Ustupo, Kuna Yala, Panamá

9 de septiembre

En Ustupu nos dio la sensación de que todas las islas de Guna Yala eran muy diferentes: Caledonia era muy chiquita, Mulatupo era un laberinto, Isla Pino era una montaña y ahora Ustupu parecía otra cosa. Ahí ya había un puesto militar donde nos pidieron los pasaportes. La mitad de las mujeres vestían al estilo occidental. Y había banderas de la revolución Kuna por todos lados. Es como la bandera española pero con una esvástica en el centro (la envidia del PP).

esvastica
España dentro de un par de años.

 

Nos alojamos en el Hotel Kosnega. Esta muy bien. Tiene un patio central donde armamos la carpa y la hamaca. Tiene unas terrazas sobre el mar y estaba casi vacío. Solo una maestra de la isla de alojaba con nosotros. El dueño nos cobró 2 dólares por acampar y un dólar más por habilitarnos una habitación para usar el baño.

balcon
Tranqui.

Salimos a dar unas vueltas y vimos que esta isla es más grande que las anteriores. Son dos comunidades en una; no entendí muy bien por qué. Además hay una parte deshabitada donde solo hay pasto, arbustos y palmeras. Calculo que el pueblo en total tendrá unos quinientos metros por mil metros, o algo parecido.

Ustupu
También había charcos.

 

En un momento, unos niños nos estaban gritando todos juntos “Holaaaa” repetidas veces, como era costumbre. Yo, un poco por hacerme el gracioso y otro poco para ver si se callaban, me di vuelta y les grite desaforadamente “Holaaaa” con los ojos, la boca y los brazos abiertos, para darles una cucharada de su propia medicina. Funcionó con casi todos. Se callaron y quedaron unas risitas. Todos, menos un niñito muy chiquito que se asustó mucho y empezó a llorar desconsoladamente, mirándome con los ojos y la boca más abiertos que los míos. No paraba de llorar y me miraba con terror. Perdón.

Martina
Martina era un imán para niños.

 

Ya estoy aprendiendo algo del idioma kuna. Incluso, en una ocasión, a unas mujeres les hice creer que lo hablaba con fluidez, siguiendo una secuencia de unas preguntas que se repiten. Primero nos preguntan el nombre de Martina. Es algo así como “igi nuga”. Después nuestros nombres. Luego la edad de Martina. Suena como “igi birga nika”. Yo les respondo “birgatar”, que significa cinco. Después nuestras edades, que se las respondo en castellano porque los números arriba de diez son complicados y solo los conoce la gente muy mayor. Después nos preguntan de dónde venimos y luego a dónde vamos. Yo les respondo la isla anterior y otra que quede más arriba. Después ya no entiendo nada, pero suelen ser frases con sonrisas.

Hay muchos albinos en Ustupo. Da un poco de pena ver a los niños blanquitos sufriendo el sol con los ojos casi cerrados y la piel ulcerada.

indigena albina
Golpeé en la puerta: pan, pan y albina vino.

 

A la tarde salimos a dar otra vuelta. Encontramos una iglesia católica. Era muy rara. Era del mismo estilo de las pocas casas de cemento que hay por acá pero de tres pisos y con una cruz. En un momento que  yo estaba mirando por los agujeritos de la puerta, llegó un tipo y me hizo pasar. Pensé que era el cura, pero resulto ser un maestro de la escuela que lo habían contratado para arreglar unas habitaciones. Adentro había una mezcla de imágenes católicas con imágenes locales. Estaba todo escrito en kuna. El maestro nos dijo que la habían construido en 1960 y que los hierros de las columnas estaban oxidados por la sal, y que en cualquier momento se podía venir abajo. El primer piso lo usaban para las reuniones y el segundo en realidad no existía, era solo la fachada. Estuvimos un rato charlando. No nos habló bien de los kunas en general. Como ejemplo, nos dijo que para ellos las relaciones homosexuales son totalmente normales y que podés ver paseando por ahí a dos hombres tranquilamente. Que “no lo ven como una degeneración”.

el dios de los pobres
Iglesia sin cura.

 

A la mañana siguiente fuimos al muelle y había un carguero. Nos llevaron hasta Mamitupo.

Pasajera en trance
Pasajera en trance.

