor estafador me empezó a decir que el negro que me estaba hablando nos quería sacar dinero. Yo, que ya no me estaba tomando en serio nada de la situación, le dije que ya sabía, pero que no es fácil estafar a un argentino, y lo miré a los ojos y sonreí para dentro. Él me dijo que sí, que los otros son más fácil (no sé a quién se refería) y que los norteamericanos también. Pensé que no podía ser tan estúpido, pero, después de un rato, me encontraba caminando por unos barrios muy feos, entre pasillos angostos de paredes de madera, pensando que el estúpido era yo: ahí no había ningún alemán que se animara a meterse y yo estaba siguiendo a un estafador al interior de una villa. Me puse un poco alerta. Me quedé pensando en quién me manda a hacerme el héroe por unos alemanes de los que ni siquiera sé los nombres. Entonces decidí que iba a acompañar al estafador mientras hubiera a la vista viejas gordas sentadas en sillas coloridas, o similar. Cuando llegamos a la casa, estaba Cleveland y no quise pasar para no perder de vista a las viejas. La casa del supuesto hijo del pastor de la iglesia más grande de la ciudad era poco más que una vieja habitación de madera sin pintar y podrida. Les pedí que llamaran a los alemanes que quería terminar de decidir un tema de dinero con ellos. Me dijeron que estaban comiendo y que ahora venían. Pero no venían. Después de un rato, Cleveland se puso a hablar por celular y pensé que ya era suficiente, ahí no había nadie. Les dije que nos encontrábamos en el hotel y me fui apretando el paso entre las casas de madera.

Volví al restaurante, conté lo que había pasado y los franceses querían llamar a la policía. Yo les dije que estaban locos. ¿Qué le van a decir a la policía? ¿Creemos que en una casa de un tipo que creemos que es estafador hay dos alemanes que no sabemos cómo se llaman? ¿Vayan con sus pistolas a la villa y averígüenlo? Yo estaba seguro de que ahí no había ningún alemán. No me imaginaba a esa tímida parejita metiéndose tan adentro.

Cuando ya me había olvidado del tema, cayó el supuesto hermano de Cleveland y los alemanes. Les abrí la puerta a los alemanes y se la cerré al tipo, que entendió perfectamente y se fue a paso apurado. Finalmente yo me había equivocado, los niños alemanes sí que estaban un paso más allá de donde yo había llegado y habían almorzado gratis.

 

como llegar a Bluefields

 

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Las Delicias, Panamá y Muelle de San Carlos, Costa Rica

1 de octubre

Nos despedimos de Jim y nos fuimos a Isla Colón unos días. Después nos despedimos de Babsi también, que se volvía para Austria, y seguimos hacia el lado de Costa Rica. Yo quería ir a Las Delicias, una comunidad en Panamá pegada a la frontera pero metida un poco más hacia el interior. Alguien nos convenció de que ir por Costa Rica era más rápido. Era verdad; era más corto y nos dejaba mucho más de paso para seguir subiendo. Yo no había pensado en esa posibilidad porque en ningún lugar había escuchado que hubiera paso a Las Delicias desde Costa Rica.

Cruzamos por Guabito-Sixaola, que es dónde se puede sellar los pasaportes, y nos fuimos hacia Las Delicias. El último tramo lo hicimos en un taxi que nos dejó en un río. Ahí solo había una topadora, un par de coches, unas pocas personas y el río. Para cruzarlo, había unas lanchitas gratis, pero no nos querían llevar. Estaban puestas por la licorería de enfrente y eran para los que iban a contrabandear alcohol. Al final nos cruzaron, pero terminamos justamente frente a una licorería.

licorería
Sospechábamos de cierta ilegalidad de este cruce.

 

La gente que cruzaba ni siquiera sabía que por ahí había un pueblo. Solo vimos un camino, la licorería y una casa de venta de cosas contrabandeables en general: paraguas, bicicletas, cortadoras de pasto. Estaba atendida por una mujer árabe a la que le preguntamos por Las Delicias y nos dijo que siguiéramos el camino. Empezamos a caminar al rayo del sol y al rato pasó una camioneta taxi, que paró y nos llevó gratis sin que le pidamos.

Las Delicias es un pueblito de unas viente casas entre selva y montañas. Charlamos bastante con un empleado de la escuela y con una maestra muy joven (cuando digo escuela, digo un salón de madera). La maestra nos contó que era de Panamá City y que por suerte le había tocado ahí, porque casi aplica para otra que quedaba mucho más lejos. Para llegar a esa otra escuela había que, primero llegar hasta ahí, después cruzar el río por la licorería, tomarse un bus por Costa Rica, volver a cruzar el río hacia Panamá y caminar cuatro horas por la selva.

media casa
Veinte casas y media. Yo hacía de director de obra.

 

Al día siguiente me desperté temprano y la maestra, de puro buena onda, me preparó un desayuno con unos plátanos fritos y un té de unos yuyos que cortó frente a la casa. Después nos despedimos de todos y volvimos a cruzar a Costa Rica por otro paso ilegal y gratuito.

Costa Rica lo pasamos en tres días. El turismo internacional y los precios un poco altos nos empujaron hacia Nicaragua.

como ir de Bocas del Toro a Los Chiles

 

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Panamá City, Las Tablas, Boquete y Bocas del Toro, Panamá

23 de septiembre

En Panamá City nos encontramos con las amigas de Claudia: Sophia y Babsi. Ahora viajo con tres mujeres y una niña, todas austríacas. Me estoy enloqueciendo de escuchar alemán.

