Chamanismo en Huancabamba

Viajamos a Huancabamba, el lugar más tradicional del chamanismo de las sierras peruanas. Un pueblo entre las montañas, entre frías lagunas a 3800 metros sobre el mar, un lugar al que se accede por un camino serpenteante, a veces de asfalto, a veces de ripio, un camino un tanto peligroso en épocas de lluvia, un peligro que parece anticipar la apuesta de riesgo que conlleva el viaje interno.

Ahí conocimos al chamán Duberlí Guerrero. Él nos invitó a una ceremonia en su casa, en su sótano. El suelo era de tierra húmeda, las paredes (que costaba saber dónde comenzaban) estaban llenas de fotos que tal vez fueran de pacientes o parientes de pacientes. También había dos cueros de boas adheridos al revoque con tachuelas y tres afiches: dos del actor rapero John Cena mostrando sus músculos desarrollados y otro de una modelo semidesnuda con una boa enroscada sobre sus curvas pronunciadas. A la derecha, sobre una esquina del suelo, estaba instalada una mesada tradicional con espadas, santos, piedras, limones, etc. A la izquierda, sobre un lateral, había tres o cuatro colchones tirados en el piso. Sobre los colchones, los pacientes. Eran diez a nuestra derecha y una a nuestra izquierda, una chica llamada Laurita. Laurita tiene quince años y mide poco más de metro treinta. Indígena, cachetona, manos pequeñísimas y piel lisa y oscura. Había venido con la foto de un chico de su pueblo, para un amarre. Venía, sin dudas, con amor inseguro y adolescente. Otra de las pacientes era una mujer ojerosa, de piel amarillenta, labios pálidos y que casi no podía caminar sin ayuda. Imaginé que tendría una enfermedad hepática grave.

Luego lo curioso fue que el chamán se tomó casi todo el San Pedro. Primero nos ofreció a nosotros (solo aceptamos los hombres y Vane) pero solo nos sirvió un trago a cada uno. Los dos vasos restantes se los tomó él, el chamán Duberlí Guerrero. Por otro lado los ayudantes se dedicaron a tomar licor.

La ceremonia fue muy larga, varias horas en la que el chamán invoco repetidas veces a Jesusito, Diosito y diferentes vírgenes y nos persignamos en muchas ocasiones. Los pacientes a veces dormíamos y a veces no. En algunos momentos se escuchaban ronquidos.

Promediando la mitad de la noche hubo espadas de metal y espadas de madera recorriendo nuestros cuerpos. Luego un par de veces Duberlí nos escupió agua florida (acto al que le llaman florecimiento y que hemos adoptado con Vane pero que solo lo practicamos en días cálidos) y en una ocasión uno de los ayudantes también nos escupió un gajo de lima en el pecho a cada uno. En otras ocasiones, repetidas veces, el chamán pidió salud para cada uno de nosotros y luego trabajo y dinero. Y también hubo (esta vez sin mencionar a Jesusito) conjuros contra quienes nos envidiaran y hasta una bendición para una camioneta a través de los papeles de registro que su dueño había traído en una carpetita de plástico trasparente y que ahora descansaban junto a los limones y a la foto del conjurado deseo de Laurita.

En privado, Duberlí me preguntó a quién de nosotros dos le solía doler la cabeza. Le contesté que a ninguno. Luego me ofreció un licor que dijo que estaba mezclado con ayahuasca. Acepté.

Al amanecer regresamos caminando al hotel un poco apurados bajo una llovizna suave. Dormimos profundamente.
Ahora seguiremos hacia Ecuador, cruzaremos por las montañas.

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Chamanismo en Túcume

Viajamos a Túcume en busca del chamán Orlando Vera, hijo del conocido maestro Santos Vera. Queríamos vivir una experiencia de ceremonia tradicional de San Pedro, de esas que se han ido heredando de padre a hijo o de maestro a discípulo desde siempre, desde los antiguos.

Túcume queda a unos treinta kilómetros al norte de Chiclayo, junto a un sitio arqueológico formado por edificios piramidales construidos en adobe por la cultura sicán o lambayeque hace unos mil años. El pueblo nuevo es amarillento, caluroso y de casas bajas, muchas de ellas coronadas de hierros de construcción, aunque esto último es característico de todo el Perú, los hierros de obras erizados sobre los techos esperando un piso más. Perú es un país de hogares sin terminar.

El centro de sanación de Orlando Vera queda en las afueras de Túcume, un poco más allá de las antiguas pirámides. Ahí fue la ceremonia, por la noche, al aire libre, con luna llena. Éramos más de diez y menos de veinte.

Antes de comenzar, en privado, Orlando nos explicó que, si bien siempre había trabajado con San Pedro, ahora usaba más la ayahuasca. Nos dijo que de esa forma la cura es más rápida que con los cactus.

Todos los pacientes tomaron ayahuasca menos nosotros dos que pedimos específicamente que nos dieran San Pedro, wuachuma, el cactus visionario de los Andes. Entonces uno de los dos ayudantes del chamán nos sirvió un vaso de líquido casi cristalino, no muy concentrado.

Media hora después una de las pacientes empezó a sentirse mal, realmente mal, creía que iba a morir. Orlando, en ese momento y luego en otras varias oportunidades, la hizo callar explicándole que ya se le pasaría, que la ayahuasca era así.

La ceremonia empezó con cantos frente a una mesa tradicional de espadas, santos, perfumes, caracoles y esas cosas. Los cantos eran en castellano y mencionaban a Jesusito y Diosito repetidas veces.