 

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El LIBRO

 

Mulatupo, Kuna Yala, Panamá

7 de septiembre

Nos despertamos, desayunamos y fuimos al muelle. Eran las ocho y cinco y el carguero se había ido sin esperarnos. Todavía estaba a unos trescientos metros y se iba alejando lentamente. Un rato más tarde, desde el muelle vimos que en otro pequeño muelle cercano estaba saliendo un cayuco con motorcito. Los cayucos son canoas hechas vaciando el tronco de un árbol y se hacen de una sola pieza. Acá son los que más se usan y normalmente se llevan remando o con una vela muy casera hecha con sábanas. En este caso tenía un mini motor y eran un hombre, dos mujeres y unos niños que iban hacia una isla llamada Mulatupu. Cuando aceptaron llevarnos subimos intentando no hacer tambalear mucho el cayuco.

mola
Como mola viajar en cayuco.

Cuando llegamos a Mulatupo dejé a Claudia y a Martina en el muellecito y salí a averiguar dónde podíamos dormir. El pueblo era un laberinto de chozas. Algunos pasillos no eran más anchos que mi cuerpo y tenía que pasar agachado porque los techos terminaban muy bajos. Era bastante diferente a Caledonia: más grande y más poblada.

barrio de paja
«Ahora vengo, voy a buscar un hotel…»

No había ningún lugar para alojarnos. Pensé en pedir para dormir en cualquier casa con alguna familia, pero finalmente nos mandaron a la oficina del aeropuerto (cuando digo oficina del aeropuerto me refiero a un techo de paja sin paredes). Nos dijeron que nuestro lugar era ese (2,50 dólares la noche por armar la hamaca y la carpa). Dejamos las mochilas apoyadas en una pared y nos fuimos a dar unas vueltas. En algún momento nos cruzamos a un indio albino que nos detuvo y se presentó.Entonces aprovechamos para preguntarle dónde se podía comer algo. El albino paró a una mujer que pasaba por ahí y le pidió que nos llevara. La mujer nos llevó hasta una choza donde había un hombre que podía cocinarnos pescado con arroz. Comimos bien. Al hombre del restaurante le pregunté quién solía ir ahí y me dijo que algunos colombianos de los cargueros.

kuna
Mujer que nos llevó hasta el restaurante.

Después seguimos dando vueltas. La isla debe tener unos cuatrocientos metros de ancho por unos ochocientos de largo. En una punta del pueblo, hicimos un poco de amistad con una familia. La mujer nos pidió que nos sacáramos unas fotos con ellos. Nos convidaron una bebida de chocolate un poco extraña y le regalaron a Martina una pulserita de Chaquiras que formaban dos corazones. También me mostraron unas fotos de unos parientes.

fotos
Fotos.

Mulatupu está muy cerca del continente. Un puente de caños de plástico con techito une la isla con el tierra firme. Lo único que hay del otro lado es la escuela.

Mulatupu
El plástico puede ser un buen aislante o, en este caso, un buen desaislante.

Visitamos la escuela y después fuimos a una playa cercana porque hacía mucho calor. Volviendo intenté sacarme la sal en una lluvia de agua que había entre unos yuyos y que venía de un caño de plástico pinchado que, aparentemente, es el que abastece a todo el pueblo y debe venir de algún río. Como la pérdida de agua formaba un charco, al acercarme metí el pié y entonces sentí un aguijonazo muy doloroso en un dedo. Pensé: si fue avispa, todo bien; si fue víbora, todo mal. No pude ver nada, solo sentía dolor. Cruzando el puente otra vez hacia la isla el dedo se me empezó a poner colorado y a hinchar. Entonces pregunté si había un médico y me llevaron hasta una salita de primeros auxilios. Ahí me inyectaron un antihistamínico. Ahora la nalga me dolía más que el pie y me empezó a dar un sueño aplastante. Volvimos a donde íbamos a dormir. Había unos niños que al principio no dejaban de mirarnos pero al rato trajeron una pelota y se pusieron a jugar al vóley. Yo me sumé al juego. Cuando se hizo de noche, los chicos se fueron cantando cosas y a mí me dio muchas ganas de ir al baño. El baño era de madera, estaba directamente sobre el mar y era muy inestable. Lo que salía de mí golpeaba en el agua y hacía brillar a las noctilucas. A unos veinte metros había una mujer bañándose en la oscuridad. El baño se tambaleaba mucho. Me imaginé cayendo al agua entre el plancton luminoso y mis desperdicios.

baño
Inestabilidad sanitaria.

Más tarde salimos a dar unas vueltas. No puedo recordar mucho porque yo me moría de sueño por el antihistamínico. Recuerdo que en un momento me apoyé en el piso y me dormí un rato. También recuerdo a unos niños jugando a boxeo con los pies. Caminaban con las manos y se empujaban con los pies. También un almacén con unos tipos mirando una película en uno de los pocos lugares con luz. La isla estaba casi toda a oscuras. También recuerdo a muchos niños corriendo detrás de Martina. No sé cómo llegué a mi hamaca. Dormí muy bien.

