Argentina y Bolivia 2016-2017

Ahora empieza el viaje propiamente dicho. Hacia el norte, la única dirección que más o menos tenemos planeada. Partimos en tren de Buenos Aires a Santiago del Estero. Fuimos en camarote, que es algo muy agradable para viajar en pareja. Salimos de noche. Las luces de la ciudad fueron entrando a través de la ventana, una detrás de otra, como fotocopiándonos los cuerpos. El viaje duró veintitrés horas. Dormimos, miramos el paisaje, nos reímos mucho, porque eso siempre ocurre con Vanesa y porque nos entretuvimos con algunos capítulos de Rick and Morty en la laptop.

como ir en tren a Santiago del Estero
Actualizando windows vista.

En Santiago del Estero pasamos unos días atípicamente lluviosos. Vanesa actuó en un show de stand up junto a Dangero Ponce y a Oshko Herrera. Estuvo muy bien.

stand up en Santiago del Estero

Después seguimos a dedo hacia Catamarca. El siguiente objetivo del viaje es conectarnos con el achuma (Trichocereus terscheckii, sinónimo: Echinopsis terscheckii), el San Pedro del sur, el cactus visionario de los alucinógenos indios del noroeste argentino. El primer día nos acercamos a la Facultad de Antropología de la Universidad de Catamarca. Hablamos con un par de profesores entendidos en etnobotánica. Hay una cuestión de evidencia arqueológica que no me estaba quedando clara y necesitaba consultar con los expertos. Ya lo explicaré mejor.

Ayer, después de varios intentos, pudimos encontrarnos con Marcelo, un contacto invaluable que me pasó un amigo de Buenos Aires. Marcelo heredó la tradición del achuma de su padre, su padre de su abuela y su abuela de su bisabuela. Eso es lo que más me interesa, rastrear el uso tradicional del cactus.

Nos costó encontrar a Marcelo. Vive en un bosque en la montaña, con su mujer y sus dos hijas, en una cabaña que él mismo construyó. Fue difícil dar con el camino que conduce a su casa, en un valle donde ni hay señal de celular.

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Marcelo no es chamán de profesión, no trabaja de eso. Simplemente aprendió de su padre y siempre ha preparado el achuma para él mismo o para sus amigos. Me contó que ahora hace más de diez años que no lo hace. Su padre tampoco se dedicaba al chamanismo. Su abuela sí.

Le pregunté si sabía de alguien más que hubiera heredado la tradición del achuma en Catamarca. Me dijo que podía ser, pero que él no conocía a nadie.

Este fin de semana iremos con Marcelo a caminar por la montaña.

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Mar Azul en otoño

Trajimos a las perras a Mar Azul y es otoño.

jugando con las perras
Canis lupus familiaris

En otoño en Mar Azul las cortaderas tienen plumerillos.

Vanesa Olivieri entre Cortaderia selloana
Cortaderia selloana

Y los álamos pierden sus hojas.

Populus nigra

En otoño la playa está vacía.

la playa en otoño

Y muchos días están nublados.

casa de hormigón en Mar Azul

Y húmedos.

casa de hormigón en otoño

Y el sol está bajo.

sol bajo

Una tortuga muere en otoño en Mar Azul.

tortuga muerta
Dermochelys coriacea

Otoño es una buena época para juntar piñones.

Pino piñonero - Pinus pinea
Pinus pinea

Hay unos pocos pinos piñoneros en el bosque. Mi abuelo (con toda su españolidad) los reconoció en los ’90 y nos dijo: «Esos son pinos piñoneros. Dan piñones. Se comen.» Desde entonces hemos comido miles.

piñones de Pinus pinea
Piñones de Pinus pinea

En otoño en Mar Azul crecen hongos de pino.

Suillus granulatus
Suillus granulatus

Y níscalos.

Lactarius deliciosus
Lactarius deliciosus
Lactarius deliciosus
Lactarius deliciosus

Lactarius deliciosus y Suillus granulatus

níscalos salteados

En Mar Azul en otoño hace frío.

