El Paují, Puerto Ayacucho y Churuata de Don Ramón, Venezuela

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8 de julio

De Presidente Figueiredo fuimos los tres en un bus a Boa Vista y en seguida hacia la frontera, para pasar a Santa Elena de Uairén en Venezuela. Mi idea original era remontar el río amazonas hasta Iquitos, pero Nico me había convencido de ir a Venezuela. Yo le puse la condición de que me acompañe al amazonas venezolano a un lugar muy loco donde yo había estado hacía mucho tiempo.

Cruzando a Venezuela
Cruzando a Venezuela.

De Santa Elena nos fuimos a El Paují.

(A partir de acá, partes de este post también están publicadas en la revista Wipe con algunas fotos más y se puede ver en la página 17 acá )

Nos quedamos en el camping del Paulista. El Paují está entre la Gran Sabana venezolana y la selva amazónica brasileña, muy cerca de la frontera de ambos países; para cualquier lado que miro, veo montañas y mesetas entre valles verdes.El primer día fuimos a Pozo Esmeralda, una cascadita que cae a una olla verde con agua cristalina y fondo de arena, y todo bajo una cúpula de selva. Había un lugar desde donde saltar al agua, y ahí estuvimos un rato, rodeados de color esmeralda.

esmeralda
Una vez más, casi lo perdemos a Nico.

Ese mismo día decidimos que era el momento de hacer el San Pedro que yo venía arrastrando desde Bolivia. El Paulista cuando lo vio lo reconoció en seguida y, después de charlar un rato sobre plantas psicodélicas, me pidió si podía darle un poco para plantar. Le corté la punta y le expliqué cómo hacer para que no se le pudra. Después le enseñé como se prepara el té y se mostró muy agradecido. Me dijo que solo lo conocía de fotos y que ahora iba a ser pionero en plantarlos en el Paují.

San Padro
Té para tres.

Al terminar de hacer el té, ya era de noche y fuimos a la Esmeralda. Estaba muy oscuro, no había luna y se nos ocurrió saltar al pozo apagando las linternas. Es muy loco saltar hacia la nada en la oscuridad total. Cuando apagábamos las luces era todo negro y había que saltar hacía ahí, hacia adelante. Había que hacerlo más o menos rápido para no empezar a dudar dónde es adelante. La caída era un segundo, pero un segundo muy largo y raro. En el aire, no sabía en qué posición estaba ni cuándo iba a recibir el golpe del agua. Es muy estresante para ser solo un segundo. Cuando choqué con el agua vi ojos por todas partes.

Al salir de la selva, nos echamos un rato a mirar la luna, las estrellas, las nubes y los bichitos de luz. No era tan fácil distinguir los bichitos de luz de las estrellas: las estrellas eran las que menos se movían.

Después caminamos por la sabana. Entre las montañas había nubes bajas o neblina y me costó bastante convencer a Roger de que no eran lagos. Me creyó cuando un lago nos tapó.

Después caminamos mucho hasta un río con playa. En fin, la noche fue larga y difícil de contar. Todo el mundo dice que en la zona se ven OVNIs. Nosotros vimos tres, pero de una naturaleza tan diferente entre ellos que decidimos que ninguno era un OVNI.

11 de julio

Fuimos al abismo. Son unos tepuis donde termina la Gran Sabana y Venezuela, y empieza la selva amazónica y Brasil. Al llegar arriba estábamos en el medio de una neblina; pero, cuando se despejó, pudimos ver selva hasta dónde nos daban los ojos.

Seguimos por el borde del tepui hacia el oeste durante un trecho, hasta internarnos en un parche de selva. Ahí encontramos una cueva y entramos. Estaba totalmente llena de murciélagos. Bajamos hasta dónde pudimos, después se necesitaba una cuerda. Los murciélagos nos chocaban por todo el cuerpo.

murcielagos
Supongo que se chocarían entre ellos también.

Al salir de la selva volvimos a caminar por el borde de la meseta durante un buen rato. Íbamos por pastos verdes y cortitos, con el amazonas abajo y hacia la izquierda y con otras mesetas más bajas hacia la derecha.

el-abismo
Hola, Amazonas.

Finalmente llegamos a un bosquecito con buenas vistas y ahí nos relajamos un rato.

abismo
Izquierda: Brasil, derecha: Venezuela; haciendo el control de aduana.