En la oscuridad la luna llena iluminaba fuerte, las sombras eran nítidas, cortantes. Los rezos emitían asperezas de maracas y soplidos. Finalizado uno de los cantos, Orlando y su maraca hicieron silencio, el aire quedó expectante por unos segundos y a continuación se escuchó el chirrido de un pájaro desde un árbol en las sombras. Entonces uno de los ayudantes del chamán dio cinco pasos al frente, se agachó, volvió a levantarse, revoleó una piedra hacia las ramas oscuras y el pájaro no volvió a interrumpir.

Pasados algunos rezos y más cantos Orlando comenzó a llevarse de a uno a los pacientes cuatro o cinco pasos más allá para frotarles espadas de metal y de madera por todo el cuerpo y luego consultarles en privado por sus dolencias en particular. Cuando llegó nuestro turno el chamán comprendió que con Vane estábamos en una frecuencia muy diferente a la del resto de los pacientes, un poco por haber tomado San Pedro en lugar de ayahuasca, pero sobre todo porque, a diferencia de los demás, no habíamos ido a curarnos de nada o, mejor dicho, no habíamos llegado a él arrastrados por el temor de ninguna dolencia en particular. Entonces nos sugirió que si queríamos podíamos irnos. Respondimos que sí y uno de los ayudantes nos llevó hasta el pueblo en motocar.

Pasamos el resto de la noche diciendo pavadas en la habitación del hotel, conectándonos con el humor, que tan difícil nos resulta contenerlo en las ceremonias.

Ahora seguimos hacia el norte, hacia Huancabamba, el pueblo de mayor tradición chamánica del Perú. Queda en las montañas, cerca de la frontera con Ecuador.

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Las Delicias del tiempo

Conocí a la hija del Tuno a principios de 1998. En aquel momento yo no sabía que era la hija del Tuno. Ni siquiera sabía quién era el Tuno, él había muerto poco más de un año antes, en noviembre de 1996. Él fue un famoso chamán del norte peruano y Julia, una hija que siguió su tradición.

En un estético y agradable documental de 1978 el antropólogo Douglas Sharon inmortalizó al Tuno:

 

https://www.youtube.com/watch?v=NVS7oSxuBts

 

Ahora, veinte años después, me reencontré con Julia por esas cosas raras del destino. Ocurrió porque le conté a Carlo Brescia que la primera vez que probé San Pedro fue en Las Delicias y luego él me dijo que entonces debió haber sido con Julia Calderón Ávila. Y que, si bien no la conocía personalmente, creía que todavía vivía por ahí. Así fue que decidimos ir a buscarla.

Las Delicias queda en la costa, a unos diez kilómetros al sur de Trujillo. Es un pueblo de casas bajas y colores desaturados, un trozo de suburbio convertido en balneario, un balneario que está fuera de temporada todo el año. Fue fácil encontrar a Julia, en los pueblos pequeños todo el mundo se conoce. Nos recibieron muy bien, con curiosidad, con alegría, con recuerdos borrosos, como si alguien llegara sorpresivamente un día a tu casa y te dijera: vengo a buscarte, yo te conocí hace veinte años y eso cambió, de alguna forma significativa, el rumbo de mi vida.

Esa noche nos alojamos en el antiguo hogar familiar, ahora en desuso, un caserón de dos plantas a punto de ser demolido.

 

 

La primera noche, caminando por habitaciones vacías y despintadas, encontré las fotos familiares del legendario Eduardo Calderón Palomino, el Tuno, sobre un armario. Fotos viejas, algunas desteñidas, sobre todo las polaroid. Fotos del chamán y sus mesadas, de ceremonias en Perú, ceremonias en Alemania, rodajas de San Pedro, círculos de piedras, casas de adobe junto al mar, espadas, velas, caracoles, perfumes, cuises, antropólogos y cosas así.

 

 

Al día siguiente olvidé decirle a Julia que las había visto. Espero que no hayan demolido la casa con las fotos dentro.

No solo fue la añoranza lo que me llevó de nuevo a Las Delicias, también fue la curiosidad. En aquel entonces, en el 98, Julia y su hermano Paco me habían hablado de unos peces alucinógenos. Aquella vez quise probarlos pero estábamos justo en la época de la corriente de El Niño y, por alguna razón ecológica que desconozco, no aparecían en las redes de pesca. Nunca más volví a escuchar sobre esos peces, ni he encontrado ninguna información bibliográfica al respecto. Y ahora, veinte años después, le pregunto a Julia sobre los peces locos.

–Los chalacos… Los borrachos –me dice.
–Eso, los borrachos –contesté, creyendo recordar algo.

Entonces ella me contó que nunca hubo un uso chamánico de los “borrachos”, que simplemente la gente los comía porque comían todo lo que salía en la pesca. Y que al comerlos de forma habitual dejaban de tener efecto, las visiones desaparecían.

 

La magia de Julia hizo que me creciera una cabellera con adornos navideños.

 

Tres días después, por pura casualidad, siguiendo nuestro camino hacia el norte logramos identificar a la especie en un museo de Huanchaco. El nombre científico es Scartichthys gigas.

 

La cara del pescado no se ve, pero la chica la está imitando.

 

Esta vez tampoco pude probarlos. Mis dos visitas a la costa norte del Perú coincidieron con el final de las últimas dos corrientes de El Niño y no hay borrachos en las redes.

Ahora seguiremos hacia Túcume. Ahí vive otro famoso chamán, el maestro Orlando Vera. Queremos hacer una ceremonia con él.

 

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Ceremonia de wachuma en Huaraz

Íbamos a comenzar el día recolectando San Pedros (Trichocereus pachanoi, los wachumas, los cactus visionarios de los Andes) en una quebrada a una hora en auto al norte de Huaraz. Conducía Louis-Marie y a su lado iba Antoine (ambos belgas). Atrás nos apiñábamos Carlo, Gustavo (ambos peruanos), Vane y yo. Íbamos por una ruta sinuosa con ranchos a los costados. En uno de ellos compramos algo de pan casero porque, según Carlo, es mejor así, sin tanto ayuno para un largo día de trabajo. Media hora después, en una curva hacia la izquierda, que a mí me pareció similar a varias que ya habíamos pasado, Louis-Marie salió de la carretera y nos estacionó entre las rocas. Bajamos, comenzamos a trepar la montaña y a los cinco minutos de subida aparecieron los primeroscactus.