Vanesa Olivieri y salamandra

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El LIBRO

Ruido grave y profundo

(Perdón por los errores, estoy escribiendo rápido y sin corregir. Quiero mantener las crónicas al día.)

Mis padres nos prestaron el auto y la casa para venir a Mar Azul. El viaje fue tranquilo. Lo único que nos llamó particularmente la atención fue un cartel pasando General Conesa que decía «Reduzca la velocidad en caso de humo». Supusimos que era por las llamas de Madariaga.

En cierta forma siento que aún no estoy viajando. Supongo que es por la familiaridad: la casa conocida, los cuadros de mi hermano, el bosque que crece muy lentamente.

A Vanesa no le dieron la licencia y renunció. Imagino que debe haber sido difícil en un momento en que mucha gente está perdiendo su trabajo. Se la está jugando. No me preocupa tanto, siento que hace tiempo que estoy en ese mismo camino: eligiendo el piso inestable, con la seguridad que me da saber que no puedo elegir otra cosa. Una seguridad que a veces parece no estar, pero que es suficiente.

Ella seguirá trabajando hasta fin de mes pero a distancia. Con vértigo.

Casa de hormigón, Mar Azul

Ayer a la noche sentimos una explosión, un ruido grave y profundo. Hoy nos enteramos de que fue un meteorito. Dicen que puede haber caído en el mar.

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El LIBRO

Experiencias con Amanita muscaria

Lo que ocurrió fue que Vanesa tuvo que volver a Buenos Aires porque se le acabaron las vacaciones. Y entonces yo volví detrás de ella.

Pero no nos quedaremos por acá por muchos días. Porque le pedí que me acompañe a viajar por el continente. Dijo que sí. Ya está tramitando la licencia. Ella trabaja en impacto ambiental. Alguien tendrá que sustituirla.

Volviendo al tema de las amanitas, puedo decir que se me han aclarado algunas cosas pero otras siguen oscuras. Ahora puedo dar fe de que crecen en nuestro país, dan náuseas y modifican el pensamiento, pero el tema de los viajes visionarios significativos se mantiene esquivo. Me traje varios hongos secos y sigo intentándolo, pero como las experiencias propias por ahora no fueron intensas, anduve recolectando relatos de anécdotas de otros. Me refiero a experiencias fuertes, contadas de primera mano y con Amanita muscaria recolectadas en Sudamérica.

Cito una como ejemplo, la de Leonel:

Bueno, te cuento mi experiencia. Recolecté y consumí Amanitas en Bariloche (Río Negro, Argentina). Los corté en láminas y los sequé cerca de un calefactor por unos días. Una vez que quedaron bien secos los enfrasqué y etiqueté con fecha. Esto fue en el 2014. Le tenía (y tengo) mucho respeto al hongo, y no tenía apuro, así que dejé pasar tiempo. Al año de la cosecha hice mi primera toma, poca cantidad para probar (unas 5 o 6 láminas). El efecto fue similar a lo que describís, es decir, borrachera lúcida, agudización de los sentidos, algunos colores al cerrar los ojos. Pasó más tiempo (febrero 2016, ya habían pasado dos años desde que los había recolectado) y, acompañado por amigos en un cerro, probé una dosis más alta (aproximadamente 1/3 de frasco de mermelada, ese volumen en láminas secas) y los comí como la vez anterior. Cometí el error de ingerir algo de alimento muy cerca de la ingesta de hongos (ya contaré por qué). Consumí esa cantidad en dos tomas con 40 minutos de diferencia (hice una primer toma, y al no notar diferencia en el estado conocido, decidí realizar otra toma). Luego de consumir la dosis total que mencioné, ya estaba sintiendo el efecto conocido, un pegue muy tranqui con sentidos agudizados. Al cabo de media hora comencé a sentir malestar estomacal, pero solo unas leves náuseas. Comencé a sentir cansancio y a cerrar los ojos y pum! se me apagó la tele. Tuve un viaje de aproximadamente 6 horas en total, 3 de las cuales no recuerdo nada, y en las otras 3 sí tengo registro. En las primeras tres horas me cuenta un amigo que me encontraba con los ojos cerrados pero sin dormir. Según su relato, estaba hecho una bolita en el piso (adentro de la carpa), me movía un poco, daba algunas vueltas, hacía movimientos con las manos, en un corte me acerqué a él y apoye mi cabeza en su abdomen, le daba pequeños golpes en la pierna. Luego de esta etapa sin registro de mi parte, comencé a tener “flashes” del presente. Sentía como si estuviera en una selva, sonidos por todos lados, escuchaba muy fuerte los latidos de mi corazón, y también percibía como un desfasaje de tiempo y espacio muy sarpado, en el que veía como si estuviera observando a través de esos lentes 3D de Disney que había antes, en los que veías fotos y apretando un gatillo pasabas a una siguiente. En este caso, veía como con esos lentes pero con mi mente y a través de mis ojos. De repente aparecía «en escena» el presente por unos segundos, y luego de esos segundos mi mente gatillaba y se «iba» a otro momento, “pasaba la foto”, tenía como la sensación de ir a otro tiempo-espacio pero paralelo, algo diferente y más nebuloso. Entonces iba y venía entre estas dos realidades, en la que una de ellas se presentaba nítida e intensamente, tomaba plena conciencia del lugar en el que estaba, con quiénes estaba, y así de consciente estaba también re loco (en el sentido de que tenía los sentidos súper agudizados, así que todo era una maravilla al percibirlo. Imaginate: arriba de un cerro, noche, estrellas, luna…),  y por tramos de segundos alternaba a esta otra realidad o forma de ver, un poco más inconsciente, como si tuviera los ojos abiertos pero viendo oscuridad (sin referirme a algo malo o incómodo). Sentía calor en los pulmones. Trataba de hablar con un amigo, pero al ir y venir entre estas dos realidades, me era muy complicado hacerlo. Tenía la sensación de que hablaba con mi amigo y con su “doble” de este otro lugar, pero me costaba recordar qué palabras había utilizado con cuál de ellos. Entraba y salía de la carpa, alucinaba con todo (bastante mareado pero sin embargo podía ponerme de pie y realizar pequeños desplazamientos). Al cerrar los ojos veía unas figuras geométricas que suelo ver en estados alterados de conciencia (todavía no le encuentro del todo su significado). Mientras sucedía todo esto, a su vez pensaba, reflexionaba sobre diferentes cuestiones. Me venía el pensamiento de que el tiempo se repite cíclicamente hacia lo que percibimos como futuro, por lo que si prestáramos atención a lo que hacemos por ejemplo en un día, minuto a minuto, hora a hora, nos daríamos cuenta de que estamos sentando las bases de lo que viene con lo que pensamos, sentimos y hacemos. Cada palabra, cada forma de energía que emitimos genera una onda expansiva que se extiende en el tiempo. Luego de un buen rato con todos estos flashes (aproximadamente dos horas y media), me viene un malestar y unas náuseas muy fuertes y tuve que dejar en la tierra lo que había consumido previamente. Luego de esto me sentí muy bien, muy aliviado, habiendo soltado no sé qué cosa aparte del alimento. Me quedé mucho más tranqui, acostado y despierto unos 40 minutos más. El desfase de tiempo-espacio iba mermando. Hasta que me dormí. Al otro día me sentía muy lúcido y tranquilo, alucinado con lo vivido, tratando de ponerle palabras. Fue todo muy satisfactorio, un nuevo estado que transité. En ningún momento sentí miedo o malestar (salvo por el detalle de las náuseas y vómito), y la experiencia del desfasaje fue muy copada y distinta a otros estados de conciencia que experimenté. Claramente la experiencia fue mucho más intensa al aumentar la dosis, y penduló en extremos (sin transición progresiva en mi caso), es decir, entre el extremo super tranqui y super consciente, al otro extremo alterado y con más presencia del inconsciente, en el que cambiaba la percepción de todo. Recomiendo respeto, cautela, paciencia, compañía que no haya consumido nada, y no consumir alimentos sólidos horas antes de consumir los hongos. Me queda para la próxima probar lo de la orina. Y según mi opinión, cuanto menos expectativas tengas, cuanto menos esperes, más relajada va a estar la mente y más va a permitir. Ojalá te sirva algo de mi experiencia. Saludos.