De El Paují nos fuimos a dedo: otra vez a los golpes en un camioncito. En Santa Elena tomamos un bus a San Francisco de Yuruani, que es una comunidad indígena de la etnia Pemón. Al día siguiente nos fuimos a dedo a un salto de agua. Era una linda cascada. Hicimos un arroz con verduras junto al río y nos fuimos a hacer dedo otra vez. Después nos comieron los jejenes y un poco desesperados terminamos en un bus.

salto
Yo molestando a unos pájaros que había atrás de la cascada.

Por la mañana llegamos a Ciudad Bolivar y salimos casi inmediatamente a Puerto Ayacucho. Ahí cambia todo: para empezar, ya no hay buses grandes con aire acondicionado, sino un bus de lata en el que hicimos trece horas de viaje escuchando música caribeña al palo, entre planicies, cerros, selvas y casas de paja. En un momento el bus paró en mitad del camino y unas indias nos ofrecieron algo por la ventanilla. Algunas tenían las piernas pintadas con Puntos rojos.

Acá el precio delcombustible es una cosa rarísima. Un agua mineral de litro y medio cuesta 11 bolívares (un dolar y pico). El bus cargó 181 litros de diesel por 5,71 bólivares (181 litros de combustible por menos de un dólar). El diesel cuesta 200 veces menos que el agua. Raro.

Puerto Ayacucho es una ciudad pequeña, pero es capital del estado de Amazonas. Hay una sola ruta que conecta al estado con el resto del país. Desde Puerto Ayacucho hay que hacer por lo menos 13 horas de bus para llegar a alguna ciudad. Para caracas son tres buses. Y eso es lo más comunicado, porque el resto del estado no tiene caminos: solo ríos y algunas pistas para avionetas.

Acá prácticamente todos son indios o mestizos. Las FARC no están muy lejos y la zona está altamente militarizada. Nos piden los pasaportes cada dos por tres con ametralladora en mano.

A la terminal de Puerto Ayacucho llegamos de noche. El lugar no era mucho más que un techo y unos pocos locales cerrados. Había gente haciendo poca cosa. Supuse que estaban por echarse a dormir por ahí. La única opción para ir al centro de la ciudad parecía ser un taxi destartalado, al que al final subimos.

Le preguntamos al taxista por un hotel barato y nos dejó en el centro, frente a unas puertas de un hotel cerrado. Caminamos por unas calles sucias y oscuras, que no se veían nada amigables.

Yo había estado ahí hacía trece años. Fue en 1999, Hugo Chavez acababa de subir al poder y yo ni sabía quién era. Fue la primera vez que viajé solo y había decidido ir a Venezuela por un mes, no sé muy bien por qué. El viaje había tenido sus cosas buenas, pero la última semana me había sentido medio deprimido. Yo era muy joven y supongo que no estaba acostumbrado a pasar tanto tiempo hablando conmigo mismo. Cuestión que de pronto decidí venirme a este lugar al que no venía nadie, y lo que viví me quedó muy grabado. Por circunstancias un poco casuales, había terminado llegando en camión a una comunidad indígena al final de un camino de tierra. Ahí casi todas las casas eran de paja y algunas mujeres vestían solo con unas hojas de palmera en la cintura. Conocí al chamán de la comunidad y dentro de su choza probé por primera vez el yopo, un rapé alucinógeno de selva.

Ahora estaba ahí, trece años después, caminando por una ciudad que no terminaba de reconocer. Pero de pronto me ubiqué y encontré el camino que nos llevaba al hotel en el que yo había estado. Caminamos los tres por unos callejones oscuros, que no parecían el paraíso turístico. La calle por dónde íbamos terminaba en una prostituta marginal y semidesnuda y se bifurcaba en dos callecitas. Media cuadra antes, pasamos por al lado de unos policías militares que estaban bajo un toldo, armados como para la guerra. Me acerqué a preguntarles por el hotel que yo recordaba. Los militares nos miraban con cara rara y nos dijeron que no conocían el hotel que yo les mencionaba. Tal vez hacía años que no existía. Después le dije a los policías que ya encontraríamos el hotel, pero dijeron que no, que no vayamos por ahí, que el lugar era extremadamente peligroso. Nos alejamos un poco y lo discutimos entre los tres. Nico votó por seguir, Roger por retroceder y yo desempaté a favor de Roger. Eso no le hizo gracia a Nico, cosa que suele ocurrir cuando se vuelve sobre los pasos con mochilas pesadas.