 

Panama-City
Panamá \ City

 

Pasamos por Las Tablas y Boquete y llegamos a Bocas del Toro cerca de la frontera con Costa Rica. Nos alojamos con Jim, un couchsurfer que contactó Claudia. Es un norteamericano que vive en una casona de madera en la isla Solarte. La casa está sobre una montañita frente al mar y entre la selva.

 

Solarte
Gracias, Jim.

 

El primer día, Jim nos llevó con su lancha hasta una playa con buenas olas en isla Bastimentos. Ahí, jugué un buen rato a guerra de arena con Martina. ¡Gané!

 

padre
Apoyando moralmente a la derrotada.

 

Al día siguiente, salimos a caminar por la selva. Cuando volvíamos, yo me había quedado con ganas de más y me alejé un poco. Me perdí, me perdí de verdad. Hace días que no tengo mi brújula y sin brújula es muy fácil perderse en la selva (con brújula también). Anduve caminando por dónde podía, subiendo y bajando pendientes y metiéndome en pantanos con el barro hasta las rodillas. Estaba nublado y ni siquiera podía mantener una dirección guiándome por el sol. Traté de mirar de qué lado estaban los líquenes en los troncos de los árboles, pero en estas latitudes eso no funciona. Transpiré muchísimo. Vi varias ranitas rojas que, según Jim, en el mercado negro cuestan 400 dólares. No me servían de mucho. En la mochila tenía agua, repelente, linterna, encendedor y varias cosas útiles para andar perdido, pero las cambiaba todas por una brújula. Al final, caminé mucho por un pantano y sorprendentemente llegué a dónde había terminado nuestra ruta con Jim. Habíamos llegado hasta ahí porque el camino se hacía intransitable (yo llegué por la parte intransitable). Cuando logré volver a la casa, estaban todos preparando el almuerzo lo más tranquilos. Yo estaba exhausto y todo embarrado. Estrujé mi remera y calló como medio litro de transpiración.

 

Oophaga pumilio
Oophaga pumilio. Rana flecha roja y azul.

 

Otro día fuimos a una gruta. Jim nos llevó hasta un manglar donde nos esperaba un indio con el que ya habíamos acordado el día anterior. Subimos a su canoa todos en fila y no cabía nadie más. El indio nos llevó como veinte minutos, remando muy lentamente por un arroyo angosto y abovedado entre manglares. Toda la primera parte era una gran extensión de raíces aéreas, que se sumergían en el agua, y el arroyo era solo la ausencia de raíces. Cuando llegamos, nos metimos en la gruta con un guía de la zona. La gruta era en realidad un arroyito que corría por dentro de la montaña. Es decir, que nos íbamos metiendo casi siempre por el agua. Claudia le puso a Martina sus alitas salvavidas. En los cien primeros metros había muchos murciélagos. Íbamos iluminados con linternas en la cabeza. Nos movíamos con dificultad, entre las rocas, en la oscuridad, con el agua hasta la cintura y ayudando a Martina casi todo el tiempo. Me resultaba muy raro ver una niña con alitas naranja en una cueva oscura, inundada y con murciélagos. Martina resaltaba tanto que yo casi me sentía parte de la cueva. Después de caminar bastante entre el agua, las rocas, las estalactitas y las estalagmitas, llegamos a un lugar donde había un agujero en el techo y entraban algunos rayos de sol, haciendo dibujos movedizos en el agua. El guía nos dijo que con los turista solo llegaba hasta ahí. Le pregunté hasta donde iba la cueva, entonces. Me dijo que no se sabía; que una vez él y su hermano entraron a las 7 de la mañana y salieron a las 6 de la tarde y no llegaron al final. Le pedimos si podíamos seguir un poco más y aceptó. En seguida nos dimos cuenta por qué llegaba hasta ahí con los turistas. A pocos metros había unas piedras chatas, que bajaban del techo y llegaban casi hasta el agua. Dejaban el espacio justo para que quepa la cabeza. El resto del cuerpo tenía que ir sumergido. Después de eso seguimos bastante tiempo y el guía intentó convencernos de volver un par de veces. Había un lugar que se caminaba por una cornisa con el agua hasta la cintura y el que se resbalaba caía a una parte bastante profunda y tenía que ir nadando. A Martina la mandé directamente a nadar, eran las partes más fáciles para ella: iba flotando con sus alitas como si fuera un patito mutante de las cavernas. En un momento llegamos a un punto que invitaba a regresar. El techo se acercaba al agua hasta dejar unos diez o quice centímetros de aire y en el pozo no se hacía pié. Había que ir nadando, aguantando la respiración, sumergidos hasta la nariz. Solo los ojos y la linterna quedaban entre el agua y el techo de piedra. En realidad, se podía respirar llevando la boca hacia el techo; pero no hacía falta, era un par de metros y se hacía perfectamente sin respirar. Solo lo cruzamos Martina y yo. Cuando estuve del otro lado, miré un poco las paredes y la oscuridad que continuaba y volvimos porque las chicas no querían pasar por el tema de no hacer pié. Regresamos todos con un poco de frío. Hacía una hora y media que estábamos adentro. Me volví pensando que si alguien quiere intentar llegar al final, tendría que ir con un traje de neopreno, además de comida y bolsa de dormir metidos en algo impermeable, para pasarlos por ahí abajo.