Amanita muscaria en La Cumbrecita

Lo que observo de las historias es que, al momento de tomarlos, en todos los relatos de experiencias fuertes los hongos estaban secos desde hacía mucho tiempo. Tal vez el paso del tiempo juegue a favor de la descarboxilación del ácido iboténico convirtiéndose en muscimol.

También, un par de experiencias notables coinciden con haber comido los hongos y haber tomado pis simultáneamente. Lo de tomar el pis viene de una tradición de los chamanes de Siberia. Lo que se cree es que el chamán comía las amanitas y el resto de los que participaban de la ceremonia tomaban su pis. La interpretación actual es que gran parte del muscimol pasa sin degradarse a la orina, filtrando el indeseado ácido iboténico. Pero buscando papers, he llegado al dato bastante certero de que lo que pasa a la orina es directamente el ácido iboténico, al menos en mayor proporción que el muscimol. Entonces me quedo pensando en la posibilidad de actividad descarboxilasa en el pis. Que los participantes de la ceremonia tomaran las amanitas y el pis del chamán al mismo tiempo y que cierta actividad descarboxilasa del pis ayudara a la producción de muscimol en los estómagos de aquellos antiguos habitantes del frío. Tal vez algo de actividad de la aminoácido aromático descarboxilasa, o la histidina descarboxilasa, u ornitina descarboxilasa, o uroporfirinogeno III descarboxilasa, o alguna descarboxilasa bacteriana, o quién sabe.

Mañana vamos a Mar Azul. Estaremos unos días ahí y luego probablemente subamos hacia La Rioja y Catamarca en busca de un cactus. El largo viaje está iniciado y no tengo que enlentecerme en Buenos Aires.

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El LIBRO

Cumbrecita alucinante

La Cumbrecita es alucinógena. Un poco por las amanitas y un poco por las montañas.

01 - Amanita muscaria

Las amanitas contienen muscimol, ácido iboténico y trazas de muscarina.

02 - zorro gris en la oscuridad

Tal vez la muscarina se degrade con el calor de una salamandra y, tal vez, cierta cantidad del ácido iboténico se convierta en muscimol.

03 - amanitas secándose en una salamandra

La muscarina y el ácido iboténico son tóxicos.

04 - los zorros son un flash

La muscarina y el ácido iboténico producen náuseas y el muscimol es alucinógeno.

té de amanita

Y también produce náuseas.

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Un poco.

06 - Lycalopex gymnocercus en la playa

La montaña es alucinógena.

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Y trepar en la nieve.

08 - trepando en La Cumbrecita

Y el sol en la nieve.

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Y las nubes sobre la nieve.

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Y el sol en el cuerpo de Vane.

11 - sol y nieve en La Cumbrecita, Córdoba

Y la risa.

12 - risa y nieve

Y el pis.

pis de amanita

¿Qué?

13 - zorro y gato amigos

Las náuseas otra vez.

14 - Amanita muscaria y nauseas en La Cumbrecita, Córdoba

Un poco.

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Nuestros vecinos también son alucinógenos.

16 - dos chicas en la montaña

Y el río.

17 - cruzando el río

Buscamos un camino.

18 - una chica hermosa en la montaña

Tal vez lo encontramos.

19 - bajando de la montaña

Como un zorro que huele un arbusto en la playa de un río de La Cumbrecita.

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El LIBRO

Amanita muscaria

(Perdón por los errores, estoy escribiendo rápido y sin corregir. Quiero mantener las crónicas al día.)

tranquera

Con la intención de elegir los caminos menos transitados, nos desviamos por una picada. Después de pasar dos tranqueras entre pinos, encontramos un pequeño cementerio, una veintena de lápidas con nombres alemanes.

cementerio de La Cumbrecita

Detrás del cementerio apareció la primera amanita. Sentí algo muy particular. Había imaginado ese momento hacía veinte años y ahora estaba ahí, con la leve sensación de irrealidad que dan las primeras veces muy esperadas.