Hoy temprano nos fuimos al muelle a ver quién nos llevaba un poco más. Nos habían hablado de unas islas que algunos les decían isla Balsa e isla Cuero. Al final negociamos con una lancha rápida que nos llevara hasta Ustupu por diez dólares (parece que Balsa o Cuero están lejos porque nos querían cobrar demasiado). Pasamos de largo isla Pino que estaba muy cerca de Mulatupo y nos arrepentimos de no haber parado ahí, parecía linda. A diferencia de las otras islas, isla Pino es una montaña. Tiene un pueblito en la punta y parecía que había buenas playas.

Llegamos a Ustupo al mediodía. El sol en el muelle nos dejó con muy poca voluntad para levantar las mochilas.

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El LIBRO

Caledonia, Kuna Yala, Panamá

5 de septiembre

Caminamos unos pocos pasos y preguntamos a unas mujeres dónde podíamos dormir. Eran tres y estaban vestidas con ropa muy particular.

vestimenta tradicional kuna
Psicodelia para elegir.

Después me enteré de que esa es la ropa tradicional y que la usan casi toda las mujeres. En la cabeza se ponen un pañuelo rojo con líneas finitas amarillas o blancas. Usan una blusa que la parte de arriba es normalmente de un estampado con dibujos locos y, de los pechos para abajo, está formada por dos ‘molas’, una adelante y otra atrás. Las molas son los tejidos más tradicionales de los kunas. Son formas geométricas que se hacen cosiendo trocitos de tela muy pacientemente. A veces representan animales y a veces solo dibujos que parecen sacados de visiones psicodélicas. Abajo llevan una falda con colores estampados en fondo negro. Los brazos y las piernas están casi cubiertos por unos collarcitos o chaquiras. Van uno al lado del otro y también terminan formando figuras geométricas. Además, en la nariz se pintan una línea negra vertical y llevan un aro de oro en el tabique. Algunas, en las cercanías de sus casas, andaban con los pechos al aire.

Estas tres mujeres, que fueron las primeras que vimos, no hablaban bien español pero les alcanzó para decirnos que en un rato nos iban a mandar un guía.

Caminamos un par de casas más y llegamos al otro lado de la isla y enseguida llegó nuestro guía. Él si hablaba español, pero raro. Después de saludarnos nos llevó al único lugar donde nos podían alojar (a veinte pasos de donde estábamos). Nos dijo que costaba 5 dólares la noche. Eran unas cabañas sobre el mar, con hamacas y ventana con vista a una isla con palmeras. También tenía un pequeño muelle sobre el agua celeste y sin olas, al estilo portada de guía de turismo de la Polinesia. Nos explicó que en la isla había reglas que las ponía el Saila, que es el sabio o jefe de la comunidad. Por ahora, aparentemente las reglas eran que él tenía que ser nuestro guía de forma gratuita y que debíamos quedarnos en una cabaña de madera sobre el mar por 5 dólares. ¡Obedecimos! (Actualización 2019: La isla se ha vuelto un poco más turística y el hospedaje es con camas y cuesta 10 dólares por persona).

muelle
Obedeciendo.

La isla es totalmente plana y tiene unos cien metros de ancho por trescientos de largo, o algo así. Las casas son de superficie más o menos ovalada, con paredes de cañitas y techo de hojas de palmera. Hay tres o cuatro casas de material: la escuela, un almacén, una construcción junto al muelle y alguna más. Las casas parecen estar un poco desparramadas al azar, y muchas veces no se entiende bien qué es camino y qué es patio. Hay como empalizadas de cañas dividiendo terrenos, pero no se entiende nada. Más de una vez me encontré saliendo por una puerta del patio de una casa sin saber cuándo había entrado.

choza kuna
Los colores los tenían las mujeres.

La austríaca se llama Claudia y tiene 26 años. La hija se llama Martina y tiene 5. Las miradas de curiosidad entre nosotros y los kuna son recíprocas. Aunque en realidad la mayoría se las lleva Martina. Cada dos por tres hay una nueva señora multicolor que nos para y nos pregunta el nombre y la edad. A veces hay decenas de chicos gritando “Maaartina” todos al mismo tiempo y repetidas veces. Las casas no tienen ventana pero, como las paredes son de cañitas, es como si toda la pared fuese una ventana con cortina. De afuera para dentro no se ve pero de adentro para fuera se ve para todos lados. De vez en cuando, una pared nos dice “hola” y nosotros le contestamos “hola”.

chozas kuna
Paredes que hablan.