 

Quebrada-Sal
Yo, pensando en que nadie sabe dónde termina esto.

 

Ese mismo día, en nuestro hogar de la selva apareció una serpiente. Jim la agarró y lo mordió. Yo me quedé pensando en qué posibilidades teníamos de quedarnos con la casa, una vez que Jim estuviera muerto. Pero resultó ser una Boa constrictor imperator, esas serpientes que terminan midiendo 2,5 metros, y hasta entonces no son demasiado peligrosas.

 

Boa constrictor imperator
Para reconocer a una serpiente hay que agarrarla de la cola. Si se da vuelta y te muerde, es peligrosa.

 

como ir de Panama City a Bocas del Toro
  

 

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Aligandí, Tupile, Playón Chico y Panamá City

14 de octubre

En Aligandí nos quedamos por el muelle y los alrededores buscando a alguien que nos pudiera llevar un poco más. Finalmente llegó un carguero y le pedimos que nos lleve hasta Playón Chico.

Y sí que eran diferentes todas las islas. Playón Chico nos parecía mucho menos auténtica. Ahí encontramos unos turistas. Resultaron ser también austríacos. Nos dijeron que Martina parecía uno de los kunas. La miré y me pareció que no se parecía a los kunas. Ella estaba muy sucia y los kunas no. Eran los primeros turistas que nos encontrábamos desde la frontera con Colombia. Después nos enteramos que ese suele ser el límite arrancando por el otro lado. Los turistas suelen venir desde Panamá y rara vez van más allá de Playón Chico. Los que llegan hasta acá se alojan en hoteles en islas privadas. A las cinco de la tarde los traen a dar unas vueltas por el pueblo, y es el momento en que salen algunos indios con unas flautas y las tocan cuando pasan los gringos. También hay niños que piden un dólar para que les saques una foto. Ahí, ya nadie nos miraba demasiado, ni les interesaba la edad de Martina.

isla
Me parece que mi tonito anterior era de pura envidia a los otros turistas.

 

Dimos una vuelta por la isla buscando los lugares menos accesibles, intentando recuperar algo de lo vivido en las anteriores. Un poco lo logramos. La isla era tan chica como Caledonia, pero tenía una parte con pasillos estrechos. En el más angosto tuve que pasar de costado y agachándome, con las rodillas cerca del pecho (puede que eso no fuera un pasillo). Encontramos una familia que estaba haciendo pan y le compramos un poco y nos quedamos charlando un rato.

Dormimos en hamaca, nos despertamos a las cuatro de la mañana y partimos antes de las cinco en una lancha rápida hacia Cartí.

Salimos lentamente del muelle, supongo que navegando entre cayos de coral, porque había un tipo en la proa marcando el camino con los brazos, de una forma similar a lo que habíamos visto en Caledonia, solo que esta vez estaba todo oscuro. No sé cómo se guiaba. Cuando tomamos velocidad, tomamos mucha velocidad: íbamos a los pedos en la noche y a ambos lados de la lancha se formaba una lluvia de mar y noctilucas luminosas que salían despedidas por el aire.

Cuando empezó a clarear el día, el oleaje se puso fuerte y los golpes eran violentos. Era como ir al galope. Con los golpes y el brillo del plancton fosforescente por detrás, me sentía en el trineo de papá Noel pero montado en los renos. Era un poco tortura, al ritmo de un golpazo por segundo durante un par de horas. Yo apenas aguantaba. Miré a Martina y estaba como desmayada sobre Claudia, con los labios un poco azulados. Me asusté, le apreté la mano y chilló.

Más tarde, el archipiélago tenía más islas y los golpes fueron más suaves. Había islas de todos los tamaños. Llegué a ver una tan pequeña que solo tenía dos palmeras, como la de las caricaturas.

Llegamos a Cartí y tomamos una de las todo terreno de los kuna que te llevan a Panamá City.

 

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Mamitupu, Kuna Yala, Panamá

12 de septiembre

Bajamos en el muelle de una isla muy pequeña y otra vez nos encontramos con las caras de curiosidad. Preguntamos dónde dormir. Nos dijeron que con Pablo. No sé cómo terminamos en una casita de paja, y de ahí unas mujeres nos guiaron hasta la otra punta de la isla. La isla nos pareció muy agradable. Era tan pequeña como Caledonia, pero más verde. Donde nos llevaron había palmeras y playitas. Cuando llegamos, mi mochila ya estaba ahí, aunque yo había dejado en el muelle. La casa a la que habíamos ido primero era la casa de Pablo y este otro lugar era donde Pablo tenía cuatro chocitas para turistas. No debería tener muchos clientes (no hemos visto ningún turista desde la frontera con Colombia).

Las mujeres que nos llevaron no hablaban español, con lo cual no pudimos negociar un precio. Solo nos quedaba esperar a Pablo.

Entonces fuimos a dar una vuelta. La isla era realmente chica y en diez minutos habíamos pasado por casi todas las calles y ya estábamos de vuelta. Improvisamos un merienda con leche en polvo, avena y canela y nos fuimos a meter al agua. En un momento llegó un indio en una canoa y nos pusimos a charlar. El tipo me pareció inteligente. Hablamos de un par de cosas, nos reímos un rato y le ayudé a subir el cayuco sobre unos troncos. Entonces nos preguntó que queríamos por ahí y le dijimos que pensábamos acampar en esa playita o, si alguien nos llevaba, en la isla de enfrente que se veía solitaria. Nos dijo que para ir a la isla de enfrente habría que hablar con el dueño, que en la playita en la que estábamos tal vez no era lo más cómodo y que además había reglas en la isla y que podíamos dormir en las cabañas. Le dijimos que estábamos esperando a Pablo para hablar de eso y nos dijo que él era Pablo. Nos reímos y, después de charlar un rato más, nos dejó las cabañas a 5 dólares.

hamaca
Sí, era más cómodo que la playita.