Amanita muscaria en La Cumbrecita

Después aparecieron  muchas más.

Ahora está nevando.

Nieve en La Cumbrecita

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La Cumbrecita

(Perdón por los errores, estoy escribiendo rápido y sin corregir. Quiero mantener las crónicas al día.)

En realidad son dos zorros, una pareja. Viven a unos veinte metros de nuestra casa, en una quebradita entre nosotros y nuestros vecinos. Nuestros vecinos se llaman Martín y Jésica. Él tiene 39 años y ella 24. Viven en una cabaña que empezó a construir un amigo de Martín y que él terminó. Anoche nos invitaron a bañarnos a su cabaña que tiene un termotanque a leña. Después cenamos juntos. Ellos nos contaron sobre los zorros y cómo conviven con Negra, su gata.

Acá nosotros, abajo los zorros, allá los vecinos.
Acá nosotros, abajo los zorros, allá los vecinos.

La Cumbrecita está muy muy bien. Es decir, está muy bien salvo las dos o tres cuadras del centro, que más bien parece una maqueta tirolesa, cuestiones del negocio del turismo. Aunque, a decir verdad, tampoco están tan mal esas cuadras. Pero lo demás está realmente bueno: ríos, cascadas, bosques, valles y montañas.

Y también hay abedules, pinos, humedad y días frescos, todo lo que necesitan las amanitas.

camino entre pinos   OLYMPUS DIGITAL CAMERA   OLYMPUS DIGITAL CAMERA

pastoVane

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El LIBRO

Amanita en La Cumbrecita 2016

El primer objetivo de este viaje es encontrar el hongo ceremonial Amanita muscaria. Crece en otoño en las sierras de Córdoba bajo abedules (Betula sp.) y algunos pinos, después de las lluvias. Esperé varios meses para salir. Ahora es otoño y llueve. Serán días de bosque, carpa y lluvia. El viaje durará hasta que los encuentre.

Esta vez no salí solo. Me acompaña Vanesa, un montón de rulos sobre dos ojos grises. Ella también es bióloga y también hace stand up científico.

Tren-a-Córdoba

Los pasajes de tren a Córdoba costaron 50 pesos, poco más de 3 dólares por un viaje de 20 horas en un tren casi nuevo. Un tren que puede ir a 120 kilómetros por hora pero que va a 36 de promedio. Gran parte de los pasajeros se dirigía a un recital de La Renga. Me di cuenta de que hacía mucho tiempo que no escuchaba el cantito más clásico de los fans de La Renga, una canción que siempre me resultó curiosa:

“Vamos La Renga con huevo vaya al frente, que se lo pide toda la gente (x2). Una bandera que diga Che Guevara, un par de rock and roles y un porro pa’ fumar. Matar un rati para vengar a Walter y en toda la Argentina comienza el carnaval”

Me resulta curiosa la combinación Rock and Roll-Carnaval y Che Guevara-porro. Y por supuesto la valoración sobre la idea de matar a un policía.

La locomotora se rompió en Marcos Juárez, un pequeño pueblo en algún lugar del interior de Córdoba, estuvimos detenidos unas dos horas. Desde nuestra ventanilla pudimos observar mucho el patio de la casa de una señora con cinco perros y un gato. El gato tenía una especie de casita sobre un árbol y no parecía que acostumbrara bajar mucho de ahí. La señora usó una escalera para subir al árbol y darle de comer. Los pibes de La Renga bajaron del tren. Cuando la locomotora ya estaba arreglada volvieron a subir.

La primera noche la pasamos con Facundo, también del mundo del stand up científico. Cenamos pizza y cervezas en el bar “Los infernales de Güemes”. En algún momento pareció que iba a armarse una guerra de chacareras. La gente empezó a juntar las mesas formando dos bandos. En algún momento parecía que yo estaba borracho.
Sobre el final del trayecto en bus desde Córdoba capital hasta Villa General Belgrano, justo llegando a la terminal, cruzamos al bus de La Cumbrecita. Al bajar lo corrimos con un taxi.