Finalmente terminamos en un hotel barato al fondo de un callejón. Más tarde, nos comimos unas hamburguesas en el único lugar que encontramos abierto a esa hora, que era un puesto callejero a punto de cerrar. El hamburguesero nos dijo que miremos varias veces al entrar a la calle de nuestro hotel. Terminamos la noche tomando unas cervezas en un bar con pool en un segundo piso que se accedía por unas escaleras que parecían de un club abandonado (también era lo único que nos pareció abierto en la ciudad).

13 de julio

En el bus hacia Puerto Ayacucho, un tipo nos había recomendado ir al tobogán de la selva. Y fuimos. Tuvimos que preguntar bastante cómo llegar. Finalmente terminamos en una camioneta que iba hasta una comunidad indígena cerca del tobogán llamada Churuata de Don Ramón. El conductor nos dijo que primero tenía que ir hasta la comunidad a dejar gente, pero que de vuelta nos podía alcanzar al tobogán.

Cuando llegamos a la comunidad, la reconocí. Era en la misma que yo había estado hacía trece años. O al menos eso creí mirando desde la ventanilla de la camioneta; estaba bastante diferente. Yo no recordaba el nombre de la comunidad en la que había estado, pero estaba casi seguro que era el mismo lugar.

El tobogán resultó ser un lugar de turismo local donde la gente se tira por un río que forma justamente un tobogán de piedra y que da a un piletón.

Al día siguiente fuimos directamente a Churuata de Don Ramón. La comunidad se encuentra al final de un camino sin nombre, y después no hay nada, la selva. Casi toda la comunidad está en torno al final de ese camino que termina doblando a 90 grados a la izquierda y se acaba en un arroyo. El arroyo se puede cruzar por unos troncos y después hay algunas casitas más. Eso lo recordaba bien, solo que antes había una sola casa. La choza del chamán estaba cerca de donde el camino doblaba en ángulo recto, pero justo ahí ahora no había nada. Las casas de paja no duran mucho, y la del chamán recuerdo que era absolutamente toda de paja, incluida la puerta.

(Otra versión de los que ocurrió a continuación también se puede leer aquí en la revista Otro Mapa)

Dimos unas vueltas por la comunidad, que no serían más de treinta casas. Casi todos nos miraban con curiosidad, mayormente mujeres de ojos negros y niños semidesnudos. En un momento, preguntamos por el chamán del pueblo y un chico nos llevó hasta una casa. De esa casa salió un hombre que solo vestía pantalones y un colgante al cuello con el diente de un animal. Se presentó como Luís. Le dijimos que queríamos ver al chamán para tomar yopo y nos dijo que él nos iba a llevar. Así caminamos hasta la otra punta de la comunidad hasta una casa circular, con paredes de madera y techo cónico de paja. Golpeamos la puerta y entramos en la oscuridad. Adentro estaba Mario, el chamán y, muy inmersos en unas hamacas, parecía haber dos personas más.

choza-del-chaman
Choza del chamán.

Luis le habló al chamán en un idioma que después supimos que era piaroa. Mario solo hablaba piaroa y Luís nos hacía de traductor. En realidad, a final no entendí si el chamán no hablaba español o simplemente no tenía ganas de hablar español. En el peor de los casos no tenía ganas de hablar con nosotros, pero no creo.

Mario nos invitó a sentarnos sobre unos tronquitos y nos trajo unas cortezas de madera para que mastiquemos.

—Es caapi, para que te agarre fuerte el yopo y dure más.
—Gracias.

Estuvimos un rato charlando mientras el chamán sacaba una piedra marrón que molió con un pequeño yunque de madera en un platito también de madera. Nosotros hablábamos, mirábamos y tragábamos el jugo amarguísimo del caapi.

En las hamacas había una chica y un muchacho. La chica no sé quién era ni la pude ver mucho. Tal vez fuera la mujer del chamán. Del muchacho apenas se veía un pie, que sobresalía de la hamaca con la piel de la planta levantada y reseca.

—Él está aquí hace una semana… se está curando el pié —dijo Luís.

