Lo más curioso de Leticia fue que el primer día conocimos a un cabo del ejército que nos ofreció invitarnos con cerveza, marihuana y cocaína (esta es la segunda vez que visito Colombia y en ambas oportunidades me ocurrió que me ofrecieran dadivosamente cocaína en el primer día en que piso el país). Algunas cosas aceptamos, otras no.
En un momento de la noche, a mi pedido, el cabo nos contó sobre un enfrentamiento con la guerrilla. Era una historia larga en la que hubo siete muertos, incluyendo un niño de doce años que pasó su última noche escondido en la selva. Fue una persecución de ocho días en las que los militares sufrieron demasiada hambre y envidiaron la Coca-Cola y el tabaco de los guerrilleros. Con potentes binoculares podían verlos beber y fumar en la ladera opuesta del valle y se les estrujaba aún más la panza. La tortura del hambre y de la envidia terminó con un avión de apoyo que llegó con pollo asado. No recuerdo bien cómo terminaba la historia pero el saldo de muertos era a favor de los militares.
Tardamos tres días y medio en barco desde la triple frontera hasta Manaos. Pagamos 200 reales. En Brasil los barcos son mucho más caros que en Perú, pero también mucho más cómodos y la comida pasa de ser miserable a exageradamente abundante. Viajamos en O Rei Davi. Pasamos horas en las hamacas, miramos la selva, compramos una cachaça en una de las pocas paradas en algún pueblo selvático, pescamos e hicimos amistades y charlamos con unas uruguayas porque siempre es bueno charlar con uruguayos. Aunque creo que lo mejor que hicimos fue este video de Vane, un proyecto titánico:
Manaos nos recibió con el calor de la selva talada. Es una ciudad agradable y aplastante. Terminamos durmiendo en un hotel antiguo en el barrio más picante del centro. A las tres de la mañana nos despertamos por golpes en la puerta. Del otro lado un murmullo en portugués decía que era la policía. Dormido, me tomé un tiempo para pensar opciones que no tenía. Pedir identificación, hacer preguntas, hablar en portugués a través de la puerta robusta. Finalmente decidí abrirles.
Parecían policías. Eran dos. Entraron y revisaron superficialmente las mochilas y nos explicaron que venían por una denuncia, buscaban a una pareja con un bebé. Y se fueron. Tal vez porque no parecía haber bebés en las mochilas.
Visité tres veces Manaos en los últimos veinte años y lo que más me ha llamado la atención es como se ha ido deteriorando mi capacidad de sacar fotos en la gran ciudad amazónica. Saqué cuatro fotos analógicas en 1999, tres fotos digitales en 2012 y solo una con el celular en estos días.
2012 2012 2012
Ahora conseguimos alojamiento por couchsurfing en la casa de Amanda y Claudio en un barrio alejado (en Brasil todo es alejado). Tenemos que esperar unos días hasta que parta el Lady Luiza, el barco que puede llevarnos subiendo varios días por el Río Negro hacia São Gabriel da Cachoeira, la ciudad más indígena del Brasil. La idea es seguir hacia el norte e intentar entrar a Venezuela por una recóndita zona del estado de Amazonas. Tendremos que tramitar permisos para atravesar tierras indígenas.
(La llaga del brazo se me está curando.)