Lluvia y frío. Llegamos de noche a un ex centro cultural, un gran terreno de bosque entre las montañas, propiedad de Archi, un amigo de un amigo. La idea era acampar, pero Archi nos dijo que no, que estaba todo demasiado húmedo y que nos había preparado una habitación en una cabaña.

Al despertarnos vimos un zorro.

Pseudalopex griseus
Pseudalopex griseus.

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El LIBRO

El poder de la nada

Cruzamos a Bolivia por Desaguadero, un lugar con una incontable variedad de colores grises. Después pasamos por La Paz para seguir rumbo al norte, bajando del altiplano hacia la cuenca del Amazonas. Transitamos una vez más por el camino de la muerte, un lugar que siempre olvido evitar, un largo precipicio disfrazado de camino. Son las yungas: neblina, lluvia, acantilados, ruedas que pisan una tierra que se afloja con el agua, carcasas de buses despeñados cientos de metros hacia abajo.

Estuvimos en Rurrenabaque, en la selva. Ahí recuerdo haber preguntado por ayahuasca a una chamana. Me respondió que no era zona, que ella solo tomaba floripondio y que cuando lo hacía se ataba a un poste para no lastimarse.

originarios bolivianos
Selva

Al emprender la vuelta hacia La Paz, a nuestro bus se le estropeó una rueda. Fue cerca del mediodía y el arreglo se prolongó más allá del almuerzo. Al anochecer decidimos pagar un hotel. Dormimos en colchones de paja. El de Andrés tenía bichos. Tuvo que rascarse mucho.

te queda muy mono
Te queda muy mono.

Al día siguiente el chofer y un mecánico seguían arreglando la rueda. Entonces, un poco por la espera que ya estaba excediendo las veinticuatro horas y otro poco por no tener ganas de hacer el camino de la muerte con una rueda dudosa, decidimos abandonar el lugar y desviarnos a San Borja, hacia el noreste, en el departamento del Beni. Ahí tuvimos que esperar tres días más al siguiente transporte a La Paz.

yunta de bueyes
Ahí no conocimos mujeres, pero le hicimos dedo a una yunta de bueyes.

Después de La Paz, ya en camino a Uyuni, nuestro bus se detuvo en Challapata, exactamente en el mismo lugar en el que Andrés había quedado varado dos años antes por el conflicto ancestral entre los laimes y los qaqachacas en una situación en la que le costó una semana salir de Bolivia. Si en aquel momento un corte de ruta con ataúdes y dinamitas era algo digno de sorpresa, mucho más era encontrarnos con el mismo piquete dos años después.

Pero claro, la estabilización del conflicto había hecho que los conductores de los buses desarrollaran ciertas mañas. Digo esto porque lo que sucedió fue que no estuvimos mucho tiempo en el piquete, solo hasta el anochecer. Con la oscuridad, nuestro chofer de turno arrancó suavemente el bus regresando un par de kilómetros hacia el norte, para luego bajar de la ruta y seguir a campo traviesa en dirección sudeste. O tal vez no fuéramos a campo traviesa y en realidad estuviéramos siguiendo una huella. Era difícil de saber por el hecho de que íbamos con las luces apagadas. Una situación que en este caso no era tan grave debido a que estábamos en plena luna llena.

En un momento nos detuvimos en el medio del campo plateado. El silencio y la concentración del olor a coca masticada me hicieron bajar del bus y preguntar a uno de nuestros choferes si había algún problema.

–Es que nos sigue un camión.
–Ah…
–Pero no hay inconveniente, ya fue mi compañero a decirle que apague las luces.

Parece que el problema eran las luces y la posibilidad de que nos detectara la gente del piquete.

Durante un rato todo siguió con la normalidad de ir en un bus por el medio del campo. Así fue hasta que la luna empezó a ponerse roja. Porque sí, esa noche, la del 20 al 21 de enero del año 2000, hubo eclipse total de luna. Y entonces sentí que algo en toda esa situación era exagerado. Los laimes, los qaqachacas, nuestros choferes, el camionero, el campo, las luces apagadas, el eclipse, algo. O todo. De pronto me sentí como en un sueño. La única razón por la que sabía que no estaba soñando era que esa duda solo se tiene en los sueños.

