Vamos hacia Venezuela por un paso remoto y notablemente desconocido. La última parada fue São Gabriel da Cachoeira, Brasil, donde tuvimos que esperar un mes para encontrar una embarcación que nos llevara más al norte. Ahora vamos remontando el Río Negro en el crujiente barco del Bamba. Los motores rugen día y noche: de día para avanzar, de noche para mantener encendidas un par de heladeras con provisiones y para bombear el agua que se filtra entre las tablas del casco. Siempre tiene que haber alguien despierto controlando que los motores no se apaguen.
Hay doce hamacas en la cubierta de abajo y doce en la de arriba. La primera noche la cocinera venezolana Laurita y su hijo Jesús durmieron en la de arriba con nosotros. Las siguientes noches Laurita durmió con el capitán. Como siempre nos ocurre con los niños, hemos hecho buenas amistades con Jesús. Él ya aprendió que la mitad de las cosas que le digo no tienen sentido. El tripulante Abelardo es venezolano y trabaja sin parar. El tripulante Seu Yuca es brasileño, simpático y agradablemente embustero. Los rulos canosos se le escapan por debajo de la gorra y siempre se muestra sonriente. Hay dos señoras mayores e indígenas, una de 72 años y la otra de 69. La de 72 se llama Severiana, nació en Brasil pero vivió toda su vida en Venezuela y ahora está tramitando la nacionalidad brasileña, ella solamente nos acompañará hasta Cucuí. La de 69 años es venezolana, dice que una vez pensó en mandar a matar a su marido pero que después decidió irse a Cuba. Ahora, en el barco, se queja de todo, principalmente de cualquier cosa que haga Wilson. El brasileño Wilson es garimpeiro, es decir, buscador ilegal de oro. Los garimpeiros son ilegales por el impacto ecológico que generan al remover la tierra y al usar mercurio en la separación del metal. Trabajan en campamentos bien metidos en las profundidades de la selva. Algunos han tenido conflictos armados con los nativos, los militares y algún otro que se les ha cruzado en el camino. Wilson es simpático, extrovertido, verborrágico, con buen sentido del humor y devoto de la cerveza. Es garimpeiro buzo, la especialidad más riesgosa. Nos cuenta que se sumerge hasta seis horas seguidas y hasta treinta metros bajo el agua. Con grandes mangueras succionadoras los buzos remueven el fondo del río en total oscuridad. Seis horas… en el fondo del río… a oscuras. El mayor riesgo proviene de la posibilidad de una interrupción en el flujo de aire que le bombean para respirar. Un motor que deja de andar, un tronco que se engancha en una manguera, cosas así. El buzo podría salir rápido a flote pero la despresurización vertiginosa genera burbujas en la sangre y muerte. Wilson nos comenta que acaba de venir de Pico da Neblina, el punto más alto de Brasil. Es una zona de muy difícil acceso en tierras yanomamis, un territorio conflictivo, los propios yanomamis prohíben la entrada al lugar a cualquier persona que no sea de su tribu. El conflicto principal es justamente por los garimpeiros. Los nativos no quieren que nadie entre a destruir sus hábitats. Pero Wilson nos dice que estuvo una semana ahí en paz con los yanomamis y que logró extraer casi un kilo de oro. También nos cuenta que en algún momento trabajó en las cocinas de cocaína, pero que ya no.
Wilson no es el único garimpeiro a bordo, también está el brasileño Nelson. A pesar del parecido de sus nombres y sus profesiones, no los confundo. Nelson también es amable y sonriente pero, en cambio, él es indígena, callado, calculador y más bien tranquilo. Además tiene un collar del que le cuelga una piedra dorada de forma retorcida y caprichosa, un pedazo de oro en bruto que el alquimista Wilson ya habría convertido en cerveza. Nelson nos cuenta que hace unos veinticinco días también anduvo por Pico da Neblina donde trabajó pagando a los yanomamis una comisión de tres gramos por mes. Dice que se fue porque ahora se pusieron más duros. Me quedé con ganas de preguntarle a qué se refería.
Al atardecer del segundo día de viaje llegamos a Cucuí, que es la última población antes de la triple frontera. Desde el pequeño pueblo hacia el norte se puede ver la imponente Piedra de Cocuy (1°14′8″N, 66°49′10″W) ya en territorio venezolano. Es una montaña compuesta por una roca de 400 metros de altura que emerge sobre la selva. La piedra se formó en el precámbrico, es decir, en la primera etapa geológica del planeta, muchos millones de años antes de que se formara el continente sudamericano, incluso muchos millones de años antes de que se formara el antiguo supercontinente Pangea. Esa gigantesca piedra está ahí no solo desde antes de que existiera el concepto de “lugar” sino desde antes de que existiera ese “lugar”.
En el pueblo de Cucuí se encuentra el último puesto de control brasileño. Ahí los militares nos chequearon los documentos y hasta nos sacaron fotos. Luego dormimos en el barco amarrados al muelle del pueblo.