Nuestro guía viene a visitarnos cada tanto a ver cómo andamos y a charlar. En un momento nos comentó que en el pueblo una chica se recibió de maestra y para festejarlo vinieron sus compañeras a pasar el día y van a ir en lancha a una playa de una isla y que nos invitan. Aceptamos y subimos a la lancha con unas treinta personas, más una heladerita con cervezas y gaseosas. Otra de las reglas de la isla es que está prohibido tomar alcohol pero hacen la vista gorda cuando se toma en privado. Parece que eso mantiene un consumo prolijo.

Fuimos por un mar que era sin olas, poco profundo y turquesa. Cada tanto había cayos de coral bajo el agua. Los esquivábamos porque en la proa iba un pibe mirando todo el tiempo hacia adelante y haciendo señas con los brazos, marcando el camino al motorista que estaba en la popa y que no podía ver nada. El agua era totalmente cristalina y, desde la proa, los cayos se veían muy bien. Llegamos a una isla pequeña con rocas, cocoteros, arena blanca y mar celeste. Anduvimos metiéndonos en el agua y caminando por la isla.

en la palmera
Cierta inclinación por las palmeras.

A la vuelta, la gente estaba un poco borracha y algunas mujeres empezaron a tirar agua a los que no se habían mojado. El barco era todo risas. Las mujeres se reían un poco borrachas, los hombres se reían, el de la proa gritaba, el motorista se reía, los niños se reían, los que estaban al lado del de la proa gritaban y agitaban los brazos, los niños se reían más fuerte, el motorista dejó de reírse, bajó la marcha abruptamente y giró. Pero ya era tarde. Chocamos contra unos corales y los pasamos por arriba. Crujió toda la lancha, pero aguantó. Ya nadie se reía. El agua era como una piscina cristalina y no creo que fuera muy profunda, pero más de la mitad de los pasajeros eran niños y no había salvavidas. Con Claudia nos miramos sorprendidos. Supongo que los más chiquitos no sabrían nadar y muchas de las mujeres tampoco. Si la lancha se hundía probablemente yo podría haber ido nadando hasta alguna isla llevando a Martina y tal vez a algún niño más. Estaba pensando cuál hubiera sido la forma de salvar la mayor cantidad de niños cuando de pronto ya estábamos en el muelle. Al subir me pidieron que me ponga la camiseta y a Claudia la falda; cosa rara en un lugar donde las mujeres a veces están en tetas. A la noche nos cocinaron pescado con arroz y patacones.

Hoy fuimos a dar vueltas por las casitas y a escuchar la palabra “Martina” cientos de veces. Los hombres nos saludan y las mujeres y los niños se acercan a hablar, pero nos hablan en kuna, como si supiéramos. Cada tanto hacen señas y nos dicen alguna palabra en español para que sepamos de qué iba la hemiconversación. En general hablan de Martina o nos preguntan nuestros nombres, nuestras edades y cómo se llaman nuestras islas. Argentina y Austria, dos islas muy lejanas: una para allá y la otra para allá.

curiosidad simetrica
Curiosidad simétrica.

En el almacén venden muy pocas cosas y casi nada de frutas y verduras, solo cebollas. Los poco productos que venden son los que traen los barcos cargueros colombianos. Son pequeños cargueros de madera de unos veinte o treinta metros de largo. Van desde Colombia hasta Colón parando por todas las islas y dejando mercadería a crédito. Luego vuelven cobrando en efectivo o en cocos. La vuelta suele ser mucho más lenta (unos 40 días) porque a veces tienen que quedarse hasta tres días en una aldea intentando cobrar. (Actualización 2019: en estos último años la comunidad se ha occidentalizado notablemente, hay muchas más tiendas y productos y los locales no se sorprenden mucho con los visitantes. Si se busca una experiencia aún más auténtica tal vez es mejor visitar Anachucuna o Carreto, aunque ahí no hay hospedaje ni están permitidas las fotos)

carguero colombiano
Carguero colombiano.

El almacén estaba lleno de cocos. Preguntamos cuanto costaban y nos miraron raro. Claro, ellos los usan para comprar otras cosas. Era como entrar a una frutería y preguntar cuánto cuestan las monedas. Estuve tentado de ir con un paquete de arroz para comprar unos cocos.

A la tarde me até una soga a la cintura y la otra punta a una bolsa grande y fui nadando hasta una isla a buscar cocos. Como siempre, gasté más energías en abrirlos que las que me dieron al comerlos.


