Caminando a Panamá por la selva del Darién

Carmen y Gonzalo están totalmente convencidos, vienen con nosotros. Vamos en busca de las comunidades originarias Guna en la zona continental.

Siempre pensé que La Miel era el final de los caminos desde Sudamérica hacia el norte. Ahora sé que los senderos siguen entre las montañas selváticas y la costa del Caribe por zonas controladas en parte por los militares, en parte por los originarios guna y en parte por los grupos armados.

No hay carreteras entre Sudamérica y Centroamérica, la zona se conoce como Tapón del Darién. Muy poca gente cruza a pie por la selva y todos lo hacen de forma ilegal. Son inmigrantes engañados por organizaciones internacionales turbias. El recorrido completo se hace en unos seis días y algunos de ellos mueren en el camino, supuestamente asesinados por narcos.

Para cruzar de forma legal a Panamá se puede sellar la salida del pasaporte en Capurganá (Colombia) y la entrada en Puerto Obaldía (Panamá). Hay un sendero poco conocido que lleva de un pueblo al otro, pero es un sendero largo, montañoso y además está prohibido por los militares panameños, los cuales argumentan restricciones debido al control del tráfico de personas y cocaína.

Frontera Colombia Panamá.

Tampoco es tan fácil tener buena información del terreno, de hecho en Google Maps toda la zona se muestra con poca definición, probablemente para no facilitar información a los grupos armados. Incluso se puede notar que las instalaciones y viviendas de Puerto Obaldía se encuentran intencionalmente censuradas en las fotos aéreas.

Puerto Obaldía camuflado.

La única forma legal es ir en lancha rodeando el Cabo Tiburón. Eso hicimos, nos costó 8 dólares a cada uno. Al llegar a Puerto Obaldía tuvimos que meter los pies en el agua porque ahí no hay muelle para pasajeros. Luego nos recibió un fuerte control militar en donde nos revisaron las mochilas y un fuerte control de migración dentro de una calurosa casilla de madera.

–¿Tienen 500 dólares para mostrar? –preguntó el empleado sudando y sin levantar la vista de sus papeles.
–Sí –respondimos con confianza porque ya sabíamos que eso era un requisito.
–¿500 cada uno? –preguntó esta vez levantando la vista y mirándonos a los ojos.
–Sí… casi… tal vez un poco menos –dije mintiendo y mostrando un fajo de billetes de variados valores que apenas superaban los 500 dólares en total.

Salimos de la calurosa casilla sudando en exceso pero con los pasaportes sellados y, para nuestra sorpresa, en el pueblo ya estaba esperándonos un originario Guna de la comunidad Armila. No pensábamos tener un guía, simplemente íbamos con la idea de preguntar por el sendero hacia Armila y presentarnos directamente en la aldea. De hecho era lo único que sabíamos, que había un camino que llevaba a esa comunidad, nos lo había dicho Alberto, el chileno dueño del camping en Sapzurro. Nos había comentado que se podía llegar caminando y eso fue lo que nos animó a ir. Nos contó que él a veces les mandaba turistas muy especializados que asistían a ver las puestas de enormes tortugas marinas en los meses de junio, julio y agosto. Ahora, aparentemente, Alberto había logrado comunicarse con alguien de la comunidad y por eso nos mandaban un baquiano.

Fue un poco más de hora y media entre la selva, subiendo y bajando la montaña.

Las tortugas llegan más rápido.

Armila se encuentra en el inicio de una playa de unos trece kilómetros de largo, que es donde vienen a desovar las tortugas.

En la vista aérea parece más fácil.

La aldea está formada por unas treinta o cuarenta casas, en su gran mayoría construidas con paredes de caña brava y techos de hojas de palmera.

Armila.

Lo más conocido de los Guna (antes llamados Kuna) es la vestimenta de las mujeres, especialmente las molas, que son tejidos hechos con la técnica de apliqué invertido. Lo hacen encimando, cosiendo y recortando telas, que resultan en llamativos dibujos de animales o figuras geométricas notablemente psicodélicas. Las molas tienen su origen en los dibujos que solían pintarse las mujeres en sus cuerpos. Ahora el tejido se cose a la parte delantera y trasera de blusas floreadas. Abajo visten una falda negra con vivos amarillos, naranjas o verdes. En la cabeza llevan un pañuelo rojo con líneas amarillas o blancas. En los brazos y piernas, increíbles mangas hechas con mostacillas atadas que recubren las extremidades formando figuras geométricas donde predominan los colores naranja y amarillo. Y, finalmente, en la cara a veces se pintan una línea negra a lo largo de la nariz con un aro de oro atravesando el tabique.

Se puede ver bien las vestimentas en estas fotos que sacó Carmen, la fotógrafa profesional del grupo:

Tejiendo mola.
Bebé apreciando mola.
La cruz esvástica se encuentra en el centro de la bandera Guna y representa al origen del Universo.

Nos quedamos dos noches en Armila, nos alojamos en unas cabañas que habían construido para los que vienen a hacer avistamiento de tortugas.

Para no gastarnos las provisiones, arreglamos un precio con nuestro guía y comimos siempre con su familia.

Una de las noches salimos a ver si veíamos alguna tortuga desovando pero no tuvimos suerte, ya estamos fuera de temporada, solo vimos el nido y los rastros de una puesta que había terminado hacía unas horas.

El segundo día se festejaba el día del niño. Durante esa jornada la comunidad estuvo a cargo de los chicos, quienes básicamente se dedicaron a correr entre las casas multando a los vecinos que tuvieran sus mascotas sueltas y a robar gallinas para enriquecer el gallinero de la escuela. Aparentemente esa es la idea que tienen los más pequeños sobre ejercer la autoridad local.

Mascotas sueltas.

Por la noche hubo baile de niños, ambientado por un parlante a batería que emitía principalmente reggaetón.

Foto de Carmen.

Algunos pequeños sacaron a bailar a Vane y a Carmen repetidas veces y les dedicaron danzas y gestos románticos.

Foto de Carmen.

En esos días nos enteramos de que el sendero continúa bordeando la costa y conduce a dos comunidades más: Anachucuna y Carreto. Entonces decidimos seguir hacia adelante. Nos avisaron que en esas aldeas son mucho más tradicionales, los sailas (los jefes de las comunidades) son más estrictos con las reglas. Nos avisaron que poca gente las conoce y que ahí nunca van turistas pero que seguramente seríamos bienvenidos.

Se suponía que la distancia entre Armila y Anachucuna se hacía en cuatro horas a paso firme pero nosotros fuimos cargados como de costumbre y a ritmo tranquilo. Tardamos todo el día.

Hay 15 kilómetros entre Armila y Anachucuna.

Nos habían dicho que el único paso un poco complicado sería el río Pito, más o menos a mitad de camino. Al llegar al río y antes de cruzarlo, decidimos parar para cocinarnos unas pastas y descansar un rato.

El río estaba bastante profundo, tuvimos que cruzarlo con las mochilas sobre la cabeza.