 

Ese día estuvimos bastante con él. Iba y venía, como nuestro guía en Caledonia. En un momento, llegó a la playa un chico con seis pescados y Pablo nos preguntó si queríamos aprovechar y comprarle algunos. Nos vendió los tres más grandes por 2 dólares. Pablo nos preguntó si no queríamos encargarle unas langostas. El chico prometió que al día siguiente iba a bucear y a ver si nos encontraba algunas.

Esa noche cenamos los pescados y después fuimos a conocer la casa de Pablo y a su familia. Nos presentó a algunos hijos, algunos nietos y a su mujer, Asinta, que andaba vestida tradicionalmente y con una linterna en la cabeza (no hay luz en la isla y todos andan con linternas). Estuvimos charlando un rato en la casa, echados en las hamacas y a la luz de las linternas. El piso era de tierra y casi todo lo demás era de caña, paja o madera.

En un momento le preguntamos a Pablo dónde quedaba isla cuero. Nos dijo que estábamos en isla cuero. Nos reímos. Nos contó que con ese nombre la conocen algunos colombianos. Le pusieron isla cuero porque, hasta hace un tiempo, todos los chicos y chicas menores de dieciocho años andaban desnudos. Después llegaron los misioneros y se acabó todo. No sé qué habrá sido de los misioneros porque ahora no había nadie más que los kunas.

Al día siguiente teníamos la opción de ir remando hasta la isla de enfrente (Pablo nos prestaba su cayuco) o acompañar a Pablo y a otro chico a buscar mariscos a unas rocas. Ambos planes se pincharon cuando se largó una tormenta. Fue lluvia, viento y rayos caribeños. Al atardecer, cuando ya no llovía, llegó el de las langostas. Había encontrado tres. Nos costaron un dólar cada una. A la noche saqué mi pasaporte español y cociné una paella de pura langosta, que nos costó unos 4 dólares en total. Cenamos junto a la playa, entre las palmeras.

langosta
Ahora que lo veo no se si llamarlo paella, pero qué rico.

 

A la mañana siguiente, fuimos al muelle a ver si había alguien que nos llevara. Nos habríamos quedado más tiempo en Mamitupo, pero Claudia se tenía que encontrar con unas amigas en Panamá y se estaba quedando sin días. Si ellas llegaban en avión desde Austria y no la encontraban, se iban a preocupar y no había forma de avisarles.

En un momento llegó un carguero colombiano y enseguida se acercó una mujer con veinte cocos. Los del carguero le pagaron 4 dólares. Después una con cincuenta cocos y le pagaron 10 dólares. A ambas las trataron muy mal y les rechazaron algunos cocos diciendo que eran de mala calidad. Yo le dije al capitán que se había olvidado de decir gracias y no me dio bola. Al rato vino y le regaló un paquete de galletitas a Martina. En un momento, le pregunté a uno de los kunas por qué no ponían una planta procesadora de cocos como las de Colombia. Me dijo que en las reuniones se estaba discutiendo justamente eso y que lo de los colombianos era un abuso. Después me quedé pensando que si los colombianos no vienen a comprar los cocos, entonces quién viene a traer el resto de los productos. Los Kunas tendrían que encargarse de eso también. Además, me puse a pensar en cómo quedaría una planta industrial entre esas islas. Realmente, no sé qué pensar. Supongo que esas reuniones de sailas deben ser largas.

tratando como el culo
Tratada como el culo.

 

Al final llegó al muelle la panga que pertenecía a la comunidad de la isla, porque tenían que llevarla a Aligandí a hacerle un cambio de aceite, o algo así, y nos ofrecieron llevarnos. Pablo vino con nosotros para ir hasta Achutupo, una isla a mitad de camino, dónde había una fiesta de tres días porque le cortaban el pelo a una chica que cumplía quince años (es una especie de bautismo, nos explicaron).

Llegando a Achutupu, vi que había un barco que parecía más de altamar que los pequeños cargueros que solíamos ver. Me sorprendió que diera la profundidad para que esté ahí. Pablo me dijo que estaba a la venta. Se lo habían encontrado a la deriva y no saben lo que ocurrió con la tripulación. Le dije que lo podrían identificar por el nombre y me dijo que sí, que era un barco jamaiquino. No pude saber más porque llegamos al muelle.

Nos despedimos de Pablo y continuamos hasta Aligandí.

 

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Ustupo, Kuna Yala, Panamá

9 de septiembre

En Ustupu nos dio la sensación de que todas las islas de Guna Yala eran muy diferentes: Caledonia era muy chiquita, Mulatupo era un laberinto, Isla Pino era una montaña y ahora Ustupu parecía otra cosa. Ahí ya había un puesto militar donde nos pidieron los pasaportes. La mitad de las mujeres vestían al estilo occidental. Y había banderas de la revolución Kuna por todos lados. Es como la bandera española pero con una esvástica en el centro (la envidia del PP).

esvastica
España dentro de un par de años.