Entonces Carlo y Louis-Marie prepararon una ceremonia para pedir permiso a los espíritus y seguir trepando. Carlo y Louis-Marie conocen cada uno de los wachumas que crecen en esa zona.

En la tarde fue la preparación: los pelamos, separamos la parte verde, los trituramos en un mortero y hervimos durante horas. Ellos tienen una forma particular de cocinarlo, lo hacen sin agua, simplemente machacando, hirviendo la pasta y colando con paciencia.

La ceremonia empezó al anochecer. Con bosque, río, instrumentos musicales, pututus, piedras, sin santos, sin padrenuestros ni avemarías. Los pututus también son instrumentos musicales, pero antiguos, son conchas de caracoles marinos de gran tamaño (Lobatus galeatus) con un agujero en la punta por donde se sopla a modo de trompeta. Se usaron desde tiempos inmemoriales en los andes. Se traían desde las costas de lo que hoy es Ecuador.

Fueron diez horas potentes en el bosque. La mayor parte la pasamos junto al fogón con cantos y música hipnótica donde primero predominaron los instrumentos de percusión tocados con suavidad y luego el sonido prolongado de unos largos instrumentos de viento que había llevado Gustavo. Hasta hubo lluvia de meteoritos esa noche brillante y sin luna. Los destellos se nos quedaron en las pupilas.

Vane y yo habíamos sido invitados por Carlo Brescia y, en esa jornada de sentidos sensibilizados, percibí con fuerza lo que ya sabía, que Carlo transmite paz, comprensión y empatía como pocos. En Perú, vivir una ceremonia de San Pedro bien natural es ir a Huaraz y pasar un gran día con Carlo y Louis-Marie.

Ahora cruzaremos la cordillera blanca para llegar a Chavín de Huántar, un pueblo junto a las ruinas de lo que fue el centro administrativo y religioso de la cultura Chavín que existió entre los años 1500 y 300 antes de Cristo. Ahí se encontró una piedra tallada de un chamán sosteniendo un wachuma, una de las más antiguas evidencias arqueológicas del uso del cactus visionario.

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Sudamérica (2017-2019)

Comienza un nuevo viaje. Hacia el norte. Empezamos por Bolivia, mi país preferido, un país literalmente alucinante.

Allá, una vez más buscamos y encontramos achuma (también llamado San Pedro), el cactus visionario, alucinógeno, psicodélico o enteógeno, según quién lo mire. En este caso fue una especie muy poco conocida y con el que ya habíamos tenido un fugaz encuentro, el Trichocereus werdermannianus (sinónimo: Echinopsis werdermannianus). Este enigmático cactus crece en la zona de Tupiza en Bolivia y, si bien no está muy estudiado, se especula con que sea un híbrido de T. terscheckii con T. taquimbalensis o con algún otro cactus de la zona.

Algunas espinas recuerdan al T. atacamensis

Lo que nos preguntábamos con Vane era si efectivamente podía considerarse un cactus psicoactivo y de uso ceremonial. Nuestra duda provenía de haber escuchado opiniones muy divergentes al respecto y, sobre todo, porque no pudimos encontrar ninguna experiencia personal informada en internet con este cactus ni con ningún otro de la zona de Tupiza. Entonces las preguntas eran: ¿Es Trichocereus werdermannianus un cactus psicoactivo? ¿Fue utilizado por los antiguos pueblos originarios de la zona? La primera pregunta era fácil de responder, solo había que viajar a Tupiza y probarlo.

Entonces, luego de nuestra corta y burocrática estadía en Buenos Aires, salimos de nuevo a las rutas. La primera parada la hicimos en Humahuaca visitando a unos buenos amigos en el Giramundo Hostel. Luego un bus a la frontera con Bolivia y otro hasta Tupiza. En un par de días ya estábamos frente a los gigantescos cardones.

Otra característica agradecida de estos cactus es el lugar donde crecen. Si uno sale caminando desde Tupiza hacia cualquier punto cardinal, va a encontrar espectaculares montañas y quebradas con achumas y otros notables cactus creciendo por todas partes. El lugar es tan imponente que da la sensación de que la mescalina de los San Pedros se hubiera filtrado hacia todas la formaciones geológicas de la zona.

Entonces, caminando entre el llamado Cañon del Inca (a un par de kilómetros al sudoeste del pueblo) y el Cañon del Duende (un poco más al sur), elegimos una de las tantas ramas caídas de los enormes San Pedros, cortamos un pedazo y le sacamos las espinas. Ya de vuelta en el hostel, lo pelamos, separamos la parte verde, la secamos al sol y la molimos. Al día siguiente, volviendo hacia el Cañon del Duende, tomamos un par de puñados del polvo y lo bajamos con agua.

Al Cañon del Duende se entra por una grieta en una gran pared que asemeja la muralla de una ciudad medieval.

Y eso es poco, lo que viene después es un paisaje realmente sorprendente: no se necesita mescalina para considerarlo alucinante. Solo puedo describirlo en fotos.

O en video.

El T. werdermannianus sí resultó ser psicoactivo. Las náuseas, el vómito, la psicodelia y la emoción a flor de piel.

Vane me dijo que se concentraba sin querer. Y yo pienso que hay algo interesante en el tema de la atención. Nos convertimos en personas diferente según a qué cosa prestamos atención y a qué cosa no. Y hay algo más oscuro en la toma de decisión sobre nuestra atención. Cierta retroalimentación entre la atención, la percepción y la siguiente atención. Por lo pronto, aprovechando que había perdido mi celular hacía unos días, decidí no volver a comprarme otro por un tiempo.