Al terminar la extensa bahía de trece kilómetros de largo entramos a una península selvática y luego salimos a otra playa más pequeña, de unos dos kilómetros de largo más o menos.

Llegamos a Anachucuna con el sol bajo.

Fuimos recibidos, como de costumbre, primero por la mirada curiosa y atónita de los niños, luego la mirada atenta y esquiva de las mujeres y finalmente la mirada interesada y precavida de los hombres.

Cuando ya casi estábamos en el centro de la comunidad uno de los hombres se nos acercó a paso apurado, nos saludó y, no con poco esfuerzo, nos dio a entender que debíamos dirigirnos a la casa del pueblo y que él iría a llamar al saila para que hablara con nosotros.

La casa del pueblo era una gran choza de caña y paja con un interior casi vacío, solo ocupado por las columnas, una mesa y algunos jarrones de cerámica sobre el piso de tierra.

Unos minutos después, mientras evaluábamos posibilidades para acampar, llegó el saila con una mujer que hacía de traductora. El saila era anciano, arrugado y de expresiones serias. La mujer parecía joven y simpática. Primero nos presentamos, contamos lo que estábamos haciendo. Después de que la mujer nos tradujera, el saila habló un largo rato en su idioma. La mujer tradujo que estaban esperando un grupo de médicos pero que creían que no éramos nosotros. Entonces nos preguntó si éramos inmigrantes ilegales. Le contestamos que no. Pasadas unas cuantas explicaciones más, finalmente nos dijeron que éramos bienvenidos y que podíamos acampar ahí mismo, pero nos aclararon que estaba prohibido sacar fotos: era una regla de la comunidad. Poco después nos enteraríamos por otros comunarios de que lo que no podíamos era sacar fotos de cerca a la gente, salvo en el ámbito privado y pidiendo permiso, lo cual me resultó una regla no solo entendible sino también agradable.

Junto a la casa del pueblo está el congreso, que es una choza similar pero con hamacas y bancos de madera en el interior. Por la noche hubo reunión, una especie de misa con las mujeres sentadas en los bancos y los hombres acostados en las hamacas. Desde la hamaca principal el saila estuvo largo rato entonando canciones. Nosotros veíamos y escuchábamos desde nuestra choza, a través de las paredes de caña.

En el par de días que estuvimos en Anachucuna hicimos buenas amistades con uno de los maestros de la comunidad y su hijo Joseph de 11 años. El chico era notablemente inteligente y se interesaba en nosotros. Estuvimos un rato ayudándolo a él y a otros compañeros con la tarea de inglés de la escuela. Me sorprende agradablemente que estos niños de la selva aprendan tres idiomas.

La casa del profesor estaba ampliada con materiales reciclados.

Después el maestro y su mujer nos invitaron a cenar pollo de campo con arroz y plátano frito.

El resto del tiempo fue meternos en el mar, bañarnos en el río y pasear por la aldea. Algo inevitable en las comunidades es jugar con los niños, nos ocurre siempre. Además Gonzalo cargaba un guitalele, una pequeña guitarra, y eso era un gran atractor. En las comunidades siempre sentimos un equilibro dinámico entre la curiosidad y la sospecha y a veces pienso que un instrumento musical es la mejor carta de presentación. A pesar de que una funda de guitarra puede ser un buen escondite para una ametralladora, la gente rara vez sospecha de alguien que se pasea con un instrumento.

En estos días fuimos aprendiendo frases en dulegaya, el idioma guna. Aprendimos a decir ¿igi be nuga? (¿cómo te llamas?), ¿igi birga be nica? (¿cuántos años tienes?), dii (agua), be an ai (tú eres mi amigo), dog nued (gracias) y ¡tatái! (¡adiós!), esto último era lo que nos gritaban la mayoría de los niños que nos cruzábamos por la aldea.

¡Tatái! –dicen las paredes de caña.

En algún momento, entre choza y choza, un hombre nos extendió la mano y nos dijo que había uno de nosotros en su casa.

–¿Cómo uno de nosotros?
–Venga, venga…

Acompañamos al hombre hasta una galería en la parte de atrás de su choza donde nos presentó a un tipo flaco, alto, pálido y barbudo; vestía camiseta de fútbol, bermudas y zapatillas de lona. El tipo, con verborragia exuberante, nos contó que era venezolano, que había venido caminando desde Capurganá y que el primer sendero a Puerto Obaldía le había costado mucho, durmió en la selva. Nos explicó que tenía pasaporte de Suecia pero que no lo había sellado en ninguna frontera. Se dirigía al consulado sueco en Panamá City. Charlamos un largo rato y le deseamos suerte.

Cuando decidimos seguir viaje hacia Carreto fue el propio Joseph quien nos marcó el camino acompañándonos en el primer tramo.

Joseph. Foto de Carmen.

El maestro nos avisó que en Carreto eran más estrictos; por ejemplo, las mujeres estaban obligadas a usar la ropa tradicional todo el tiempo que no estuvieran dentro de sus casas. Le preguntamos si podría ser un problema la vestimenta de Vane y Carmen. Nos contestó que no, pero que nos aconsejaba prescindir de las bikinis. Yo prometí no usar bikini.

El camino a Carreto también lo hicimos a nuestro ritmo.

Parando a descansar.

Parando a pescar.

Por zonas pantanosas.

Por zonas arenosas.

Por zonas boscosas.

Por zonas acuosas.

Por zonas contaminadas: según su relación con las corrientes marinas, algunas solitarias y paradisíacas playas del Caribe se llenan de plástico.

Foto de Carmen.

Por zonas elevadas.

Por zonas inestables.

Parando a descansar otra vez.

Repetidas veces.

Hasta que llegamos a Carreto.

Esta vez fue más fácil presentarnos porque llevábamos la recomendación del maestro de Anachucuna. No tuvimos que hablar con el saila, solo con nuestro contacto. Y una vez más nos ofrecieron instalarnos en la casa del pueblo.

En Carreto hicimos amistad con el maestro Alcides y hasta planificamos dar una clase juntos, pero no ocurrió porque nos desentendimos con los horarios.

Y con el lugar.

Carreto está sobre una zona relativamente fértil en las que se plantan frutales y pudimos comprar ananás y mangos a los vecinos. Las frutas fueron un buen complemento para nuestros víveres en los que abundan las pastas y el arroz.

También juntamos algunos cocos, pero esto tuvimos que hacerlo con prudencia y sin exceso ya que todas las palmeras de la comarca Guna Yala tienen dueño. Los cocos son algo parecido a una moneda de cambio para los guna. Los productos comerciales básicos de las comunidades llegan de Colombia en pequeños y rústicos barcos de madera y son intercambiadas principalmente por cocos. Dentro de las comunidades, como moneda local, el precio actual de los cocos es de 25 centavos de dólar cada uno.

No son fáciles de guardar en la billetera.

Otra cosa que debíamos hacer discretamente era tocar el guitalele. Nos avisaron que, hacía unos días, una adolescente de la comunidad había intentado abortar con métodos caseros y ahora estaba muy grave de salud. Como estaban en una situación parecida a un luto el saila había prohibido la música en toda la aldea hasta que la niña se recuperase.