 

Nos alojamos en el Hotel Kosnega. Esta muy bien. Tiene un patio central donde armamos la carpa y la hamaca. Tiene unas terrazas sobre el mar y estaba casi vacío. Solo una maestra de la isla de alojaba con nosotros. El dueño nos cobró 2 dólares por acampar y un dólar más por habilitarnos una habitación para usar el baño.

balcon
Tranqui.

Salimos a dar unas vueltas y vimos que esta isla es más grande que las anteriores. Son dos comunidades en una; no entendí muy bien por qué. Además hay una parte deshabitada donde solo hay pasto, arbustos y palmeras. Calculo que el pueblo en total tendrá unos quinientos metros por mil metros, o algo parecido.

Ustupu
También había charcos.

 

En un momento, unos niños nos estaban gritando todos juntos “Holaaaa” repetidas veces, como era costumbre. Yo, un poco por hacerme el gracioso y otro poco para ver si se callaban, me di vuelta y les grite desaforadamente “Holaaaa” con los ojos, la boca y los brazos abiertos, para darles una cucharada de su propia medicina. Funcionó con casi todos. Se callaron y quedaron unas risitas. Todos, menos un niñito muy chiquito que se asustó mucho y empezó a llorar desconsoladamente, mirándome con los ojos y la boca más abiertos que los míos. No paraba de llorar y me miraba con terror. Perdón.

Martina
Martina era un imán para niños.

 

Ya estoy aprendiendo algo del idioma kuna. Incluso, en una ocasión, a unas mujeres les hice creer que lo hablaba con fluidez, siguiendo una secuencia de unas preguntas que se repiten. Primero nos preguntan el nombre de Martina. Es algo así como “igi nuga”. Después nuestros nombres. Luego la edad de Martina. Suena como “igi birga nika”. Yo les respondo “birgatar”, que significa cinco. Después nuestras edades, que se las respondo en castellano porque los números arriba de diez son complicados y solo los conoce la gente muy mayor. Después nos preguntan de dónde venimos y luego a dónde vamos. Yo les respondo la isla anterior y otra que quede más arriba. Después ya no entiendo nada, pero suelen ser frases con sonrisas.

Hay muchos albinos en Ustupo. Da un poco de pena ver a los niños blanquitos sufriendo el sol con los ojos casi cerrados y la piel ulcerada.

indigena albina
Golpeé en la puerta: pan, pan y albina vino.

 

A la tarde salimos a dar otra vuelta. Encontramos una iglesia católica. Era muy rara. Era del mismo estilo de las pocas casas de cemento que hay por acá pero de tres pisos y con una cruz. En un momento que  yo estaba mirando por los agujeritos de la puerta, llegó un tipo y me hizo pasar. Pensé que era el cura, pero resulto ser un maestro de la escuela que lo habían contratado para arreglar unas habitaciones. Adentro había una mezcla de imágenes católicas con imágenes locales. Estaba todo escrito en kuna. El maestro nos dijo que la habían construido en 1960 y que los hierros de las columnas estaban oxidados por la sal, y que en cualquier momento se podía venir abajo. El primer piso lo usaban para las reuniones y el segundo en realidad no existía, era solo la fachada. Estuvimos un rato charlando. No nos habló bien de los kunas en general. Como ejemplo, nos dijo que para ellos las relaciones homosexuales son totalmente normales y que podés ver paseando por ahí a dos hombres tranquilamente. Que “no lo ven como una degeneración”.

el dios de los pobres
Iglesia sin cura.

 

A la mañana siguiente fuimos al muelle y había un carguero. Nos llevaron hasta Mamitupo.

Pasajera en trance
Pasajera en trance.

 

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Mulatupo, Kuna Yala, Panamá

7 de septiembre

Nos despertamos, desayunamos y fuimos al muelle. Eran las ocho y cinco y el carguero se había ido sin esperarnos. Todavía estaba a unos trescientos metros y se iba alejando lentamente. Un rato más tarde, desde el muelle vimos que en otro pequeño muelle cercano estaba saliendo un cayuco con motorcito. Los cayucos son canoas hechas vaciando el tronco de un árbol y se hacen de una sola pieza. Acá son los que más se usan y normalmente se llevan remando o con una vela muy casera hecha con sábanas. En este caso tenía un mini motor y eran un hombre, dos mujeres y unos niños que iban hacia una isla llamada Mulatupu. Cuando aceptaron llevarnos subimos intentando no hacer tambalear mucho el cayuco.

mola
Como mola viajar en cayuco.

Cuando llegamos a Mulatupo dejé a Claudia y a Martina en el muellecito y salí a averiguar dónde podíamos dormir. El pueblo era un laberinto de chozas. Algunos pasillos no eran más anchos que mi cuerpo y tenía que pasar agachado porque los techos terminaban muy bajos. Era bastante diferente a Caledonia: más grande y más poblada.

barrio de paja
«Ahora vengo, voy a buscar un hotel…»

No había ningún lugar para alojarnos. Pensé en pedir para dormir en cualquier casa con alguna familia, pero finalmente nos mandaron a la oficina del aeropuerto (cuando digo oficina del aeropuerto me refiero a un techo de paja sin paredes). Nos dijeron que nuestro lugar era ese (2,50 dólares la noche por armar la hamaca y la carpa). Dejamos las mochilas apoyadas en una pared y nos fuimos a dar unas vueltas. En algún momento nos cruzamos a un indio albino que nos detuvo y se presentó.Entonces aprovechamos para preguntarle dónde se podía comer algo. El albino paró a una mujer que pasaba por ahí y le pidió que nos llevara. La mujer nos llevó hasta una choza donde había un hombre que podía cocinarnos pescado con arroz. Comimos bien. Al hombre del restaurante le pregunté quién solía ir ahí y me dijo que algunos colombianos de los cargueros.

kuna
Mujer que nos llevó hasta el restaurante.