La segunda pregunta surgida al inicio del viaje, sobre sí los originarios de la zona usaban este cactus en forma ceremonial, es más difícil de responder pero el registro de un cronista anónimo de la época de la colonia en la zona de Potosí me hace pensar que probablemente sí lo hayan usado los antiguos:

“… del corazón de la achuma que es un gran cardón de su naturaleza medicinal hacía que cortasen una como hostia blanca y que puesta en un lugar adornado de varias flores y hierbas olorosas y la achuma con sartas de granates y cuentas que ellos más estiman era adorada como Dios persuadidos que allí estaba escondido Santiago (así llaman al rayo) danzaban y bailaban delante de ella ofrendábanle plata y otros dones luego comulgaban tomando la misma achuma en bebida que les privaba de juicio. Ahí eran los éxtasis y visiones, aparecíaseles el demonio en forma de rayo.” (Archivium Romanum Societatis Iesu, Roma, Peru, Lettere Annue IV 1630-1651, folios 48-60. Carta Annua. Año 1637. [Citado en castellano por Estenssoro 2001]).

Ahora vamos hacia La Paz, a visitar a Álex Ayala Ugarte, un amigo periodista y escritor del cual recomiendo todos sus trabajos y especialmente su último libro Rigor mortis. Luego viajaremos hacia la Isla del Sol en el lago Titicaca, en busca de la belleza del lugar y de otro Trichocereus muy particular.

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San Pedro, charango y selva

Vane vomitó cuatro veces. Y todo comenzó a brillar. Los colores también. El San Pedro hacía ruido en mis tripas. Aunque no tanto como en el baño. El charango también hacía ruidos. Brillantes. Pero ruidos. El cielo detrás de las ventanas se oscureció y volvió a iluminarse. Vane regresó del baño y me hizo reír como siempre. Un poco más también. Llovía. Mis manos apenas se despegaban del charango. Aprendí a poner los dedos en Fa+, Sol7, Do+, Mi7 y La-. Y a saltar de uno a otro. Sin esfuerzos. Como un niño descerebrado. Vane me hacía reír.

Y me hizo ver animales en el cielorraso de madera.

El San Pedro tal vez fuera Trichocereus scopulicola, o en todo caso T. pachanoi. Esos cactus tienen mescalina. La mescalina pasa al agua del té, luego a la sangre. La sangre llega al cerebro. La mescalina toca los neurorreceptores 5-HT2A de la serotonina.

Finalmente fue saliendo algo parecido a música. Si es que se puede definir qué es música y qué no lo es. Era la primera vez que tocaba un instrumento.

Por la ventana se intuían los tejados de Sucre.

Una semana después estábamos en Potosí, visitando las minas. Salteamos las turísticas agencias y nos fuimos en trufi hasta el campamento minero en la base del Cerro Rico, un lugar desolado, de obradores de chapa sobre tierra removida, un lugar donde abunda el gris y el marrón. Ahí, por casualidad nos cruzamos con Basilio Vargas, el protagonista de un documental que había visto hacía tiempo y que recuerdo que me gustó. Es del año 2005. En aquel momento Basilio tenía catorce años y trabajaba en las minas. La película ganó muchos premios y hoy Basilio sigue en las minas.

Entramos a una con un amigo de Basilio. A pocos metros de ahí, Vanesa, la hermana de Basilio, rastrillaba piedras grises sobre un fondo gris.

La mina era parecida a muchas otras de Bolivia.

Una semana después estábamos en Cochabamba, consiguiendo un mapa detallado en el Instituto Geográfico Militar para entrar al TIPNIS (Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure). Nuestro próximo destino es la selva, en el centro de Bolivia. El Chapare, un lugar al que no va casi nadie.

Entonces buscamos las oficinas de las SERNAP (Servicio Nacional de Áreas Protegidas) para sacar los permisos, pero no la encontramos. La única dirección que conseguimos nos llevó hasta una casa en las afueras de la ciudad, una casa abandonada. Un vecino nos dijo que se habían mudado hacía tiempo.

Después de haber paseado por diferentes oficinas de la municipalidad, finalmente, un empleado que había trabajado ahí nos informó que se habían trasladado a Villa Tunari.

Bajamos a la selva, a Villa Tunari. Acampamos en el Hostal Mirador, que es muy recomendable, tiene de todo: habitaciones (desde 47 bs. por persona), camping, piscina, cocina, un gran jardín selvático, un orquidiario, mesas de pool, ping-pong, metegol y vistas increíbles al río y las montañas, por lejos las mejores del pueblo. Si dicen que van de parte nuestra les hacen descuento.

Nos recibió el calor y la humedad del Oriente y unos mosquitos violentos. Tuvimos que comprar un mosquitero extra para la carpa. La trama del original no era suficientemente fina para esas bestias selváticas. Nos costó encontrar las oficinas. Estaban en el Auditorio, un gran edificio circular en un limbo entre la inauguración y el abandono, a unos dos kilómetros del pueblo (16°59’11″S; 65°25’59″O). Y más nos costó encontrar a sus empleados en algún horario laboral. Tardamos una semana en conseguir el permiso para entrar al TIPNIS. Demasiados conflictos: los conflictos entre las etnias y los conflictos con los narcos. Ahí están las plantaciones de coca y las cocinas de cocaína.

Una vez que obtuvimos los permisos, viajamos en auto compartido hasta Eterazama, un polvoriento y caluroso pueblo inflado por los dólares de la cocaína. Luego otro auto compartido hasta Isinuta (16°44’59″S; 65°38’29″O). Ahí acaba el camino para vehículos normales. Ahora nos quedaban cuatro horas en camión Unimog y una larga caminata por selva de montaña para llegar a las comunidades aborígenes de las etnias moxeño trinitario y yuracaré, comunidades tan aisladas que ni siquiera figuran en el mapa del Instituto Geográfico. Están más al norte que las plantaciones de coca de los Quechuas y Aimaras, más al oeste que las cocinas de cocaína.