A partir de Carreto ya no hay caminos para continuar, salvo uno que trepa por las montañas y es el que hacen los inmigrantes ilegales para llegar, después de un par de días de caminata, a las carreteras que unen con el resto de Centroamérica. Pero en un momento supimos que los maestros irían en canoa a motor hasta la isla de Caledonia, que está a unos veinte kilómetros y es la siguiente comunidad, la primera isla habitada accediendo desde el sur. Les pedimos que nos llevaran y nos ofrecimos a pagar el combustible. Sin duda estábamos avanzando más de lo planeado.

Armamos las mochilas, subimos tambaleantes a la canoa y viajamos durante una hora y media hasta Caledonia.

Caledonia, por ser una isla de origen coralino, es totalmente plana y apenas se eleva por encima del nivel del agua; mide más o menos unos 400 metros de longitud por unos 200 metros en la parte más ancha y está casi totalmente cubierta de chozas. La escuela y dos o tres construcciones más son de material y el resto lo constituyen más de quinientas chozas de caña y paja de variados tamaños.

Una vez más nos reunimos con el saila, una vez más acampamos en la casa del pueblo y una vez más hicimos amistades con uno de los maestros de la comunidad, el profesor Asterio Ramírez.

A las cuatro de la madrugada, en plena oscuridad, las mujeres comenzaban a cocinar con leña el desayuno de los niños de la escuela en nuestra ahumada habitación.

Caledonia, si bien es una isla, está paradójicamente menos aislada que las aldeas anteriores ya que se encuentra en la línea de navegación de algunos veleros que cruzan de un continente al otro y por eso están más acostumbrados a los turistas. Incluso hay un pequeño y austero hospedaje de madera en el que se paga 10 dólares la noche y en dos o tres casas se hacen comidas a tres dólares el plato e incluyen pescado, centolla y langosta, que son las carnes más fáciles de conseguir en la zona.

Mil imágenes valen más que una palabra.

Pasamos tres agradables días en Caledonia en los que comimos centolla (escaseaban circunstancialmente las langostas), alquilamos una canoa para remar entre las islas cercanas, hicimos snorkel y, por fin, esta vez sí dimos una pequeña clase con el profesor.

En dos ocasiones alquilamos una canoa, dos jornadas notablemente agradables. La idea era alejarnos un poco y salir a pasear y hacer snorkel por las islas deshabitadas. Bucear cerca de Caledonia no es muy recomendable ya que los baños de todas las casas de la isla se encuentran construidos en pilotes sobre el agua, la caca cae directamente al mar cristalino y eso genera paisajes subacuáticos poco agradables.

Foto de Carmen.

La primera media hora de navegación no hicimos mucho más que girar en círculos como si nos llevara un torbellino (no es nada fácil remar dentro de un tronco ahuecado) tratando de alejarnos lo más rápido posible de la isla para evitar las risas de los locales.

Comediantes trabajando.

Luego, con esfuerzo, fuimos aprendiendo un poco a remar y logramos avanzar mejor, aunque en forma algo serpenteante.

Y en algún momento, como quien aprende a andar en bicicleta por primera vez, finalmente pareció que comenzábamos a remar en línea recta, razonablemente recta.

Y entonces, lejos de los interiores humanos liberados, a bucear.

La transparencia del agua era un lujo, un lujo de isla del Caribe.
Damisela Stegastes planifrons.
Pez ardilla (Holocentrus adscensionis).
Gusano plumero gigante (Sabellastarte magnifica).
Carmen y Vane cogiendo conchas.
Pez cirujano azul del Caribe (Acanthurus coeruleus) joven.
Erizo de espinas largas (Diadema antillarum).

Uno de esos días llegó el venezolano. Había caminado desde Anachucuna a Carreto y luego había seguido por la costa. Como el sendero se acababa tuvo que continuar caminando sobre los corales. Eso hizo que se le destruyeran las zapatillas y se cortara los pies. Durmió en la selva, bajo la lluvia fría. Al día siguiente, al pasar por delante de Caledonia, decidió tirarse a nadar. Ahora está con los pies infectados e hinchados. Sus pertenencias son una camiseta, una bermuda y un pasaporte mojado. Se está alojando con una familia a la cual le prometió trabajar unos días para ellos (cuando se le curen los pies) a cambio de comida.

Un niño tocando el sicu, una niña con maraca y el venezolano al fondo.

Con el profesor Ramírez charlamos bastante, particularmente aprendimos un poco más del dulegaya. Por ejemplo, nos enteramos de que «¡Tatái!» no era en idioma guna, sino que eso es lo que le gritan los niños a los extranjeros intentando decir Bye, bye!

También nos explicó que Caledonia en dulegaya se dice Coedub o Goedub o Coetupu, que significa isla venado, pero que en realidad no es esta la isla original. Coetupu era la que habitaban antes: la que estábamos pisando ahora era Gannirdub. Se mudaron ahí hace muchos años porque un espíritu malvado se instaló en Coetupu.

Finalmente acordamos que lo mejor para la clase conjunta sería una clase de inglés que finalizara con una canción en tres idiomas: dulegaya, español e inglés. La música la compondría Gonzalo en su guitalele y la letra un poco entre todos.

Una parte de la canción.

Fue un éxito.

El cuarto día decidimos que era tiempo de volver, principalmente porque se nos estaba acabando el dinero. La idea original era regresar caminando por donde vinimos, pero el cálculo de gastos y esfuerzo nos llevó a decidir contratar una lancha que nos llevara directamente hasta Capurganá pasando por Puerto Obaldía para sellar los pasaportes.

Poco tiempo en Centroamérica.

Ese giro de 180 grados en Caledonia marcó el inicio de nuestro regreso. Ahora vamos relativamente rápido hacia Buenos Aires. Hace un año y medio que no visitamos a la familia y las raíces empiezan a tirar. De hecho mi primer sobrino ya nació y aún no lo conozco.

Aligandí, Tupile, Playón Chico y Panamá City

14 de octubre

En Aligandí nos quedamos por el muelle y los alrededores buscando a alguien que nos pudiera llevar un poco más. Finalmente llegó un carguero y le pedimos que nos lleve hasta Playón Chico.

Y sí que eran diferentes todas las islas. Playón Chico nos parecía mucho menos auténtica. Ahí encontramos unos turistas. Resultaron ser también austríacos. Nos dijeron que Martina parecía uno de los kunas. La miré y me pareció que no se parecía a los kunas. Ella estaba muy sucia y los kunas no. Eran los primeros turistas que nos encontrábamos desde la frontera con Colombia. Después nos enteramos que ese suele ser el límite arrancando por el otro lado. Los turistas suelen venir desde Panamá y rara vez van más allá de Playón Chico. Los que llegan hasta acá se alojan en hoteles en islas privadas. A las cinco de la tarde los traen a dar unas vueltas por el pueblo, y es el momento en que salen algunos indios con unas flautas y las tocan cuando pasan los gringos. También hay niños que piden un dólar para que les saques una foto. Ahí, ya nadie nos miraba demasiado, ni les interesaba la edad de Martina.

isla
Me parece que mi tonito anterior era de pura envidia a los otros turistas.