Por la mañana tardamos en salir. Primero los tripulantes estuvieron un buen rato ocultando grandes mangueras en el fondo de la bodega del barco. Según me explicaron, transportamos material para los garimpeiros: gruesas mangueras para la succión del barro y unas cincuenta piezas de hierro llamadas caracoles, que se usan para fabricar las bombas de succión. Nos dicen que el problema no es que el cargamento sea ilegal sino que es la principal razón que disponen los militares venezolanos para intentar sacarles todo lo que puedan.
Luego estuvimos varias horas simplemente esperando. Parece que, desde algún lugar río arriba, un informante se encuentra oteando la costa venezolana a la espera de que los militares se vayan a almorzar.
En algún momento arrancamos a toda marcha y, luego de salir de Brasil cruzando la invisible triple frontera, fuimos arrimados al lado izquierdo, junto a la costa colombiana, sin despegar los ojos de la costa venezolana, intentando llegar a la Guadalupe antes de que nos interceptaran los militares bolivarianos.
Llegamos. Según Abelardo, tal vez no nos hayan seguido porque no debían tener combustible. Aunque también había posibilidades de que nos interceptaran más adelante.
Esta parte la explica mejor Vane en este video:
En La Guadalupe tuvimos que mostrar los documentos. El lugar no es mucho más que una oficina militar colombiana junto a una gran antena parabólica destruida por el abandono, una pista de aterrizaje de tierra y un par de familias de la etnia kurripako que, según nos informa el empleado militar, ahora son pocas debido a los desplazamientos por conflictos con la guerrilla.
Algo que me resultó gracioso es que, ante una pregunta del militar, Nelson respondió que era agricultor. Luego, ante la misma pregunta, Wilson respondió directamente que era “garimpeiro”. Entonces Nelson, sonriente, tradujo como “minero”. Y así quedaron completos los papeles migratorios.
En algún momento, mientras seguíamos amarrados a la costa selvática de La Guadalupe, se escuchó que se acercaba una lancha a todo motor. Entonces los tripulantes se apuraron a esconder las mangueras y los caracoles sumergiéndolos en el río. Luego Laurita nos dijo que venían los venezolanos y nos pidió que los filmáramos para que quedara constancia de los hechos. Pero Wilson opinó que mejor no filmáramos nada, que somos argentinos, que no tenemos nada que ver con eso, que no nos metiéramos en problemas.
Finalmente, con los militares venezolanos ya a la vista, decidimos hacerle caso a Laurita y filmar, aunque con disimulo. No ocurrió demasiado, los soldados llegaron desde el sur, se aproximaron a nosotros aminorando la marcha, realizaron una curva cerca del barco, hicieron gestos de amenaza y, sin detenerse, volvieron a acelerar el motor perdiéndose río arriba, supongo que conscientes de no poder tocar tierra colombiana.
Luego las horas pasan mientras los tripulantes aprovechan para hacer arreglos mecánicos.
Alguien nos cuenta que el plan es salir a la una de la mañana protegiéndonos en la discreción de la oscuridad de la selva. Pero no resulta ser así. Entiendo que en algún momento hay cambio de planes. Vamos a separarnos: Seu Yuca se queda con un bote con los materiales escondido en algún arroyo selvático colombiano mientras nosotros seguimos viaje remontando el Río Negro, que ahí lo llaman río Guainía.
Finalmente llegamos a San Felipe, el destino final de nuestro barco, un pueblo colombiano asentado sobre un puñado de calles de tierra. Nos cuentan que solía estar controlado por la guerrilla hasta hace muy poco, por las FARC, las recientemente desmovilizadas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, pero hace unos diez años llegaron los soldados del ejército colombiano y tomaron el pueblo. Dicen que la guerrilla no ofreció resistencia, simplemente cruzaron a Venezuela.
El barco de Bamba se quedará unos cinco días en San Felipe vendiendo los productos que trae desde Brasil. Me pregunto qué hace con los pesos colombianos obtenidos en las ventas, y tal vez la respuesta sea comprar oro a los garimpeiros y venderlo a mejor precio de vuelta en su país. Algo que no quiero asegurar.
El Bamba nos deja quedarnos en el barco, incluso nos da de comer. Seguimos alimentándonos de las excelentes comidas que nos hace Laurita desde que salimos de São Gabriel. Hay muy buen clima acá y nos da la sensación de que el capitán les cae bien a todos en esta región. Es el que trae provisiones, el que los comunica con Brasil, el que les compra los productos locales. Los indígenas se acercan al braco ofreciendo algún casabe, ananá o açaí y Bamba no discute el precio. Aunque en realidad no es por precio sino por intercambio: un paquete de harina, arroz, azúcar, lo que se necesite.
Y además a Laurita y el capitán se los ve enamorados, felices.
En frente, del otro lado del río, se encuentra el pueblo venezolano de San Carlos, que es bastante más grande que San Felipe, algo así como diez cuadras por diez cuadras. Es el único pueblo en muchísimos kilómetros a la redonda en el selvático estado de Amazonas. Abelardo nos explica que hasta hace unos años tuvo un gran desarrollo por la inversión social del chavismo, pero que ahora está todo parado, no hay ningún negocio allá enfrente, eso dice. Ya lo veremos con nuestros propios ojos. Hacia allá es hacia donde pretendemos dirigirnos, luego hacia el fantástico brazo Casiquiare, a las tierras yanomamis, a seguir viaje rumbo al Orinoco.