Martina se hizo amiga de dos niños y estuvieron jugando mucho rato. Se llaman Tominí y Olmer. Tienen 7 y 5 años. En un momento Tominí me dijo “Igui birga be nika”. Yo le dije que no le entendía y me repitió “IGUI BIRGA BE NIKA”. Yo le volví a decir que no le entendía y Martina me dijo que él me pregunta que cuántos años tengo. Era verdad. Increíble.

Tomini, Olmer y Martina
Tominí, Olmer y Martina.

A la noche llegaron sailas de otras islas y hubo cantos rituales en el Congreso (cuando digo Congreso me refiero a una gran choza de cañas y paja de unos veinte metros de largo por diez de ancho y unos seis o siete de alto, adentro solo hay hamacas y bancos rústicos tipo iglesia). Era de noche, la oscuridad estaba afuera y ahora éramos nosotros los que podíamos ver a través de las paredes. Lo que más se distinguían eran las cabezas de las mujeres con los pañuelos rojos con líneas amarillas o blancas. Todo el tiempo se escuchaban cantos que eran como oraciones con sílabas largas y nasales que parecían sacados de un documental de la National Geographic. Nuestro guía no quería ir a la reunión y se vino a la cabaña con nosotros a charlar un rato.

congreso
Congreso.

Le pregunté sobre algún camino que fuera hacia el Darién. Me dijo: “Hay un camino. Anda dos días. Duerme en la mitad. Pero no es permitido. En marzo y abril vienen las FARC. Vienen cincuenta guerrilleros en quince días. Después otros quince días otros cincuenta guerrilleros y así quince días y quince días y así fue. Guerrilleros hablan con saila y dicen que no quieren problemas con gente kuna. Pasan nada más. El saila dice que bien. Después el saila manda carta a Panamá y la policía viene en la zona y ahora FARC no viniendo. Saila no quiere guerrillero porque después viene enemigo de guerrillero y es problema. El pueblo es en el medio”.

Le pregunté si habían venido este año y me dijo que sí, que entre abril y mayo y que el año pasado también. Después me dijo que a mitad de camino el paisaje es feo, con piedras negras y hay que ir en silencio. Si se va silbando o haciendo ruido la gente desaparece. Me dijo algo del diablo y de una persona con la cara muy fea.

También me contó otra historia: “Una vez, viene veinte extranjeros sin papeles con motorista colombiano. El motorista pregunta pasar para los extranjeros por el camino a Yaviza. El saila dice no. Nosotros no quieren problemas con la policía. El colombiano dice otra vez y con arma. El saila después dice sí. El saila llama secreto a la policía y la policía dice que diga mañana. Los extranjeros duermen en escuela y el saila cierra con candado. A la mañana abre y los extranjeros van a congreso. Los policías llegan en lancha de personas, no es lancha de policía. Visten como personas. El colombiano está en su lancha y dice ‘eso es policía’. El saila dice no. La policía baja por toda la isla y caminan hacia el centro con armas. El colombiano quiere escapar pero la policía agarra la cuerda de la lancha. Los extranjeros lloran. Todos estando presos.

También me contó que la policía, a veces, los acusa de narcos. Dice que cada tanto se encuentran cargamentos de cocaína, flotando, y los kunas los venden otra vez a los colombianos. Y que la culpa es de la policía porque los cargamentos vienen de los descartes de las persecuciones policiales. También me contó que una vez encontraron una lancha de los narcos a la deriva. En algún lado leí que hay bastantes narcotraficantes por acá porque los kuna tienen autonomía sobre el territorio y no le permiten patrullar a la policía panameña. Parece que la lancha quedó en una isla y llegaron policías a llevársela. Los de la isla querían quedársela y se subieron a la lancha para que no se la lleven. El conflicto terminó con la lancha para los kunas y una mujer panameña presa. No entendí bien quién era, pero estaba relacionada con el permiso de entrada de la policía.

Más tarde en la noche, Claudia habló con el capitán de un carguero colombiano y prometió llevarnos mañana a las ocho de la mañana a otra isla.

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El LIBRO

Tapón del Darién, Puerto Obaldía y Caledonia, Kuna Yala, Panamá (Cómo cruzar de Colombia a Panamá)

3 de septiembre

Decidí cruzar de Colombia a Panamá junto con los franceses y la austríaca y su hija.

El viaje en lancha a Puerto Obaldía duró una media hora. En un momento vimos peces voladores, salían del agua, aleteaban a toda velocidad en forma horizontal a unos 30 cm de la superficie y durante unos 20 metros y se volvían a zambullir, parecían colibríes. No sabía que los peces voladores volaban tanto.