 

Dimos una vuelta por la isla buscando los lugares menos accesibles, intentando recuperar algo de lo vivido en las anteriores. Un poco lo logramos. La isla era tan chica como Caledonia, pero tenía una parte con pasillos estrechos. En el más angosto tuve que pasar de costado y agachándome, con las rodillas cerca del pecho (puede que eso no fuera un pasillo). Encontramos una familia que estaba haciendo pan y le compramos un poco y nos quedamos charlando un rato.

Dormimos en hamaca, nos despertamos a las cuatro de la mañana y partimos antes de las cinco en una lancha rápida hacia Cartí.

Salimos lentamente del muelle, supongo que navegando entre cayos de coral, porque había un tipo en la proa marcando el camino con los brazos, de una forma similar a lo que habíamos visto en Caledonia, solo que esta vez estaba todo oscuro. No sé cómo se guiaba. Cuando tomamos velocidad, tomamos mucha velocidad: íbamos a los pedos en la noche y a ambos lados de la lancha se formaba una lluvia de mar y noctilucas luminosas que salían despedidas por el aire.

Cuando empezó a clarear el día, el oleaje se puso fuerte y los golpes eran violentos. Era como ir al galope. Con los golpes y el brillo del plancton fosforescente por detrás, me sentía en el trineo de papá Noel pero montado en los renos. Era un poco tortura, al ritmo de un golpazo por segundo durante un par de horas. Yo apenas aguantaba. Miré a Martina y estaba como desmayada sobre Claudia, con los labios un poco azulados. Me asusté, le apreté la mano y chilló.

Más tarde, el archipiélago tenía más islas y los golpes fueron más suaves. Había islas de todos los tamaños. Llegué a ver una tan pequeña que solo tenía dos palmeras, como la de las caricaturas.

Llegamos a Cartí y tomamos una de las todo terreno de los kuna que te llevan a Panamá City.

 

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Mamitupu, Kuna Yala, Panamá

12 de septiembre

Bajamos en el muelle de una isla muy pequeña y otra vez nos encontramos con las caras de curiosidad. Preguntamos dónde dormir. Nos dijeron que con Pablo. No sé cómo terminamos en una casita de paja, y de ahí unas mujeres nos guiaron hasta la otra punta de la isla. La isla nos pareció muy agradable. Era tan pequeña como Caledonia, pero más verde. Donde nos llevaron había palmeras y playitas. Cuando llegamos, mi mochila ya estaba ahí, aunque yo había dejado en el muelle. La casa a la que habíamos ido primero era la casa de Pablo y este otro lugar era donde Pablo tenía cuatro chocitas para turistas. No debería tener muchos clientes (no hemos visto ningún turista desde la frontera con Colombia).

Las mujeres que nos llevaron no hablaban español, con lo cual no pudimos negociar un precio. Solo nos quedaba esperar a Pablo.

Entonces fuimos a dar una vuelta. La isla era realmente chica y en diez minutos habíamos pasado por casi todas las calles y ya estábamos de vuelta. Improvisamos un merienda con leche en polvo, avena y canela y nos fuimos a meter al agua. En un momento llegó un indio en una canoa y nos pusimos a charlar. El tipo me pareció inteligente. Hablamos de un par de cosas, nos reímos un rato y le ayudé a subir el cayuco sobre unos troncos. Entonces nos preguntó que queríamos por ahí y le dijimos que pensábamos acampar en esa playita o, si alguien nos llevaba, en la isla de enfrente que se veía solitaria. Nos dijo que para ir a la isla de enfrente habría que hablar con el dueño, que en la playita en la que estábamos tal vez no era lo más cómodo y que además había reglas en la isla y que podíamos dormir en las cabañas. Le dijimos que estábamos esperando a Pablo para hablar de eso y nos dijo que él era Pablo. Nos reímos y, después de charlar un rato más, nos dejó las cabañas a 5 dólares.

hamaca
Sí, era más cómodo que la playita.

 

Ese día estuvimos bastante con él. Iba y venía, como nuestro guía en Caledonia. En un momento, llegó a la playa un chico con seis pescados y Pablo nos preguntó si queríamos aprovechar y comprarle algunos. Nos vendió los tres más grandes por 2 dólares. Pablo nos preguntó si no queríamos encargarle unas langostas. El chico prometió que al día siguiente iba a bucear y a ver si nos encontraba algunas.

Esa noche cenamos los pescados y después fuimos a conocer la casa de Pablo y a su familia. Nos presentó a algunos hijos, algunos nietos y a su mujer, Asinta, que andaba vestida tradicionalmente y con una linterna en la cabeza (no hay luz en la isla y todos andan con linternas). Estuvimos charlando un rato en la casa, echados en las hamacas y a la luz de las linternas. El piso era de tierra y casi todo lo demás era de caña, paja o madera.

En un momento le preguntamos a Pablo dónde quedaba isla cuero. Nos dijo que estábamos en isla cuero. Nos reímos. Nos contó que con ese nombre la conocen algunos colombianos. Le pusieron isla cuero porque, hasta hace un tiempo, todos los chicos y chicas menores de dieciocho años andaban desnudos. Después llegaron los misioneros y se acabó todo. No sé qué habrá sido de los misioneros porque ahora no había nadie más que los kunas.

Al día siguiente teníamos la opción de ir remando hasta la isla de enfrente (Pablo nos prestaba su cayuco) o acompañar a Pablo y a otro chico a buscar mariscos a unas rocas. Ambos planes se pincharon cuando se largó una tormenta. Fue lluvia, viento y rayos caribeños. Al atardecer, cuando ya no llovía, llegó el de las langostas. Había encontrado tres. Nos costaron un dólar cada una. A la noche saqué mi pasaporte español y cociné una paella de pura langosta, que nos costó unos 4 dólares en total. Cenamos junto a la playa, entre las palmeras.

langosta
Ahora que lo veo no se si llamarlo paella, pero qué rico.

 

A la mañana siguiente, fuimos al muelle a ver si había alguien que nos llevara. Nos habríamos quedado más tiempo en Mamitupo, pero Claudia se tenía que encontrar con unas amigas en Panamá y se estaba quedando sin días. Si ellas llegaban en avión desde Austria y no la encontraban, se iban a preocupar y no había forma de avisarles.

En un momento llegó un carguero colombiano y enseguida se acercó una mujer con veinte cocos. Los del carguero le pagaron 4 dólares. Después una con cincuenta cocos y le pagaron 10 dólares. A ambas las trataron muy mal y les rechazaron algunos cocos diciendo que eran de mala calidad. Yo le dije al capitán que se había olvidado de decir gracias y no me dio bola. Al rato vino y le regaló un paquete de galletitas a Martina. En un momento, le pregunté a uno de los kunas por qué no ponían una planta procesadora de cocos como las de Colombia. Me dijo que en las reuniones se estaba discutiendo justamente eso y que lo de los colombianos era un abuso. Después me quedé pensando que si los colombianos no vienen a comprar los cocos, entonces quién viene a traer el resto de los productos. Los Kunas tendrían que encargarse de eso también. Además, me puse a pensar en cómo quedaría una planta industrial entre esas islas. Realmente, no sé qué pensar. Supongo que esas reuniones de sailas deben ser largas.

tratando como el culo
Tratada como el culo.