Después seguimos dando vueltas. La isla debe tener unos cuatrocientos metros de ancho por unos ochocientos de largo. En una punta del pueblo, hicimos un poco de amistad con una familia. La mujer nos pidió que nos sacáramos unas fotos con ellos. Nos convidaron una bebida de chocolate un poco extraña y le regalaron a Martina una pulserita de Chaquiras que formaban dos corazones. También me mostraron unas fotos de unos parientes.

fotos
Fotos.

Mulatupu está muy cerca del continente. Un puente de caños de plástico con techito une la isla con el tierra firme. Lo único que hay del otro lado es la escuela.

Mulatupu
El plástico puede ser un buen aislante o, en este caso, un buen desaislante.

Visitamos la escuela y después fuimos a una playa cercana porque hacía mucho calor. Volviendo intenté sacarme la sal en una lluvia de agua que había entre unos yuyos y que venía de un caño de plástico pinchado que, aparentemente, es el que abastece a todo el pueblo y debe venir de algún río. Como la pérdida de agua formaba un charco, al acercarme metí el pié y entonces sentí un aguijonazo muy doloroso en un dedo. Pensé: si fue avispa, todo bien; si fue víbora, todo mal. No pude ver nada, solo sentía dolor. Cruzando el puente otra vez hacia la isla el dedo se me empezó a poner colorado y a hinchar. Entonces pregunté si había un médico y me llevaron hasta una salita de primeros auxilios. Ahí me inyectaron un antihistamínico. Ahora la nalga me dolía más que el pie y me empezó a dar un sueño aplastante. Volvimos a donde íbamos a dormir. Había unos niños que al principio no dejaban de mirarnos pero al rato trajeron una pelota y se pusieron a jugar al vóley. Yo me sumé al juego. Cuando se hizo de noche, los chicos se fueron cantando cosas y a mí me dio muchas ganas de ir al baño. El baño era de madera, estaba directamente sobre el mar y era muy inestable. Lo que salía de mí golpeaba en el agua y hacía brillar a las noctilucas. A unos veinte metros había una mujer bañándose en la oscuridad. El baño se tambaleaba mucho. Me imaginé cayendo al agua entre el plancton luminoso y mis desperdicios.

baño
Inestabilidad sanitaria.

Más tarde salimos a dar unas vueltas. No puedo recordar mucho porque yo me moría de sueño por el antihistamínico. Recuerdo que en un momento me apoyé en el piso y me dormí un rato. También recuerdo a unos niños jugando a boxeo con los pies. Caminaban con las manos y se empujaban con los pies. También un almacén con unos tipos mirando una película en uno de los pocos lugares con luz. La isla estaba casi toda a oscuras. También recuerdo a muchos niños corriendo detrás de Martina. No sé cómo llegué a mi hamaca. Dormí muy bien.

Hoy temprano nos fuimos al muelle a ver quién nos llevaba un poco más. Nos habían hablado de unas islas que algunos les decían isla Balsa e isla Cuero. Al final negociamos con una lancha rápida que nos llevara hasta Ustupu por diez dólares (parece que Balsa o Cuero están lejos porque nos querían cobrar demasiado). Pasamos de largo isla Pino que estaba muy cerca de Mulatupo y nos arrepentimos de no haber parado ahí, parecía linda. A diferencia de las otras islas, isla Pino es una montaña. Tiene un pueblito en la punta y parecía que había buenas playas.

Llegamos a Ustupo al mediodía. El sol en el muelle nos dejó con muy poca voluntad para levantar las mochilas.

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Caledonia, Kuna Yala, Panamá

5 de septiembre

Caminamos unos pocos pasos y preguntamos a unas mujeres dónde podíamos dormir. Eran tres y estaban vestidas con ropa muy particular.

vestimenta tradicional kuna
Psicodelia para elegir.

Después me enteré de que esa es la ropa tradicional y que la usan casi toda las mujeres. En la cabeza se ponen un pañuelo rojo con líneas finitas amarillas o blancas. Usan una blusa que la parte de arriba es normalmente de un estampado con dibujos locos y, de los pechos para abajo, está formada por dos ‘molas’, una adelante y otra atrás. Las molas son los tejidos más tradicionales de los kunas. Son formas geométricas que se hacen cosiendo trocitos de tela muy pacientemente. A veces representan animales y a veces solo dibujos que parecen sacados de visiones psicodélicas. Abajo llevan una falda con colores estampados en fondo negro. Los brazos y las piernas están casi cubiertos por unos collarcitos o chaquiras. Van uno al lado del otro y también terminan formando figuras geométricas. Además, en la nariz se pintan una línea negra vertical y llevan un aro de oro en el tabique. Algunas, en las cercanías de sus casas, andaban con los pechos al aire.

Estas tres mujeres, que fueron las primeras que vimos, no hablaban bien español pero les alcanzó para decirnos que en un rato nos iban a mandar un guía.