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Antiguos registros del uso de Trichocereus

Cada vez más metidos en el mundo de las pinturas rupestres de la cultura Aguada de Catamarca, fuimos hasta La Resbalosa, unas cuevas ubicadas a unos doce kilómetros de Icaño.

Entre dibujos abstractos y figurativos, una vez más pude ver imágenes de cactus, incluido uno en forma de cruz sobre otro con todo el aspecto de un achuma (San Pedro) (Trichocereus terscheckii).

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Un flechazo al sol

Después seguimos hasta una laguna que figuraba en el GPS. Fuimos por huellas de animales, otra vez abriéndonos camino y agachándonos bajo las espinas hasta gatear en las zonas más complicadas.

Sentí que llegaba a un lugar extraviado, una laguna habitada solamente por pájaros y ramas secas.

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Catamarca

Daban ganas de seguir. Un baqueano nos había comentado que había otras pinturas rupestres pasando la laguna, pero no sabíamos el lugar exacto y tampoco teníamos mucho tiempo. El sol, una vez más, se acercaba a las montañas. Volvimos apurados, con la luz justa. Teníamos linternas, pero las luces pequeñas de poco sirven para caminar por picadas muy cerradas en el bosque. Llegamos a Icaño de noche después de haber caminado unos veinticinco kilómetros. El último tramo lo hicimos como hipnotizados por la luz de las linternas y el dolor en las piernas.

Unos días después fuimos invitados al Congreso Anual de Arqueología que se realizó en el hotel Hilton de Tucumán. Entonces viajamos un poco a dedo y un poco en bus hacia la provincia de perros malos. Ya en el congreso, además de escuchar las charlas y consultar con los expertos un par de dudas que seguía teniendo, también nos invitaron a hacer stand up “científico” en el día de la fiesta. Fue un poco loco y un poco estresante inventar y practicar, de un día para otro, chistes sobre arqueología. Pero nos divertimos a pesar de lo caótico que fue intentar arrear humorísticamente a unos mil arqueólogos, ya ebrios en su mayoría. Creo que Vanesa puso agradablemente incómodos a más de uno, haciéndoles notar que muchos barbudos llevaban camisa a cuadros hasta en la noche de la fiesta; aunque no tanto como en las charlas, donde más bien nos habíamos sentido en un congreso de leñadores.

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En el humor inteligente, lo importante para la expresividad es que estén bien iluminadas las partes bajas.

Lo más interesante del encuentro fue un simposio de etnobotánica que se hacía por primera vez. La mayoría de las charlas eran en el teatro del hotel y fue agradablemente experimental. Hubo muestras de danzas rituales y, durante las charlas, artistas plásticos dibujando en vivo, inspirándose en las palabras de los exponentes.

Me perdí algunos datos interesantes por colgarme mirando los psicodélicos dibujos que fueron apareciendo.

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Charla interpretada por Ivan Zigaran

–Allá hay yopo, ¿viste? –Me dijo Vanesa con media sonrisa.

En un costado de la sala, sobre una mesa levemente iluminada, había un platito con hojas de coca, otro con semillas de cebil y un tarrito con el polvo marrón.

Junté un poco en un papel doblado al medio y fuimos a tomarlo al frondoso jardín botánico Miguel Lillo, justo en frente del hotel.

No tenía olor a yopo y picaba como si le hubieran agregado pimienta.

Cuando empecé a marearme me di cuenta de que no era yopo sino rapé de tabaco. Y, con la lucidez de la nicotina, de pronto me pareció lógico que el congreso no tuviera canilla libre de polvos psicoactivos.

En una de esas charlas conocí a Carlo Brescia, una persona excelente, un ingeniero peruano que se dedica a la producción audiovisual con temáticas culturales y ambientales y sabe mucho de plantas visionarias. Él me pasó algo que estaba buscando hace rato: crónicas sobre la época de la colonia donde se mencionara al cactus sagrado.

“Achuma: Cardo grande; y vn beuedizo que haze perder el juicio por vn rato.” (Bertonio 1612).

“La chuma que son vnos cardones espinosos asados en rebanadas, y puestas sobre la parte dolorida de la goza alibia el dolor, y lo quita, del sumo de esta yerba usan los indios supersticiosamente bebiendola con que pierden el sentido, y dicen que ven quanto quieren…” (Vasquez de Espinoza 1616).

“Y para concluyr con este capítulo (pues fuera nunca acabar si quisiera decir todas las Idolatrías destos Indios y superstiçiones diabólicas) remataré con una infernal que todavía dura y está muy introducida, y usada dellos y de los casiques y curacas más prinçipales desta nación y es que para saber la voluntad mala ó buena que se tienen unos á otros, toman un brebaje que llaman Achuma; que es una acua, que haçen del çumo de unos cardones gruessos y lisos, que se crían en valles calientes; bévenla con grandes çeremonias, y cantares: y como ellas sea muy fuerte, luego, los que la beven quedan sin juiçio; y privados de su sentido: y ven visiones que el Demonio les representa, y conforme a ellas jusgan sus sospechas y de los otros las intensiones.” (Oliva 1631).

“… del corazón de la achuma que es un gran cardón de su naturaleza medicinal hacía que cortasen una como hostia blanca y que puesta en un lugar adornado de varias flores y hierbas olorosas y la achuma con sartas de granates y cuentas que ellos más estiman era adorada como Dios persuadidos que allí estaba escondido Santiago (así llaman al rayo) danzaban y bailaban delante de ella ofrendábanle plata y otros dones luego comulgaban tomando la misma achuma en bebida que les privaba de juicio. Ahí eran los éxtasis y visiones, aparecíaseles el demonio en forma de rayo.” (Archivium Romanum Societatis Iesu 1637).