Yo intenté saludarlo, pero apenas podía verlo hundido en la hamaca; mis ojos todavía no se habían acostumbrado a la penumbra de la gran choza.

Finalmente Mario separó el polvo marrón en cinco montoncitos y trajo un dispositivo en forma de “Y” hecho de huesos huecos, atados con hilo y con dos coquitos incrustados en el extremo doble. Mario nos acerco el platito y los huesos. Yo agarré el plato con la mano izquierda y los huesos con la mano derecha, llevándome los coquitos uno a cada agujero de la nariz. Aspiré todo un montoncito de yopo y se lo pasé a Nico. Nico hizo lo mismo y se lo pasó a Roger, mientras yo empezaba a lagrimear. Roger dijo que por ahora no y se lo pasó a Luis. Luis aspiró y se lo pasó a Mario que se jaló su parte y la de Roger. Nico ya estaba lagrimeando también. Finalmente Mario dijo unas palabras en Piaroa, que a mí me parecieron rezos.

—Pregunta Mario que cómo llegaron hasta aquí —tradujo Luis.
—Yo ya conocía la comunidad. Estuve aquí hace trece años, en 1999 y fue la primera vez que tomé yopo —dije yo, secándome las lágrimas.
Luis tradujo, escuchó y volvió a traducir:
—¿Conociste al francés?
—¿El francés de la película? —contesté después de pensar un ratito y escarbando muy hondo en mi memoria dudando de estar confundiendo eso con otra historia.
—Sí, ese.
—No, no lo conocí, pero recuerdo que en aquel entonces me habían hablado de un francés que hizo una película por acá y que había estado hacía muy poco.
—Sí, fue por entonces —dijo Luis antes de traducir—. Pregunta Mario a quién conociste.
—Solo conocí a un joven y a un chamán.
—¿Cómo se llamaban?
—El joven no me acuerdo, al chamán le decían el Caballero.
—Ah… se fue hace unos cuatro años.
—¿A dónde?
—Con los espíritus…
—Me imagino… en aquel momento ya era mayor

Me quedé pensando en Caballero y en su choza que había sido una cúpula de paja. Adentro había cosas de madera como banquitos hechos con medio tronco, iguales al que estaba sentado ahora. También había una prensa de harina de mandioca, que eran unos palos y un tubo de paja. Volví a pensar en el Caballero y sentí que no podía dejar de pensar en él. También sentía presión en los oídos y como una máscara transparente en mi cara. Me levanté del tronquito y me desplomé sobre una silla más cómoda, que estaba muy cerca de mí. Sentí que estaba transpirando muchísimo, como si estuviera corriendo una maratón. Miré hacia donde estaba Nico y vi que me sonreía con los ojos rojos y llorosos. La silla no era suficiente; me levanté como pude y me zambullí en una hamaca. Desde ahí vi a Roger que escribía en un papelito, a Luis que parecía pensativo, a Nico que ahora miraba el techo y al chamán que preparaba más yopo.

Yo me estaba yendo a las nubes. Había probado yopo varias veces, pero nada se había acercado a lo que me estaba subiendo ahora. Me saqué el caapi de la boca y me puse a mirar la estructura de la casa. Había troncos como columnas, uno central y varios a diferentes distancias radiales. El techo era como una tela araña de palos con un fondo de hojas de palmera. De las columnas y travesaños colgaban las hamacas, y diferentes cosas como mochilas de paja tejida o un cilindro para aplastar harina de mandioca, igual que el que había visto en lo de Caballero.

Sentí muchas ganas de hacer pis, pero no estaba seguro de poder levantarme de la hamaca, también sentía mucho mareo y nauseas.

—Tengo que ir al baño —dijo Nico.
—Yo también —dije yo y me levanté pisando inestable.

Salimos los dos por la puerta y me cegó la luz. Caminamos unos metros sin un rumbo claro. En cada paso sentía que me subían bichos por las piernas. Vi que no había un lugar especial para ir y me desabroché el pantalón e hice pis en el pasto. Nico hizo lo mismo, pero cuando yo terminé y volvía para la choza, él encaró hacia la selva.

—Me estoy cagando —escuché.