 

Al final llegó al muelle la panga que pertenecía a la comunidad de la isla, porque tenían que llevarla a Aligandí a hacerle un cambio de aceite, o algo así, y nos ofrecieron llevarnos. Pablo vino con nosotros para ir hasta Achutupo, una isla a mitad de camino, dónde había una fiesta de tres días porque le cortaban el pelo a una chica que cumplía quince años (es una especie de bautismo, nos explicaron).

Llegando a Achutupu, vi que había un barco que parecía más de altamar que los pequeños cargueros que solíamos ver. Me sorprendió que diera la profundidad para que esté ahí. Pablo me dijo que estaba a la venta. Se lo habían encontrado a la deriva y no saben lo que ocurrió con la tripulación. Le dije que lo podrían identificar por el nombre y me dijo que sí, que era un barco jamaiquino. No pude saber más porque llegamos al muelle.

Nos despedimos de Pablo y continuamos hasta Aligandí.

 

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Ustupo, Kuna Yala, Panamá

9 de septiembre

En Ustupu nos dio la sensación de que todas las islas de Guna Yala eran muy diferentes: Caledonia era muy chiquita, Mulatupo era un laberinto, Isla Pino era una montaña y ahora Ustupu parecía otra cosa. Ahí ya había un puesto militar donde nos pidieron los pasaportes. La mitad de las mujeres vestían al estilo occidental. Y había banderas de la revolución Kuna por todos lados. Es como la bandera española pero con una esvástica en el centro (la envidia del PP).

esvastica
España dentro de un par de años.

 

Nos alojamos en el Hotel Kosnega. Esta muy bien. Tiene un patio central donde armamos la carpa y la hamaca. Tiene unas terrazas sobre el mar y estaba casi vacío. Solo una maestra de la isla de alojaba con nosotros. El dueño nos cobró 2 dólares por acampar y un dólar más por habilitarnos una habitación para usar el baño.

balcon
Tranqui.

Salimos a dar unas vueltas y vimos que esta isla es más grande que las anteriores. Son dos comunidades en una; no entendí muy bien por qué. Además hay una parte deshabitada donde solo hay pasto, arbustos y palmeras. Calculo que el pueblo en total tendrá unos quinientos metros por mil metros, o algo parecido.

Ustupu
También había charcos.

 

En un momento, unos niños nos estaban gritando todos juntos “Holaaaa” repetidas veces, como era costumbre. Yo, un poco por hacerme el gracioso y otro poco para ver si se callaban, me di vuelta y les grite desaforadamente “Holaaaa” con los ojos, la boca y los brazos abiertos, para darles una cucharada de su propia medicina. Funcionó con casi todos. Se callaron y quedaron unas risitas. Todos, menos un niñito muy chiquito que se asustó mucho y empezó a llorar desconsoladamente, mirándome con los ojos y la boca más abiertos que los míos. No paraba de llorar y me miraba con terror. Perdón.

Martina
Martina era un imán para niños.

 

Ya estoy aprendiendo algo del idioma kuna. Incluso, en una ocasión, a unas mujeres les hice creer que lo hablaba con fluidez, siguiendo una secuencia de unas preguntas que se repiten. Primero nos preguntan el nombre de Martina. Es algo así como “igi nuga”. Después nuestros nombres. Luego la edad de Martina. Suena como “igi birga nika”. Yo les respondo “birgatar”, que significa cinco. Después nuestras edades, que se las respondo en castellano porque los números arriba de diez son complicados y solo los conoce la gente muy mayor. Después nos preguntan de dónde venimos y luego a dónde vamos. Yo les respondo la isla anterior y otra que quede más arriba. Después ya no entiendo nada, pero suelen ser frases con sonrisas.

Hay muchos albinos en Ustupo. Da un poco de pena ver a los niños blanquitos sufriendo el sol con los ojos casi cerrados y la piel ulcerada.

indigena albina
Golpeé en la puerta: pan, pan y albina vino.

 

A la tarde salimos a dar otra vuelta. Encontramos una iglesia católica. Era muy rara. Era del mismo estilo de las pocas casas de cemento que hay por acá pero de tres pisos y con una cruz. En un momento que  yo estaba mirando por los agujeritos de la puerta, llegó un tipo y me hizo pasar. Pensé que era el cura, pero resulto ser un maestro de la escuela que lo habían contratado para arreglar unas habitaciones. Adentro había una mezcla de imágenes católicas con imágenes locales. Estaba todo escrito en kuna. El maestro nos dijo que la habían construido en 1960 y que los hierros de las columnas estaban oxidados por la sal, y que en cualquier momento se podía venir abajo. El primer piso lo usaban para las reuniones y el segundo en realidad no existía, era solo la fachada. Estuvimos un rato charlando. No nos habló bien de los kunas en general. Como ejemplo, nos dijo que para ellos las relaciones homosexuales son totalmente normales y que podés ver paseando por ahí a dos hombres tranquilamente. Que “no lo ven como una degeneración”.

el dios de los pobres
Iglesia sin cura.

 

A la mañana siguiente fuimos al muelle y había un carguero. Nos llevaron hasta Mamitupo.

Pasajera en trance
Pasajera en trance.

 

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Mulatupo, Kuna Yala, Panamá

7 de septiembre

Nos despertamos, desayunamos y fuimos al muelle. Eran las ocho y cinco y el carguero se había ido sin esperarnos. Todavía estaba a unos trescientos metros y se iba alejando lentamente. Un rato más tarde, desde el muelle vimos que en otro pequeño muelle cercano estaba saliendo un cayuco con motorcito. Los cayucos son canoas hechas vaciando el tronco de un árbol y se hacen de una sola pieza. Acá son los que más se usan y normalmente se llevan remando o con una vela muy casera hecha con sábanas. En este caso tenía un mini motor y eran un hombre, dos mujeres y unos niños que iban hacia una isla llamada Mulatupu. Cuando aceptaron llevarnos subimos intentando no hacer tambalear mucho el cayuco.

mola
Como mola viajar en cayuco.

Cuando llegamos a Mulatupo dejé a Claudia y a Martina en el muellecito y salí a averiguar dónde podíamos dormir. El pueblo era un laberinto de chozas. Algunos pasillos no eran más anchos que mi cuerpo y tenía que pasar agachado porque los techos terminaban muy bajos. Era bastante diferente a Caledonia: más grande y más poblada.

barrio de paja
«Ahora vengo, voy a buscar un hotel…»

No había ningún lugar para alojarnos. Pensé en pedir para dormir en cualquier casa con alguna familia, pero finalmente nos mandaron a la oficina del aeropuerto (cuando digo oficina del aeropuerto me refiero a un techo de paja sin paredes). Nos dijeron que nuestro lugar era ese (2,50 dólares la noche por armar la hamaca y la carpa). Dejamos las mochilas apoyadas en una pared y nos fuimos a dar unas vueltas. En algún momento nos cruzamos a un indio albino que nos detuvo y se presentó.Entonces aprovechamos para preguntarle dónde se podía comer algo. El albino paró a una mujer que pasaba por ahí y le pidió que nos llevara. La mujer nos llevó hasta una choza donde había un hombre que podía cocinarnos pescado con arroz. Comimos bien. Al hombre del restaurante le pregunté quién solía ir ahí y me dijo que algunos colombianos de los cargueros.

kuna
Mujer que nos llevó hasta el restaurante.