Caminamos un par de casas más y llegamos al otro lado de la isla y enseguida llegó nuestro guía. Él si hablaba español, pero raro. Después de saludarnos nos llevó al único lugar donde nos podían alojar (a veinte pasos de donde estábamos). Nos dijo que costaba 5 dólares la noche. Eran unas cabañas sobre el mar, con hamacas y ventana con vista a una isla con palmeras. También tenía un pequeño muelle sobre el agua celeste y sin olas, al estilo portada de guía de turismo de la Polinesia. Nos explicó que en la isla había reglas que las ponía el Saila, que es el sabio o jefe de la comunidad. Por ahora, aparentemente las reglas eran que él tenía que ser nuestro guía de forma gratuita y que debíamos quedarnos en una cabaña de madera sobre el mar por 5 dólares. ¡Obedecimos! (Actualización 2019: La isla se ha vuelto un poco más turística y el hospedaje es con camas y cuesta 10 dólares por persona).

muelle
Obedeciendo.

La isla es totalmente plana y tiene unos cien metros de ancho por trescientos de largo, o algo así. Las casas son de superficie más o menos ovalada, con paredes de cañitas y techo de hojas de palmera. Hay tres o cuatro casas de material: la escuela, un almacén, una construcción junto al muelle y alguna más. Las casas parecen estar un poco desparramadas al azar, y muchas veces no se entiende bien qué es camino y qué es patio. Hay como empalizadas de cañas dividiendo terrenos, pero no se entiende nada. Más de una vez me encontré saliendo por una puerta del patio de una casa sin saber cuándo había entrado.

choza kuna
Los colores los tenían las mujeres.

La austríaca se llama Claudia y tiene 26 años. La hija se llama Martina y tiene 5. Las miradas de curiosidad entre nosotros y los kuna son recíprocas. Aunque en realidad la mayoría se las lleva Martina. Cada dos por tres hay una nueva señora multicolor que nos para y nos pregunta el nombre y la edad. A veces hay decenas de chicos gritando “Maaartina” todos al mismo tiempo y repetidas veces. Las casas no tienen ventana pero, como las paredes son de cañitas, es como si toda la pared fuese una ventana con cortina. De afuera para dentro no se ve pero de adentro para fuera se ve para todos lados. De vez en cuando, una pared nos dice “hola” y nosotros le contestamos “hola”.

chozas kuna
Paredes que hablan.

Nuestro guía viene a visitarnos cada tanto a ver cómo andamos y a charlar. En un momento nos comentó que en el pueblo una chica se recibió de maestra y para festejarlo vinieron sus compañeras a pasar el día y van a ir en lancha a una playa de una isla y que nos invitan. Aceptamos y subimos a la lancha con unas treinta personas, más una heladerita con cervezas y gaseosas. Otra de las reglas de la isla es que está prohibido tomar alcohol pero hacen la vista gorda cuando se toma en privado. Parece que eso mantiene un consumo prolijo.

Fuimos por un mar que era sin olas, poco profundo y turquesa. Cada tanto había cayos de coral bajo el agua. Los esquivábamos porque en la proa iba un pibe mirando todo el tiempo hacia adelante y haciendo señas con los brazos, marcando el camino al motorista que estaba en la popa y que no podía ver nada. El agua era totalmente cristalina y, desde la proa, los cayos se veían muy bien. Llegamos a una isla pequeña con rocas, cocoteros, arena blanca y mar celeste. Anduvimos metiéndonos en el agua y caminando por la isla.

en la palmera
Cierta inclinación por las palmeras.

A la vuelta, la gente estaba un poco borracha y algunas mujeres empezaron a tirar agua a los que no se habían mojado. El barco era todo risas. Las mujeres se reían un poco borrachas, los hombres se reían, el de la proa gritaba, el motorista se reía, los niños se reían, los que estaban al lado del de la proa gritaban y agitaban los brazos, los niños se reían más fuerte, el motorista dejó de reírse, bajó la marcha abruptamente y giró. Pero ya era tarde. Chocamos contra unos corales y los pasamos por arriba. Crujió toda la lancha, pero aguantó. Ya nadie se reía. El agua era como una piscina cristalina y no creo que fuera muy profunda, pero más de la mitad de los pasajeros eran niños y no había salvavidas. Con Claudia nos miramos sorprendidos. Supongo que los más chiquitos no sabrían nadar y muchas de las mujeres tampoco. Si la lancha se hundía probablemente yo podría haber ido nadando hasta alguna isla llevando a Martina y tal vez a algún niño más. Estaba pensando cuál hubiera sido la forma de salvar la mayor cantidad de niños cuando de pronto ya estábamos en el muelle. Al subir me pidieron que me ponga la camiseta y a Claudia la falda; cosa rara en un lugar donde las mujeres a veces están en tetas. A la noche nos cocinaron pescado con arroz y patacones.

Hoy fuimos a dar vueltas por las casitas y a escuchar la palabra “Martina” cientos de veces. Los hombres nos saludan y las mujeres y los niños se acercan a hablar, pero nos hablan en kuna, como si supiéramos. Cada tanto hacen señas y nos dicen alguna palabra en español para que sepamos de qué iba la hemiconversación. En general hablan de Martina o nos preguntan nuestros nombres, nuestras edades y cómo se llaman nuestras islas. Argentina y Austria, dos islas muy lejanas: una para allá y la otra para allá.

curiosidad simetrica
Curiosidad simétrica.