“La achuma es cierta especie de cardón […]; crece un estado de alto y a veces más; es tan grueso como la pierna, cuadrado y de color de zabila; produce unas pitahayas pequeñas y dulces. Es ésta una planta con que el demonio tenía engañados a los indios del Perú en su gentilidad; de la cual usaban para sus embustes y supersticiones. Bebido el zumo della, saca de sentido de manera que quedan los que lo beben como muertos, y aun se ha visto morir a algunos por causa de la mucha frialdad que el cerebro recibe. Transportados con esta bebida los indios, soñaban mil disparates y los creían como si fueran verdades.” (Cobo 1653).

“En la provincia de los Charcas hai un Cardo, que llaman Achuma, cuyo zumo bebido priva de sentido, y para este fin le usaban y usan los Indios hechiceros; porque en estando asi se les aparece el Demonio, y les responde a lo que le preguntan: y aun dicen que hai Españolas que se valen de ese embeleco, para hacer muchos, y que en esta yerva hai pacto implícito.” (León Pinelo 1656).

Me resulta muy interesante el de 1612, porque Bertonio menciona al achuma como un vocablo aimara y no quechua. Y también los de 1616, 1637 y 1656, ya que son registros de lo que era la antigua provincia de Charcas, que hoy es Bolivia. El de Vasquez de Espinoza es en La Plata, lo que ahora es Sucre; el del Archivium Romanum Societatis Iesu, en Potosí y el de León Pinelo en Chuquisaca, sureste boliviano. Hasta el momento no había podido encontrar evidencia del consumo del achuma de este lado de los Andes.

Sigo preguntándome si habría sido Echinopsis terscheckii o Echinopsis pachanoi o Echinopsis langeniformis.

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Bibliografía:

– Archivium Romanum Societatis Iesu, Roma, Peru, Lettere Annue IV 1630-1651, folios 48-60. Carta Annua. (Citado por Estenssoro 2001) [1637].

– Bertonio, Ludovico. Vocabulario de la lengua aymara. Cochabamba: Ceres, talleres gráficos “El Buitre”. 1984 [1612].

– Cobo, Fray Bernabé. Historia del Nuevo Mundo. Biblioteca de Autores Españoles, 2 vols. Madrid. 1956 [1653].

– León Pinelo, Antonio de. El Paraíso en el Nuevo Mundo. Comentario apologético, Historia Natural y Peregrina de las Indias Occidentales Islas de Tierra Firme Mar Océano. Tomo II, Lima. 1943 [1656].

– Oliva, Giovanni Anello. Historia del Reino y Provincia del Perú y vidas de los varones insignes de la Compañía de Jesús. Edición, prólogo y notas de Carlos M. Gálvez. Lima: PUCP. 1998 [1631].

– Vasquez de Espinoza, Antonio. Compendio y Descripción de las Indias Orientales. Transcrito del original por Charles Upson Clark. Washington: Smithsonian Institute. 1948 [1616].

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No todos los cactus son San Pedros

El siguiente achuma lo hice con Vanesa, a unos kilómetros al norte de San Fernando, recorriendo senderos arenosos entre bosques de espinas. Esta vez fueron unos cinco o seis centímetros de cactus para cada uno. Lo herví más tiempo. Fue más potente y casi no tuvimos náuseas. Es una planta realmente fuerte. Me da la sensación de que tienen bastante más mescalina que los San Pedros peruanos.

Lo curioso es que he escuchado a más de una persona decir que lo probó y que no sintió nada. Y no es nada raro que después aparezca la frase “el cactus te elige o no te elige”. Yo supongo que estos intentos fallidos son parte de la confusión por llamar San Pedros a los achumas o wachumas del noroeste argentino. Se los llama así por sus similitudes con los bien conocidos San Pedros peruanos y lo que ocurre es que, en Catamarca, junto con el achuma suele crecer otro cactus también muy abundante: el cardón moro (Stetsonia coryne) que es mucho más parecido a los San Pedros de Perú que el buscado Trichocereus terscheckii. Si alguien intenta identificar al wachuma poniendo “San Pedro cactus” en Google Imágenes, de seguro va a terminar cortando un cardón moro y tomando simplemente un caldo feo. Tal vez no es que el cactus no te elige, sino que uno no elige bien el cactus. No es fácil encontrar información sobre el achuma en la web. A veces buscar un dato en Internet puede ser como buscar una aguja en un pajar, si es que la paja se vuelve muy popular.

Echinopsis terscheckii - Trichocereus terscheckii - San Pedro - Achuma - Wuachuma - Andalgala
Este sí
Stetsonia coryne - Catamarca
Este no

No es pura especulación lo que digo sobre la confusión del wachuma con el cardón moro: sé de al menos una persona que le ocurrió y también he visto muchos cardones moro cortados en las zonas cercanas al camping, un lugar que en estos días suele estar vacío, pero que en verano tiene una alta densidad de mochileros que, por alguna razón o por otra, decidieron acercarse a la calurosa Catamarca y hacer sopa de cactus.

Echinopsis terscheckii - Trichocereus terscheckii - San Pedro - Achuma - Wuachuma - Catamarca
Catando marcas en Catamarca

El próximo objetivo del viaje será cruzar la sierra de Ancasti en busca del cebil, el árbol sagrado de los indígenas del norte argentino.