Después seguimos dando vueltas. La isla debe tener unos cuatrocientos metros de ancho por unos ochocientos de largo. En una punta del pueblo, hicimos un poco de amistad con una familia. La mujer nos pidió que nos sacáramos unas fotos con ellos. Nos convidaron una bebida de chocolate un poco extraña y le regalaron a Martina una pulserita de Chaquiras que formaban dos corazones. También me mostraron unas fotos de unos parientes.

fotos
Fotos.

Mulatupu está muy cerca del continente. Un puente de caños de plástico con techito une la isla con el tierra firme. Lo único que hay del otro lado es la escuela.

Mulatupu
El plástico puede ser un buen aislante o, en este caso, un buen desaislante.

Visitamos la escuela y después fuimos a una playa cercana porque hacía mucho calor. Volviendo intenté sacarme la sal en una lluvia de agua que había entre unos yuyos y que venía de un caño de plástico pinchado que, aparentemente, es el que abastece a todo el pueblo y debe venir de algún río. Como la pérdida de agua formaba un charco, al acercarme metí el pié y entonces sentí un aguijonazo muy doloroso en un dedo. Pensé: si fue avispa, todo bien; si fue víbora, todo mal. No pude ver nada, solo sentía dolor. Cruzando el puente otra vez hacia la isla el dedo se me empezó a poner colorado y a hinchar. Entonces pregunté si había un médico y me llevaron hasta una salita de primeros auxilios. Ahí me inyectaron un antihistamínico. Ahora la nalga me dolía más que el pie y me empezó a dar un sueño aplastante. Volvimos a donde íbamos a dormir. Había unos niños que al principio no dejaban de mirarnos pero al rato trajeron una pelota y se pusieron a jugar al vóley. Yo me sumé al juego. Cuando se hizo de noche, los chicos se fueron cantando cosas y a mí me dio muchas ganas de ir al baño. El baño era de madera, estaba directamente sobre el mar y era muy inestable. Lo que salía de mí golpeaba en el agua y hacía brillar a las noctilucas. A unos veinte metros había una mujer bañándose en la oscuridad. El baño se tambaleaba mucho. Me imaginé cayendo al agua entre el plancton luminoso y mis desperdicios.

baño
Inestabilidad sanitaria.

Más tarde salimos a dar unas vueltas. No puedo recordar mucho porque yo me moría de sueño por el antihistamínico. Recuerdo que en un momento me apoyé en el piso y me dormí un rato. También recuerdo a unos niños jugando a boxeo con los pies. Caminaban con las manos y se empujaban con los pies. También un almacén con unos tipos mirando una película en uno de los pocos lugares con luz. La isla estaba casi toda a oscuras. También recuerdo a muchos niños corriendo detrás de Martina. No sé cómo llegué a mi hamaca. Dormí muy bien.

Hoy temprano nos fuimos al muelle a ver quién nos llevaba un poco más. Nos habían hablado de unas islas que algunos les decían isla Balsa e isla Cuero. Al final negociamos con una lancha rápida que nos llevara hasta Ustupu por diez dólares (parece que Balsa o Cuero están lejos porque nos querían cobrar demasiado). Pasamos de largo isla Pino que estaba muy cerca de Mulatupo y nos arrepentimos de no haber parado ahí, parecía linda. A diferencia de las otras islas, isla Pino es una montaña. Tiene un pueblito en la punta y parecía que había buenas playas.

Llegamos a Ustupo al mediodía. El sol en el muelle nos dejó con muy poca voluntad para levantar las mochilas.

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El LIBRO

Caledonia, Kuna Yala, Panamá

5 de septiembre

Caminamos unos pocos pasos y preguntamos a unas mujeres dónde podíamos dormir. Eran tres y estaban vestidas con ropa muy particular.

vestimenta tradicional kuna
Psicodelia para elegir.

Después me enteré de que esa es la ropa tradicional y que la usan casi toda las mujeres. En la cabeza se ponen un pañuelo rojo con líneas finitas amarillas o blancas. Usan una blusa que la parte de arriba es normalmente de un estampado con dibujos locos y, de los pechos para abajo, está formada por dos ‘molas’, una adelante y otra atrás. Las molas son los tejidos más tradicionales de los kunas. Son formas geométricas que se hacen cosiendo trocitos de tela muy pacientemente. A veces representan animales y a veces solo dibujos que parecen sacados de visiones psicodélicas. Abajo llevan una falda con colores estampados en fondo negro. Los brazos y las piernas están casi cubiertos por unos collarcitos o chaquiras. Van uno al lado del otro y también terminan formando figuras geométricas. Además, en la nariz se pintan una línea negra vertical y llevan un aro de oro en el tabique. Algunas, en las cercanías de sus casas, andaban con los pechos al aire.

Estas tres mujeres, que fueron las primeras que vimos, no hablaban bien español pero les alcanzó para decirnos que en un rato nos iban a mandar un guía.

Caminamos un par de casas más y llegamos al otro lado de la isla y enseguida llegó nuestro guía. Él si hablaba español, pero raro. Después de saludarnos nos llevó al único lugar donde nos podían alojar (a veinte pasos de donde estábamos). Nos dijo que costaba 5 dólares la noche. Eran unas cabañas sobre el mar, con hamacas y ventana con vista a una isla con palmeras. También tenía un pequeño muelle sobre el agua celeste y sin olas, al estilo portada de guía de turismo de la Polinesia. Nos explicó que en la isla había reglas que las ponía el Saila, que es el sabio o jefe de la comunidad. Por ahora, aparentemente las reglas eran que él tenía que ser nuestro guía de forma gratuita y que debíamos quedarnos en una cabaña de madera sobre el mar por 5 dólares. ¡Obedecimos! (Actualización 2019: La isla se ha vuelto un poco más turística y el hospedaje es con camas y cuesta 10 dólares por persona).

muelle
Obedeciendo.

La isla es totalmente plana y tiene unos cien metros de ancho por trescientos de largo, o algo así. Las casas son de superficie más o menos ovalada, con paredes de cañitas y techo de hojas de palmera. Hay tres o cuatro casas de material: la escuela, un almacén, una construcción junto al muelle y alguna más. Las casas parecen estar un poco desparramadas al azar, y muchas veces no se entiende bien qué es camino y qué es patio. Hay como empalizadas de cañas dividiendo terrenos, pero no se entiende nada. Más de una vez me encontré saliendo por una puerta del patio de una casa sin saber cuándo había entrado.

choza kuna
Los colores los tenían las mujeres.