Entré a la oscuridad y me metí en la hamaca de nuevo. Las nauseas eran cada vez más fuertes. Sé que hablé con Roger, hablé con Luis y con Mario, pero no me acuerdo muy bien de qué. Al rato llegó Nico y se metió en otra hamaca diciendo que lo que hizo después fue tan líquido como lo que hizo primero, pero sonreía y se lo veía feliz. Yo sentía que no paraba de transpirar, me sentía empapado, y a Nico le pasaba lo mismo.

El chamán se dio cuenta que ya no íbamos a querer más yopo y se tomó su parte y la nuestra. Después se levantó, se fue hasta un rincón de la casa, vomitó, se sonó la nariz sacando un buen chorro de líquido marrón y volvió. Esto último me lo contó después Roger, porque yo ya no me daba demasiado cuenta de lo que ocurría a mi alrededor. Cada vez me sumergía más en la hamaca. Sentí que alguien me acercaba una mano, pero no había nadie. Sentí palos apuntando a mi pecho. Vi muchos dibujos y a una mujer. Sentí que me empujaban hacia arriba. Y la mujer era translúcida y flotaba en el aire oscuro. Mis dedos se enredaban en los cordones de la hamaca. Los palos de la casa vibraban.

Me sentía muy cerca del vómito, pero no sabía que tan fácil iba a ser salir de la hamaca.

Después de un buen rato dejé de transpirar y se fueron las nauseas. Estaba volviendo, ya podía empezar a comunicarme otra vez con la gente.

—Pregunta Mario qué viste —dijo Luis.
—Lanzas apuntando a mi pecho y una mujer.

—Pregunta dónde estaba la mujer.
—Flotando en el aire.

—Pregunta si viste una mujer.
—Sí, una mujer… y palos en mi pecho.

—Pregunta dónde estaba la mujer.
—Flotando en el aire.

Mario se me quedó mirando fijamente y ya no habló. No sé si era algo malo lo que vi o simplemente no tenía ganas de responderme.
—Ya no tengo nauseas —le dije a Nico.
—Sí, yo tampoco, pero estuve a punto de vomitar.
—También dejé de transpirar.
—Sí, yo también…fue muy fuerte… fue una locura.

A medida que volvíamos empezamos a charlar más entre todos y a reírnos. Finalmente decidimos irnos y empezamos a levantarnos y a saludar. Yo me sentí en la obligación de preguntar cuánto le debíamos (no parecían tener intenciones de cobrar: la situación era más de haber compartido un café y unas charlas), pero bueno, los chamanes viven de esto, es su trabajo. Al final Mario nos cobró algo insignificante.

Cuando salimos me encontré con el resplandor del día y me di cuenta que todavía estaba un poco volado. El pueblito brillaba y estaba quieto. Caminamos entre las casas. Había de todo tipo: unas pocas de ladrillo, otras de paja y madera, otras de puro paja, unas incomprensibles de techo de chapa y paredes de paja y una que llamaba la atención por encima de todas, era un inmenso cono curvo de paja. No tenía ni techo, ni paredes, ni aristas, era una sola pieza de simetría radial y de unos seis o siete metros de alto. Un cono sigmoideo con la punta de paja de un marrón más oscuro.

Churuata
Choza en Churuata de Don Ramón.

Y seguimos bajando. Nunca había aspirado un yopo tan fuerte, ni por lejos.

Ya habíamos averiguado que en el pueblo de al lado había otro chamán. De hecho hay más de uno en cada comunidad. El chamán que nos dio el yopo potente era de la etnia piaroa y nos dijo que el otro chamán era de la etnia jivi y que entre ellos no se entendían el idioma.

Fuimos caminando al otro pueblo, que se llama La Coromoto. El nuevo chamán era un viejito muy simpático. Hablaba jivi y castellano. Masticamos caapi y tomamos un poquito de yopo de una manera casi simbólica. Tomamos poco y era mucho menos fuerte. Nico le compro todo el kit para el yopo y yo le compré un platito que era lo único que me faltaba. Nos divertimos mucho charlando con el viejito. Le pregunté si tenía la maraca con plumas ceremonial y trajo una fantástica, toda negra con plumas negras de puntas blancas.

chaman
Chamán jivi con su maraca.

Finalmente le compramos un poco de yopo, que nos avisó que no estaba muy fuerte, pero que él lo prefería así.

yopo
Cositas del yopo.

ruta Manaus - Puerto Ayacucho

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