Llegamos a Puerto Obaldía y los militares nos recibieron con un control molesto entre paredones y alambres de púa. Nos hicieron separar todas las mochilas en el suelo, cada una delante de su dueño. Después tuvimos que abrir los cierres y nos pidieron que nos alejáramos unos tres metros hacia atrás. Un tipo sacó un perro blanco de una jaula, le hizo olfatear una pelota de tenis y le amagó que se la escondía entre las mochilas. El perro estuvo olfateando todo el equipaje pero no la encontró.

Puerto Obaldía
Puerto Obaldía.

Después del trámite con el perro blanco y sus compañeros verdes, ya eran las 16.05 y migraciones cerraba a las 16. Cuando digo migraciones me refiero a una casucha de madera despintada.

El pueblo nos pareció a todos más lindo de lo que nos habían contado.

Puerto Obaldia, Panama
Calle principal de Puerto Obaldía.

Acampamos en la punta de una bahía donde había pastito corto, palmeras, rocas en el agua y olas suaves. Era al costado del pueblo. A lo lejos, todo lo que no era mar era montaña con selva. Cocinamos pasta en la orilla, sobre el pasto. Después de comer colgué la hamaca con el mosquitero entre dos palmeras, junto al mar, pero en mitad de la noche tuve que trasladarla bajo el techo de un restaurante abandonado porque había mucho viento y relámpagos.

campamento Obaldía
Me desperté último y no llegué a fotografiar el campamento.

Al día siguiente hicimos los trámites de migración donde teníamos que mostrar plata o tarjeta de crédito. (Actualización 2019: ahora piden que tengan 500 dólares por persona y, en raros casos, pasaje de salida; pero no siempre cuentan la plata ni confirman el pasaje, depende de quien te atienda y, lamentablemente, de la cara del solicitante. Aunque son varios los que rebotan, no son muchos en comparación con todos los que lo logran).

En puerto Obaldía ya estábamos en la Comarca Kuna Yala (ahora Guna Yala). Abarca más o menos la mitad de la costa Caribe de Panamá junto con las 360 islas del archipiélago de San Blas. Pertenece a los indios Kuna. Tienen mucha autonomía, con una mínima injerencia del gobierno Panameño. La ley Kuna dice que ningún extranjero puede hacer negocios ni tener propiedades en la comarca. Hay alrededor de cincuenta islas habitadas.

Desde cualquier lugar de la región te quieren llevar en lancha directamente a Cartí y desde ahí se puede seguir en 4×4 hasta Panamá City. La lancha cuesta 100 dólares y la camioneta otros 25. La avioneta de Puerto Obaldía a Panamá City cuesta menos, 90 dólares, pero estaba completa para las siguientes dos semanas. Ese día había una sola lancha y nos quería llevar directo a Cartí (por supuesto). La austríaca y yo le pedimos que nos dejara en Caledonia y nos costó mucho convencerlo. Recién sobre la hora lo logramos. Nos cobró 35 dólares. Ni siquiera sabíamos muy bien qué era Caledonia, pero suponíamos que era la primera isla del archipiélago.

madre soltera con coraje
Aprendiendo.

El viaje duró una hora y algo y nos compadecimos de los franceses y del resto de los pasajeros que todavía les quedaban 7 horas más hasta Cartí, a los saltos violentos en la lancha, en bancos de madera, llenos de sal por las salpicaduras y al rayo del sol.

Unos metros antes de llegar a Caledonia lo único que veíamos eran chozas de paja y caña que parecían estar sobre el agua pero que evidentemente estaban en una pequeña isla. En la zona había otros islotes que frenaban las olas y el mar planchado parecía un río de llanura. Cuando vimos algunos plásticos y cáscaras de bananas flotando, el motorista se puso a explicar que los indios tiran todo al agua. El ambiente era extrañamente tranquilo y hasta lo que dijo el tipo parecía un comentario mañanero de alguien que recién se despierta. Era como si habláramos en voz baja.

Caledonia
Caledonia.

Cuando bajamos del bote yo tenía la cara y los brazos llenos de sal. Uno de los pasajeros nos preguntó si nos íbamos a quedar ahí. Le dije que sí mirando hacia las casas de paja y entonces, por un momento, dudé si éramos bienvenidos.

como ir de Capurgana a Kuna Yala

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El LIBRO

Turbo, Capurganá y Sapzurro, Colombia, y La Miel, Panamá

2 de Septiembre

Roger consiguió trabajo en Medellín. Ahora vuelvo a viajar solo. Hacia el norte para intentar cruzar a Centroamérica.