La austríaca se llama Claudia y tiene 26 años. La hija se llama Martina y tiene 5. Las miradas de curiosidad entre nosotros y los kuna son recíprocas. Aunque en realidad la mayoría se las lleva Martina. Cada dos por tres hay una nueva señora multicolor que nos para y nos pregunta el nombre y la edad. A veces hay decenas de chicos gritando “Maaartina” todos al mismo tiempo y repetidas veces. Las casas no tienen ventana pero, como las paredes son de cañitas, es como si toda la pared fuese una ventana con cortina. De afuera para dentro no se ve pero de adentro para fuera se ve para todos lados. De vez en cuando, una pared nos dice “hola” y nosotros le contestamos “hola”.

chozas kuna
Paredes que hablan.

Nuestro guía viene a visitarnos cada tanto a ver cómo andamos y a charlar. En un momento nos comentó que en el pueblo una chica se recibió de maestra y para festejarlo vinieron sus compañeras a pasar el día y van a ir en lancha a una playa de una isla y que nos invitan. Aceptamos y subimos a la lancha con unas treinta personas, más una heladerita con cervezas y gaseosas. Otra de las reglas de la isla es que está prohibido tomar alcohol pero hacen la vista gorda cuando se toma en privado. Parece que eso mantiene un consumo prolijo.

Fuimos por un mar que era sin olas, poco profundo y turquesa. Cada tanto había cayos de coral bajo el agua. Los esquivábamos porque en la proa iba un pibe mirando todo el tiempo hacia adelante y haciendo señas con los brazos, marcando el camino al motorista que estaba en la popa y que no podía ver nada. El agua era totalmente cristalina y, desde la proa, los cayos se veían muy bien. Llegamos a una isla pequeña con rocas, cocoteros, arena blanca y mar celeste. Anduvimos metiéndonos en el agua y caminando por la isla.

en la palmera
Cierta inclinación por las palmeras.

A la vuelta, la gente estaba un poco borracha y algunas mujeres empezaron a tirar agua a los que no se habían mojado. El barco era todo risas. Las mujeres se reían un poco borrachas, los hombres se reían, el de la proa gritaba, el motorista se reía, los niños se reían, los que estaban al lado del de la proa gritaban y agitaban los brazos, los niños se reían más fuerte, el motorista dejó de reírse, bajó la marcha abruptamente y giró. Pero ya era tarde. Chocamos contra unos corales y los pasamos por arriba. Crujió toda la lancha, pero aguantó. Ya nadie se reía. El agua era como una piscina cristalina y no creo que fuera muy profunda, pero más de la mitad de los pasajeros eran niños y no había salvavidas. Con Claudia nos miramos sorprendidos. Supongo que los más chiquitos no sabrían nadar y muchas de las mujeres tampoco. Si la lancha se hundía probablemente yo podría haber ido nadando hasta alguna isla llevando a Martina y tal vez a algún niño más. Estaba pensando cuál hubiera sido la forma de salvar la mayor cantidad de niños cuando de pronto ya estábamos en el muelle. Al subir me pidieron que me ponga la camiseta y a Claudia la falda; cosa rara en un lugar donde las mujeres a veces están en tetas. A la noche nos cocinaron pescado con arroz y patacones.

Hoy fuimos a dar vueltas por las casitas y a escuchar la palabra “Martina” cientos de veces. Los hombres nos saludan y las mujeres y los niños se acercan a hablar, pero nos hablan en kuna, como si supiéramos. Cada tanto hacen señas y nos dicen alguna palabra en español para que sepamos de qué iba la hemiconversación. En general hablan de Martina o nos preguntan nuestros nombres, nuestras edades y cómo se llaman nuestras islas. Argentina y Austria, dos islas muy lejanas: una para allá y la otra para allá.

curiosidad simetrica
Curiosidad simétrica.

En el almacén venden muy pocas cosas y casi nada de frutas y verduras, solo cebollas. Los poco productos que venden son los que traen los barcos cargueros colombianos. Son pequeños cargueros de madera de unos veinte o treinta metros de largo. Van desde Colombia hasta Colón parando por todas las islas y dejando mercadería a crédito. Luego vuelven cobrando en efectivo o en cocos. La vuelta suele ser mucho más lenta (unos 40 días) porque a veces tienen que quedarse hasta tres días en una aldea intentando cobrar. (Actualización 2019: en estos último años la comunidad se ha occidentalizado notablemente, hay muchas más tiendas y productos y los locales no se sorprenden mucho con los visitantes. Si se busca una experiencia aún más auténtica tal vez es mejor visitar Anachucuna o Carreto, aunque ahí no hay hospedaje ni están permitidas las fotos)

carguero colombiano
Carguero colombiano.

El almacén estaba lleno de cocos. Preguntamos cuanto costaban y nos miraron raro. Claro, ellos los usan para comprar otras cosas. Era como entrar a una frutería y preguntar cuánto cuestan las monedas. Estuve tentado de ir con un paquete de arroz para comprar unos cocos.

A la tarde me até una soga a la cintura y la otra punta a una bolsa grande y fui nadando hasta una isla a buscar cocos. Como siempre, gasté más energías en abrirlos que las que me dieron al comerlos.


Martina se hizo amiga de dos niños y estuvieron jugando mucho rato. Se llaman Tominí y Olmer. Tienen 7 y 5 años. En un momento Tominí me dijo “Igui birga be nika”. Yo le dije que no le entendía y me repitió “IGUI BIRGA BE NIKA”. Yo le volví a decir que no le entendía y Martina me dijo que él me pregunta que cuántos años tengo. Era verdad. Increíble.

Tomini, Olmer y Martina
Tominí, Olmer y Martina.

A la noche llegaron sailas de otras islas y hubo cantos rituales en el Congreso (cuando digo Congreso me refiero a una gran choza de cañas y paja de unos veinte metros de largo por diez de ancho y unos seis o siete de alto, adentro solo hay hamacas y bancos rústicos tipo iglesia). Era de noche, la oscuridad estaba afuera y ahora éramos nosotros los que podíamos ver a través de las paredes. Lo que más se distinguían eran las cabezas de las mujeres con los pañuelos rojos con líneas amarillas o blancas. Todo el tiempo se escuchaban cantos que eran como oraciones con sílabas largas y nasales que parecían sacados de un documental de la National Geographic. Nuestro guía no quería ir a la reunión y se vino a la cabaña con nosotros a charlar un rato.

congreso
Congreso.

Le pregunté sobre algún camino que fuera hacia el Darién. Me dijo: “Hay un camino. Anda dos días. Duerme en la mitad. Pero no es permitido. En marzo y abril vienen las FARC. Vienen cincuenta guerrilleros en quince días. Después otros quince días otros cincuenta guerrilleros y así quince días y quince días y así fue. Guerrilleros hablan con saila y dicen que no quieren problemas con gente kuna. Pasan nada más. El saila dice que bien. Después el saila manda carta a Panamá y la policía viene en la zona y ahora FARC no viniendo. Saila no quiere guerrillero porque después viene enemigo de guerrillero y es problema. El pueblo es en el medio”.