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Cactus visionarios en Catamarca

Andrés regresó a Buenos Aires y con Vanesa cortamos una rama de un cactus, la cargamos en la mochila y seguimos hacia Belén. Ahí dormimos en un negocio de venta de ponchos. Nos despertamos a las seis de la mañana, salimos, tiramos la llave por debajo de la puerta del negocio y caminamos por calles frías y oscuras cargando las mochilas hacia la terminal de buses para tomarnos la kombi que sale a las siete de la mañana, solo dos veces por semana, hacia Andalgalá.

Sentados en el fondo de la kombi ya calefaccionada, iluminándonos con linternas y haciendo ruido de bolsas entre pasajeros adormecidos, preparamos el desayuno mezclando avena, leche en polvo, azúcar, pasas de uvas, nueces y agua.

Andalgalá nos pareció mucho más agradable de lo que imaginábamos. Un pueblo tranquilo y arbolado. Hacia el sur se ve la planicie del desértico campo de Belén, hacia el norte las montañas de la Sierra de Aconquija.

Después de instalarnos en un camping salimos a caminar. En las afueras del pueblo un inesperado cartel que indicaba “Sitio arqueológico Los Morteritos” nos desvió hacia el noreste. Atravesamos unos terrenos, cruzamos un río y continuamos por una picada entre arbustos espinosos. Los típicos morteros, agujeros en piedras donde los indígenas molían lo que tuvieran que moler, aparecieron en una gran roca de una vertiente seca.

Los Morteritos de Andalgalá

Y junto a ellos, los enormes achumas o wuachumas. Ya empieza a resultarme sorprendente la asociación entre sitios arqueológicos y cactus psicoactivos.

Echinopsis terscheckii - Trichocereus terscheckii - San Pedro - Achuma - Wuachuma - Andalgalá

Continuamos trepando la montaña abriéndonos paso entre las ramas y las espinas. Desde ahí pudimos ver que todas las laderas de los cerros están pobladas de wachumas.

Echinopsis terscheckii - Trichocereus terscheckii - San Pedro - Achuma - Wuachuma - Aconquija

Esa tarde corté una rodaja de cactus (solo cuatro o cinco centímetros, para empezar con algo suave y en modo experimental, ya que no conocía la concentración de mescalina en Trichocereus terscheckii), le saqué las espinas, la piel y la parte blanca del centro. Lo cociné en un fogón durante un par de horas. A la mañana siguiente lo colé y lo escurrí retorciéndolo con fuerza dentro de una media limpia. Tomé una tacita en ayunas. Media hora después, mientras estaba echado en la hamaca paraguaya con Vanesa, empezaron las náuseas. Una hora y media después, recostado boca arriba en el pasto, las náuseas disminuyeron a un mínimo. Los colores se pusieron más intensos, las superficies rígidas se movieron en oleajes, la cara de Vanesa se puso más anaranjada y un poco diabólica, los pensamientos tiraron lazos hacia todos lados. Un par de horas después comimos nueces a la sombra de los nogales. Varias horas después, mientras miraba el cielo acostado dentro de la bolsa de dormir sobre un colchón de hojas de nogal, se hizo de noche.

colores

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San Pedro en Catamarca

De Fiambalá viajamos en un pequeño bus a Tinogasta y de ahí hasta Londres que, a pesar de su nombre tan europeo, se supone que fue la primera localidad fundada por los españoles en Catamarca y además, increíblemente, la segunda en el territorio argentino. Tan increíble es este dato que, de hecho, no lo creo. De lo que si podemos estar seguros es que ahora es un antiguo y agradable pueblo a unos veinticinco kilómetros al sudoeste de Belén. El mayor atractivo turístico del lugar son las ruinas de Shincal, un centro administrativo incaico ocupado en tierras paziocas (diaguitas) durante 65 años: desde la última expansión del imperio en 1471 hasta la llegada de los españoles a la zona en 1536.

Lo que más me sorprendió del sitio arqueológico fue la presencia de achumas (Trichocereus terscheckii, sinónimo: Echinopsis terscheckii), el cardón ceremonial del noroeste argentino.

Echinopsis terscheckii - Trichocereus terscheckii - Shincal

Achuma (o wachuma) es su nombre en quechua y el usado actualmente por los baqueanos y pobladores más antiguos de las zonas rurales, pero en otros ámbitos es más conocido por el nombre de San Pedro. Esto genera una gran confusión debido a que ese nuevo nombre proviene del cactus San Pedro que crece en Perú (Trichocereus pachanoi). La primera vez que escuché que crecían San Pedros en Catamarca me generó muchas dudas, ya que me resultaba raro que los T. pachanoi (o eventualmente los parientes cercanos y también cactus enteógenos Trichocereus. peruviana y Trichocereus bridgesii) llegaran tan al sur. Ahora que sé que el San Pedro de Catamarca es T. terscheckii, lo siguiente que me genera dudas es si realmente hubo un consumo continuo y tradicional del cardón o si es algo más nuevo, producto de probar cactus similares al San Pedro peruano en épocas recientes. La ausencia de registros arqueológicos referidos al cardón es lo que me genera este interrogante principalmente por la comparación con la abundante presencia de registros existente sobre el consumo de la otra planta alucinógena de la zona: el cebil o vilca (Anadenanthera colubrina); incluyendo pipas, inhaladores, muestras orgánicas antiguas y hasta informes escritos en la época de la colonia. En sentido contrario, lo primero que me hace pensar que tal vez sí haya existido un consumo continuo y tradicional (aunque minoritario por el casi extermino de los indígenas y sus culturas) del achuma es la existencia de la misma palabra achuma, término que fue utilizado por los incas para referirse a los cactus visionarios y que ahora siguen usándolo los lugareños para referirse al cardón, incluso sin tener conocimiento de sus propiedades psicoactivas.