Parece que el trayecto en bus de Medellín a Turbo es peligroso. Yo fui durmiendo, no me enteré de nada.

También dicen que Turbo es feo. A mí me gustó. Es un poco trash, como los pueblos de frontera.

Llegué a las cuatro de la mañana, pero había bastante gente despierta dando vueltas. El puerto está ultra podrido, tipo el riachuelo, y perfuma toda la zona. Al asomarme al agua, me pareció que había peces porque la superficie se movía.

Entonces fui a tomar un café al único lugar que estaba abierto, frente a las aguas podridas del Caribe. Y mientras esperaba que amaneciera, vi pasar a un adolescente totalmente desnudo que iba revisando la basura.

Cuando amaneció, vi que lo que parecían peces moviendo la superficie del agua, en realidad, eran burbujas de putrefacción.

Turbo
Amanecía en Turbo y un pescador vino a ofrecer algunas sardinas.

De Turbo hacia el norte, solo se va por agua o por aire (Actualización 2019: ahora la gente suele viajar desde Necoclí, también salen lanchas, el pueblo es más agradable y el viaje es más corto), porque la zona está ocupada por paramilitares, guerrilla y narcotraficantes. Sobre todo estos últimos.  También hay originarios de la etnia Embera, pero viven como en un mundo aparte. La zona es el tapón del Darién, que es como el limbo entre Sudamérica y Centroamérica. (Acutualización 2019: ahora en el Darién parece que no hay guerrilla ni paramilitares, pero sigue habiendo narcos y tráfico ilegal de personas y sigue siendo tierra de nadie)

El viaje en lancha tarda dos horas, y fuimos a los saltos hasta la parte más norte de la región del Chocó. Es un lugar de postal del Caribe con pequeñas bahías con cocoteros, arenas blancas, piedras negras, peces de colores y casitas de madera.

En la lancha conocí a dos españolas de Murcia. Con ellas me hospedé en el Luna Verde, un hostal de un italiano loco donde tienen un monito tití llamado Quico. Es un Saguinus geoffroyi. Llegó herido por un perro. Le di mucha confianza desde el principio y tuve el mono colgando al cuello durmiendo la siesta cada dos por tres. Cuando lo saco o lo intento sacar, me insulta con diferentes gruñidos y grititos agudos. A la noche se quedaba profundamente dormido y ya sacarlo es peligroso, porque pasaba del insulto a la mordida. Me clavó más de una vez sus colmillitos filosos. Es mejor sacarlo empujándolo con la linterna y ahí se va caminando como borracho de lo dormido que está. Por la mañana me viene a despertar temprano balanceándose en el mosquitero de la hamaca. Por suerte los monos tití son bien pequeños. Cuando salgo de la hamaca y me pongo a desayunar me pega gritos hasta que le convido. Le encanta la fruta y la avena con leche. Cuando me distrigo mete la cabeza en la bolsa con las cosas del desayuno y cuando le grito saca la cabeza y me insulta otra vez. (Actualización 2019: ahora el hostal se llama La Bohemia y sigue estando muy bien. Intenté averiguar qué fue de la vida del monito pero parece que nadie lo recuerda).

Saguinus geoffroyi
Se me están subiendo demasiados bichos al cuello.

Estos días en Capurganá me la pasé caminando de playita en playita por la montaña selvática: playa de Aguacate, Sapzurro, La Miel y alguna otra. La Miel ya es Panamá. Sapzurro me pareció un lugar para pasar un buen tiempo haciendo snorkel y relajando en una hamaca antes de seguir viaje hacia el norte. Ahí el hostal El Chileno (reservar) está muy bien, con un clima rústico frente a un mar con arrecifes de coral.

Sapzurro
Sapzurro.

Se fueron las españolas, pero llegaron una pareja de franceses, una austríaca con su hijita y, casualmente, otro español de Murcia.

Quico y Martina
Quico recibiendo a las nuevas visitas.

Acá los locales son casi todos negros y hay muchos niños. Por cuestiones de ahorro, la luz del pueblo se corta de 12 de la noche a 9 de la mañana y de 6 y media de la tarde a 7 y media, que es cuando anochece y suele llover. Las tardes suelen ser de lluvia y oscuridad. Y claro, después nacen muchos niños.

pescando
Me pidieron comida y en lugar de darles, les enseñé a pescar: me mandaron a la mierda con justa razón.