Con la luna roja la noche se puso oscura, pero la solución fue simple: el chofer prendió las luces (ya estábamos lo suficientemente lejos de la ruta como para que la gente del piquete no nos viera).

Así fue que avanzamos a un ritmo aceptable (el que podría esperarse de un bus y un camión bajo un eclipse) hasta detenernos delante de dos montículos de tierra de más o menos metro y medio de altura. Al bajarme a ver el camino y los obstáculos iluminados por los faros del bus, comprendí que no íbamos a campo traviesa guiados por las estrellas, sino siguiendo una huella que terminaba en dos montañas de tierra.

–¿Y ahora qué?
–Mi compañero fue a preguntar al camionero si tiene una pala.

No hizo falta. Antes de que llegara la pala o la noticia de su ausencia, dos hombres bajitos aparecieron como de la nada para informarnos que ese par de montículos eran suyos, y que, si les dábamos cierta cantidad de dinero, ellos podían explicarnos cómo esquivarlos sin alertar a la gente del piquete.

Solo hubo que hacer una vaquita entre todos los pasajeros para seguir viaje.

Al amanecer ya estábamos en Uyuni.

Esa misma mañana convencimos a dos danesas y a dos australianas de la isla de Tasmania para que vinieran con nosotros a un tour de cuatro días por el salar y las lagunas, en camioneta con un chofer y una cocinera. Al mediodía ya estábamos en marcha, comimos los hongos y viajamos por lugares deslumbrantes.

parte inundada del salar
Caminamos por las nubes.
salar de Uyuni
Andrés quería robar una de mis chicas.
Isla del Pescado del salar de Uyuni
En la zona de la isla del pescado no había ningún pescado.
termas de Uyuni
El agua se convirtió en termal después de que entraron las danesas.
cementerio de altura
Un cementerio muerto.
neozelandesa
Laguna mental.
ecuación de campo en cementerio de trenes de Uyuni
Un pesado tren curvaba levemente el espacio-tiempo.

En algún momento, recorriendo planas lagunas a 5000 metros sobre el nivel del mar, quedé como hipnotizado mirando una virgen colorida que oscilaba en el espejo retrovisor sobre un paisaje de suaves y onduladas montañas desérticas, y entonces sentí que amaba profundamente a Latinoamérica, y que eso era por la gran fusión cultural, una mezcla que hablaba del extenso poder de la nada misma. O algo parecido. Luego intenté decírselo a Andrés pero no encontré las palabras adecuadas.

Después de Uyuni casi no paramos hasta Buenos Aires. Ahí volvimos a encontrarnos con las australianas. Nos pidieron ir a ver fútbol. Las llevamos a ver Boca – Independiente en cancha de Independiente. Boca ganó 3-1.

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Aislamiento

Gastón se fue de Cuzco antes que nosotros, en parte secuestrado por una inglesa que conoció en el tren de vuelta de Machu Picchu. Andrés y yo salimos un par de días después, ya emprendiendo el regreso. La primera parada fue Puno. Ahí volvimos a acercarnos a la orilla del Titicaca, esta vez con intención de visitar las islas flotantes de los uros.

–¡Hola, amigos! ¿Quieren un paseíto por las islas?… Tour barato, amigos.
–Hola. Estábamos pensando si se podía dormir en las islas.
–Ah…
–No conocemos cómo es por allá.
–Sí, pueden venir a mi isla si quieren.
–Ah, genial…
–En un par de horas termino de trabajar y los llevo.

La frase en quechua que más he utilizado en mi vida la aprendí en ese trayecto en lancha: Mana cancho colque. Significa “No tengo dinero”. Nuestro nuevo amigo también nos enseñó a decirlo en aimara, era más difícil de pronunciar y ya no la recuerdo.

Llegamos a la isla flotante. Era un colchón de totoras (Schoenoplectus californicus) de unos treinta o cuarenta metros de largo con tres o cuatro casitas también hechas de totoras. Me pareció un lugar muy acotado para vivir. Y muy blando.