Le pregunté si habían venido este año y me dijo que sí, que entre abril y mayo y que el año pasado también. Después me dijo que a mitad de camino el paisaje es feo, con piedras negras y hay que ir en silencio. Si se va silbando o haciendo ruido la gente desaparece. Me dijo algo del diablo y de una persona con la cara muy fea.

También me contó otra historia: “Una vez, viene veinte extranjeros sin papeles con motorista colombiano. El motorista pregunta pasar para los extranjeros por el camino a Yaviza. El saila dice no. Nosotros no quieren problemas con la policía. El colombiano dice otra vez y con arma. El saila después dice sí. El saila llama secreto a la policía y la policía dice que diga mañana. Los extranjeros duermen en escuela y el saila cierra con candado. A la mañana abre y los extranjeros van a congreso. Los policías llegan en lancha de personas, no es lancha de policía. Visten como personas. El colombiano está en su lancha y dice ‘eso es policía’. El saila dice no. La policía baja por toda la isla y caminan hacia el centro con armas. El colombiano quiere escapar pero la policía agarra la cuerda de la lancha. Los extranjeros lloran. Todos estando presos.

También me contó que la policía, a veces, los acusa de narcos. Dice que cada tanto se encuentran cargamentos de cocaína, flotando, y los kunas los venden otra vez a los colombianos. Y que la culpa es de la policía porque los cargamentos vienen de los descartes de las persecuciones policiales. También me contó que una vez encontraron una lancha de los narcos a la deriva. En algún lado leí que hay bastantes narcotraficantes por acá porque los kuna tienen autonomía sobre el territorio y no le permiten patrullar a la policía panameña. Parece que la lancha quedó en una isla y llegaron policías a llevársela. Los de la isla querían quedársela y se subieron a la lancha para que no se la lleven. El conflicto terminó con la lancha para los kunas y una mujer panameña presa. No entendí bien quién era, pero estaba relacionada con el permiso de entrada de la policía.

Más tarde en la noche, Claudia habló con el capitán de un carguero colombiano y prometió llevarnos mañana a las ocho de la mañana a otra isla.

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El LIBRO

Tapón del Darién, Puerto Obaldía y Caledonia, Kuna Yala, Panamá (Cómo cruzar de Colombia a Panamá)

3 de septiembre

Decidí cruzar de Colombia a Panamá junto con los franceses y la austríaca y su hija.

El viaje en lancha a Puerto Obaldía duró una media hora. En un momento vimos peces voladores, salían del agua, aleteaban a toda velocidad en forma horizontal a unos 30 cm de la superficie y durante unos 20 metros y se volvían a zambullir, parecían colibríes. No sabía que los peces voladores volaban tanto.

Llegamos a Puerto Obaldía y los militares nos recibieron con un control molesto entre paredones y alambres de púa. Nos hicieron separar todas las mochilas en el suelo, cada una delante de su dueño. Después tuvimos que abrir los cierres y nos pidieron que nos alejáramos unos tres metros hacia atrás. Un tipo sacó un perro blanco de una jaula, le hizo olfatear una pelota de tenis y le amagó que se la escondía entre las mochilas. El perro estuvo olfateando todo el equipaje pero no la encontró.

Puerto Obaldía
Puerto Obaldía.

Después del trámite con el perro blanco y sus compañeros verdes, ya eran las 16.05 y migraciones cerraba a las 16. Cuando digo migraciones me refiero a una casucha de madera despintada.

El pueblo nos pareció a todos más lindo de lo que nos habían contado.

Puerto Obaldia, Panama
Calle principal de Puerto Obaldía.

Acampamos en la punta de una bahía donde había pastito corto, palmeras, rocas en el agua y olas suaves. Era al costado del pueblo. A lo lejos, todo lo que no era mar era montaña con selva. Cocinamos pasta en la orilla, sobre el pasto. Después de comer colgué la hamaca con el mosquitero entre dos palmeras, junto al mar, pero en mitad de la noche tuve que trasladarla bajo el techo de un restaurante abandonado porque había mucho viento y relámpagos.

campamento Obaldía
Me desperté último y no llegué a fotografiar el campamento.

Al día siguiente hicimos los trámites de migración donde teníamos que mostrar plata o tarjeta de crédito. (Actualización 2019: ahora piden que tengan 500 dólares por persona y, en raros casos, pasaje de salida; pero no siempre cuentan la plata ni confirman el pasaje, depende de quien te atienda y, lamentablemente, de la cara del solicitante. Aunque son varios los que rebotan, no son muchos en comparación con todos los que lo logran).

En puerto Obaldía ya estábamos en la Comarca Kuna Yala (ahora Guna Yala). Abarca más o menos la mitad de la costa Caribe de Panamá junto con las 360 islas del archipiélago de San Blas. Pertenece a los indios Kuna. Tienen mucha autonomía, con una mínima injerencia del gobierno Panameño. La ley Kuna dice que ningún extranjero puede hacer negocios ni tener propiedades en la comarca. Hay alrededor de cincuenta islas habitadas.

Desde cualquier lugar de la región te quieren llevar en lancha directamente a Cartí y desde ahí se puede seguir en 4×4 hasta Panamá City. La lancha cuesta 100 dólares y la camioneta otros 25. La avioneta de Puerto Obaldía a Panamá City cuesta menos, 90 dólares, pero estaba completa para las siguientes dos semanas. Ese día había una sola lancha y nos quería llevar directo a Cartí (por supuesto). La austríaca y yo le pedimos que nos dejara en Caledonia y nos costó mucho convencerlo. Recién sobre la hora lo logramos. Nos cobró 35 dólares. Ni siquiera sabíamos muy bien qué era Caledonia, pero suponíamos que era la primera isla del archipiélago.

madre soltera con coraje
Aprendiendo.

El viaje duró una hora y algo y nos compadecimos de los franceses y del resto de los pasajeros que todavía les quedaban 7 horas más hasta Cartí, a los saltos violentos en la lancha, en bancos de madera, llenos de sal por las salpicaduras y al rayo del sol.

Unos metros antes de llegar a Caledonia lo único que veíamos eran chozas de paja y caña que parecían estar sobre el agua pero que evidentemente estaban en una pequeña isla. En la zona había otros islotes que frenaban las olas y el mar planchado parecía un río de llanura. Cuando vimos algunos plásticos y cáscaras de bananas flotando, el motorista se puso a explicar que los indios tiran todo al agua. El ambiente era extrañamente tranquilo y hasta lo que dijo el tipo parecía un comentario mañanero de alguien que recién se despierta. Era como si habláramos en voz baja.

Caledonia
Caledonia.

Cuando bajamos del bote yo tenía la cara y los brazos llenos de sal. Uno de los pasajeros nos preguntó si nos íbamos a quedar ahí. Le dije que sí mirando hacia las casas de paja y entonces, por un momento, dudé si éramos bienvenidos.

como ir de Capurgana a Kuna Yala

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