En el almacén venden muy pocas cosas y casi nada de frutas y verduras, solo cebollas. Los poco productos que venden son los que traen los barcos cargueros colombianos. Son pequeños cargueros de madera de unos veinte o treinta metros de largo. Van desde Colombia hasta Colón parando por todas las islas y dejando mercadería a crédito. Luego vuelven cobrando en efectivo o en cocos. La vuelta suele ser mucho más lenta (unos 40 días) porque a veces tienen que quedarse hasta tres días en una aldea intentando cobrar. (Actualización 2019: en estos último años la comunidad se ha occidentalizado notablemente, hay muchas más tiendas y productos y los locales no se sorprenden mucho con los visitantes. Si se busca una experiencia aún más auténtica tal vez es mejor visitar Anachucuna o Carreto, aunque ahí no hay hospedaje ni están permitidas las fotos)

carguero colombiano
Carguero colombiano.

El almacén estaba lleno de cocos. Preguntamos cuanto costaban y nos miraron raro. Claro, ellos los usan para comprar otras cosas. Era como entrar a una frutería y preguntar cuánto cuestan las monedas. Estuve tentado de ir con un paquete de arroz para comprar unos cocos.

A la tarde me até una soga a la cintura y la otra punta a una bolsa grande y fui nadando hasta una isla a buscar cocos. Como siempre, gasté más energías en abrirlos que las que me dieron al comerlos.


Martina se hizo amiga de dos niños y estuvieron jugando mucho rato. Se llaman Tominí y Olmer. Tienen 7 y 5 años. En un momento Tominí me dijo “Igui birga be nika”. Yo le dije que no le entendía y me repitió “IGUI BIRGA BE NIKA”. Yo le volví a decir que no le entendía y Martina me dijo que él me pregunta que cuántos años tengo. Era verdad. Increíble.

Tomini, Olmer y Martina
Tominí, Olmer y Martina.

A la noche llegaron sailas de otras islas y hubo cantos rituales en el Congreso (cuando digo Congreso me refiero a una gran choza de cañas y paja de unos veinte metros de largo por diez de ancho y unos seis o siete de alto, adentro solo hay hamacas y bancos rústicos tipo iglesia). Era de noche, la oscuridad estaba afuera y ahora éramos nosotros los que podíamos ver a través de las paredes. Lo que más se distinguían eran las cabezas de las mujeres con los pañuelos rojos con líneas amarillas o blancas. Todo el tiempo se escuchaban cantos que eran como oraciones con sílabas largas y nasales que parecían sacados de un documental de la National Geographic. Nuestro guía no quería ir a la reunión y se vino a la cabaña con nosotros a charlar un rato.

congreso
Congreso.

Le pregunté sobre algún camino que fuera hacia el Darién. Me dijo: “Hay un camino. Anda dos días. Duerme en la mitad. Pero no es permitido. En marzo y abril vienen las FARC. Vienen cincuenta guerrilleros en quince días. Después otros quince días otros cincuenta guerrilleros y así quince días y quince días y así fue. Guerrilleros hablan con saila y dicen que no quieren problemas con gente kuna. Pasan nada más. El saila dice que bien. Después el saila manda carta a Panamá y la policía viene en la zona y ahora FARC no viniendo. Saila no quiere guerrillero porque después viene enemigo de guerrillero y es problema. El pueblo es en el medio”.

Le pregunté si habían venido este año y me dijo que sí, que entre abril y mayo y que el año pasado también. Después me dijo que a mitad de camino el paisaje es feo, con piedras negras y hay que ir en silencio. Si se va silbando o haciendo ruido la gente desaparece. Me dijo algo del diablo y de una persona con la cara muy fea.

También me contó otra historia: “Una vez, viene veinte extranjeros sin papeles con motorista colombiano. El motorista pregunta pasar para los extranjeros por el camino a Yaviza. El saila dice no. Nosotros no quieren problemas con la policía. El colombiano dice otra vez y con arma. El saila después dice sí. El saila llama secreto a la policía y la policía dice que diga mañana. Los extranjeros duermen en escuela y el saila cierra con candado. A la mañana abre y los extranjeros van a congreso. Los policías llegan en lancha de personas, no es lancha de policía. Visten como personas. El colombiano está en su lancha y dice ‘eso es policía’. El saila dice no. La policía baja por toda la isla y caminan hacia el centro con armas. El colombiano quiere escapar pero la policía agarra la cuerda de la lancha. Los extranjeros lloran. Todos estando presos.

También me contó que la policía, a veces, los acusa de narcos. Dice que cada tanto se encuentran cargamentos de cocaína, flotando, y los kunas los venden otra vez a los colombianos. Y que la culpa es de la policía porque los cargamentos vienen de los descartes de las persecuciones policiales. También me contó que una vez encontraron una lancha de los narcos a la deriva. En algún lado leí que hay bastantes narcotraficantes por acá porque los kuna tienen autonomía sobre el territorio y no le permiten patrullar a la policía panameña. Parece que la lancha quedó en una isla y llegaron policías a llevársela. Los de la isla querían quedársela y se subieron a la lancha para que no se la lleven. El conflicto terminó con la lancha para los kunas y una mujer panameña presa. No entendí bien quién era, pero estaba relacionada con el permiso de entrada de la policía.

Más tarde en la noche, Claudia habló con el capitán de un carguero colombiano y prometió llevarnos mañana a las ocho de la mañana a otra isla.

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