Islas de los uros
Lancha y la angosta.

Primero conocimos a los niños. Eran tres: un nene de unos ocho años, una hermanita menor y un hermanito aún menor. Tres enanitos vestidos multicolor, con los cachetes inflados,  secos y curtidos. El más pequeño tenía la cara semi cubierta de mocos y estuvo casi todo el tiempo masticando una pata de un pájaro, cruda. Él era el que peor olía. El mayor era el más inteligente, muy inteligente.

–¿Y te gusta vivir acá?
–¡Sí!… Bueno, a veces hace mucho frío.

Dentro de un cono de paja conocimos a una de las mujeres. En la pequeña choza apenas entrábamos la chola, los niños y nosotros. Les pedimos calentar agua y les convidamos mate.

Schoenoplectus californicus
En la isla de nuestro amigo también había un mangrullo.

Aprendimos que las chozas no duran mucho en pie y que cuando se caen pasan a formar parte de la isla. La isla crece, las familias también. Si los habitantes se pelean, serruchan al medio el colchón de totoras y cada uno se va por su lado. O al menos eso fue lo que nos contaron.

El lugar era excelente para acampar. Con el permiso de nuestro amigo, armamos la carpa en el medio de la isla. Las estacas entraron muy suave en las totoras. Los niños nos apestaron el interior de la carpa, pero nos reímos mucho con ellos.

Cuando empezaba a caer la noche, un hombre mayor se asomó a medias por debajo del sobretecho y pronunció algo en aimara.

–Dice que su mujer duerme acá y  que le dan plata –tradujo el niño inteligente.
–Ah… decile que no, que muchas gracias igual.

acampar en las islas flotantes de los uros
Las propuestas nos las tomábamos con carpa.

Recuerdo que por la noche le conté a Andrés que hay algo dentro mío que me ubica en un lugar solitario del universo. Como si poca cosa existiera. No mucho más que esa duda. Una especie de subjetividad sin fin. Una perspectiva demasiado constante. Algo que tiende a anular la existencia de casi todo, salvo un mínimo punto que pareciera estar entre mis ojos. No tengo muy claro si eso se llama solipsismo. No es que lo defienda como explicación final, simplemente es una sensación o un razonamiento extremadamente individual. Tengo plena conciencia de que desde afuera parece psicosis. No digo que no lo sea, pero esa idea tiene tan poca relación con mi mundo externo que siento que no necesito explorarla demasiado.

–Julián, tenemos que decirte una cosa.
–No me jodas, pelotudo.

Nos reímos.

Igual me dio miedo.

Esa noche dormí incómodo. Tal vez el suelo estuviera demasiado blando.

Sentí ruidos fuera de la carpa.

Algo rozando la tela.

El cansancio hizo que durmiera gran parte de la mañana siguiente. Escuché música, gritos, después bastante silencio.

Al salir de la carpa, solo encontramos a los niños.

–¿Dónde están los demás?
–Están caídos… Vino el tío con singani y estuvieron de fiesta –explicó el niño inteligente.

Alcancé a ver cuerpos desmayados dentro de las chozas de paja. No mostraban intención de moverse. Durante un rato nos preocupamos pensando en cómo salir de la isla. No parecía un día laboral para nuestro amigo lanchero. Tampoco teníamos tan claro si él estaba dentro de alguna de las chozas. Los niños tampoco sabían cómo ayudarnos.

–Tendrán que esperar, pues.

Cuando empezábamos a impacientarnos, o tal vez a aburrirnos, vimos llegar lentamente una lancha. Era un uro parecido a nuestro amigo con un puñado de turistas franceses.

–Acá no hay mucho que ver, están todos borrachos… Pero si nos llevan de vuelta a Puno estaríamos muy agradecidos.

El conductor consultó con los franceses y no hubo problema.

En el camino de vuelta pasamos por otra isla flotante donde los isleños se mantuvieron sobrios y sentados en ronda vendiendo artesanías a los franceses.

Luego, desde Puno, un bus hacia la frontera con Bolivia.

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