Otro dato, que si bien es algo anecdótico me parece que tiene importancia, es que, casualmente, poco antes de viajar hacia Catamarca estuve leyendo el libro Una excursión a los indios ranqueles de Lucio V. Mansilla y en el texto encontré varias veces la palabra “achumado”, término que aparentemente usaban los indios para referirse a alguien borracho. Probablemente significara “puesto” en términos generales. No es la primera vez que escucho que los indios tienden a no separar los conceptos de “borracho” y “drogado”, cosa que me resulta mucho menos arbitraria que nuestra distinción entre esos dos términos, uno tan específico y el otro tan generalista.

Dice Mansilla en ese excelente libro escrito en 1870:

“El comisionado le disculpaba por su cuenta confidencialmente, diciéndome que estaba achumado (ebrio).”

“-No, señor; es que han de querer tratarlo con cariño; porque están muy contentos de verlo y medio achumados- repuso.”

“Nadie, y eso que había muchísima gente achumada, nos faltó al respeto en lo más mínimo. Al contrario, caciques y capitanejos, indios de importancia y chusma, cristianos aislados y cautivos, todos, todos nos trataban con la más completa finura araucana.”

“Intenté levantarme del suelo para retirarme a la sordina, viendo que la mayoría de los concurrentes estaba ya achumada.”

“Un gran fogón moribundo ardía en la enramada del Cacique. Apiñados unos sobre otros, lo rodeaban varios montones de indios achumados. Muchos caballos ensillados estaban con la rienda caída, inmóviles, donde los habían dejado el día antes.”

“Mariano estaba sentado con unos cuantos indios, medio achumado como ellos.”

“-No hay cuidado, señor. Baigorrita me ha encargado que repare no lo incomoden. No quiere que usted lo vea achumado, tiene vergüenza. Por eso ha empezado a beber de noche.”

“Por aquí iba de mi soliloquio, cuando el indio que me escamoteó los guantes de castor se presentó. Venía algo achumado.”

“El indio no me dejaba salir del toldo. Un hombre achumado es más pesado y fastidioso qué una mujer enamorada celosa.”

“Al mismo tiempo que volteaba la pierna derecha, le pegué con la izquierda en el pecho un fuerte puntapié, le di contra el suelo y me tendí al galope. El artista estaba achumado.”

“Cuando conciliaba el sueño, una serenata de acordeón con negro y todo, presidida por los cuatro hijos de Mariano Rosas, achumados a cual más, me despertó.”

“No hay indio más temido que Epumer; es valiente en la guerra, terrible en la paz cuando está achumado. El aguardiente lo pone demente.”

“En ese momento se sintió un tropel y se oyeron como voces de indios achumados. Se levantó de golpe, y diciéndome: -No quiero que me vean aquí- se deslizó por entre las sombras de la noche.”

“No siéndole posible acompañarme a Villarreal hasta el toldo de Ramón, ni darme quien lo hiciera, porque toda su chusma estaba achumada, lo que hacía que él no pudiese dejar sola su familia, llamé a Camilo Arias, y mientras yo tomaba unos mates, le hice que se informara del camino.”

Todas esas dudas sobre el achuma fueron las que nos trajeron a Catamarca: decidimos venir y tratar de entender un poco más. Por eso, lo primero que hicimos con Vanesa en San Fernando fue visitar a Marcelo, un contacto del que me dijeron que preparaba el achuma en forma tradicional, y lo segundo fue visitar la Facultad de Arqueología de la Universidad Nacional de Catamarca y consultar con los entendidos en el tema para verificar que no me estuviera perdiendo de alguna bibliografía existente.

A Marcelo solo pudimos verlo un día, ya que luego tuvo que salir de viaje, pero ese día alcanzó para que me contara cómo había aprendido a preparar el achuma de su padre nacido en 1916, que él a su vez lo había aprendido de su abuela y antes de su bisabuela; también de cómo eran las mujeres las que solían utilizarlo medicinalmente en la antigüedad y de cómo le daban una gotita de té de achuma a los bebés al momento de nacer para que se les abriera el entendimiento. El tono en el que me contó todo fue tan auténtico y natural que casi no me caben dudas de lo que dijo y me hace pensar que él es un claro ejemplo de las pocas personas que mantuvieron el conocimiento sobre el uso tradicional del cardón, resistiendo el vaciamiento cultural que sufrieron los pueblos originarios en estos últimos siglos.

Por otra parte, en la Facultad de Arqueología los profesores me confirmaron que no hay mucha bibliografía sobre el tema (es decir que no hay nada) pero, de todos modos, de las charlas con ellos me llevo unos cuantos datos que ya contaré. Además, una cosa que me quedó dando vueltas fue algo que me dijo el doctor Nazar, una de las personas que más sabe del tema y de quien había leído algunos papers, y fue en el momento en que reflexionó: “Los aborígenes y los cactus han vivido ahí durante miles de años: sería raro pensar que no los hubieran probado, de hecho es bien conocido el uso culinario de otras cactáceas en la zona”.

Por eso digo que lo que más me llamó la atención de Shincal fue la cantidad de cardones que crecen en el lugar. Están ahí los restos arqueológicos y están ahí los inmensos cardones creciendo entre las ruinas. Y lo mismo ocurre en el sitio arqueológico Pueblo Perdido en San Fernando. Eso me lleva a pensar en algo más: esas poblaciones de cardones en particular pueden haber sido plantados por los propios indios.

Achumas San Pedros en Pueblo Perdido

Ahí mismo en Shincal, deslumbrado por el sol y las espinas doradas del cardón, escuché a una guía turística mencionar que los incas plantaban el maíz cerca de los sitios ceremoniales donde se consumía la chicha y que de esa forma la bebida ya era sagrada desde sus ingredientes. Entonces, sutilmente pregunté por el cactus.

–¿Y este cardón lo usaban para algo?
–No, no se conoce que lo hayan utilizado… eso lo usan los chicos de la calle, los hippies.

Noté cierto desagrado en su tono.

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