La miel, en Panamá, es un pueblito con una onda la aldea de “los otros” de Lost, pero con muchos militares. La playa y el snorquel ahí son de película también. A este pueblo solo se llega caminando desde Colombia, a través de la montaña o en barquito. Dicen que hay una picada que los une con el resto de Panamá, pero solo la hacen los militares y no dejan pasar, por el tema guerrilla-paracos-narcos. Un día antes de que me fuera de Capurganá, el español se fue a La Miel a dormir ahí, cosa que está prohibida, hay que volver antes de las 6 de la tarde. Pero se fue con la idea de esconderse de los militares y armar la carpa en la selva cuando oscureciera. No sé qué ocurrió. Esa noche no volvió.

La miel, Panama
La miel, Panamá.
como ir de Medellin a Capurgana

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El LIBRO

Santa Marta, Taganga, Tayrona, Cartagena y Medellín, Colombia

20 de agosto

(Partes de este post también están publicadas en la revista Wipe, con algunas fotos más, y se puede ver a partir de la página 17: acá. ¡Gracias Wipe!)

Llegamos a Santa Marta.

oficina de correos de Santa Marta
Oficina de correos de Santa Marta.

 

Nos fuimos a Taganga que quedaba muy cerca y nos parecía más lindo que Santa Marta. En Taganga hicimos ocio de snorquel. Roger tiene una cámara acuática y quedé un poco mareado de exagerar con la apnea.

(Hay que sumarle las estrellitas que veía de tanto aguantar la respiración)

 

Para no ser tan ocioso y recordando mi hobby de Barcelona, me fabriqué una trampa para peces (a lo MacGyver) con un bidón. Atrapé uno y le saqué un par de fotos.

Equetus punctatus
Un pecín y un pezón (Equetus punctatus y Papilla mammaria)

 

Después lo solté entre sus amigos y no los molesté más.

Buceando en Taganga
No sé, parecían amigos.

 

Dactylopterus volitans
Dactylopterus volitans exageraba.

 

En el hostal conocimos a otro argentino y se sumó a nuestro viaje. Se llama Diego, es cordobés, viene viajando hace nueve meses y en Argentina solía ser croupier.

Cómo colarse al Tayrona es algo de lo que muchos hablan, pero que en realidad no pudimos encontrar a nadie que lo haya hecho y nos diera los datos precisos. Entonces tuvimos que juntar datos supuestos. Es un parque nacional que está en manos privadas y, como es caro, parece que la gente en general ve bien el tema de «entrar gratis al Tayrona».

El truco fue el siguiente. Fuimos a Calabazo, una entrada secundaria donde hay guardaparques solo hasta las 14.30. El camino desde Calabazo es duro y cuesta arriba entre la selva. Entrando después de las 14.30 es difícil llegar a algún lugar donde se pueda acampar antes de que se haga de noche. Sobre todo si uno está llevando toda la comida y bastante agua para los días que quiera quedarse. Cuestión que fuimos subiendo por la selva, con la idea de colgar las hamacas entre los árboles cuando se hiciera de noche. El camino más normal es subir hasta Pueblito (unas ruinas de un antiguo pueblo de los indios tayrona) y luego bajar hasta la costa, donde hay camping. Pero antes de llegar a pueblito, Diego propuso desviarnos por un sendero que suponía que iba a Playa Brava. Playa Brava es un lugar que no va casi nadie y que probablemente íbamos a poder dormir sin cruzarnos ningún guardaparque.

Se nos hizo de noche antes de llegar, pero como estábamos cerca y el camino estaba bueno, hicimos la última parte con las linternas. En Playa Brava resultó que hay un lugar para quedarse y nos querían cobrar 11 dólares por colgar las hamacas. Como veníamos decididos a colgarnos en cualquier lado pero al mismo tiempo estábamos un poco en infracción y no daba para hacernos mucho los piolas, terminamos arreglando por 4 dólares. El lugar está muy bueno, es una playa de unos doscientos metros entre una olla de montañas. Es Caribe pero con olas fuertes. Solo hay unas cabañitas elevadas, de madera y paja, pegadas a la playa y entre cocoteros. Colgamos las hamacas debajo de las cabañas. Estuvimos dos días ahí haciendo nada. No mucho más que estar echados por ahí, cocinar y sacar agua potable de los cocos. Estábamos casi solos.

playa brava
Playa Brava.

 

El tercer día salimos muy temprano, para llegar lo antes posible a Pueblito. Los guardaparques de la entrada, intentando controlar que la gente no se cuele, te ponen una pulserita. Queríamos llegar temprano a pueblito para agarrar a la gente que estaba saliendo por ese camino y pedírselas. Fue fácil: los dos primeros grupos que cruzamos nos dieron sus pulseras sin ahorrar simpatía. Las pulseras son de esas que se rompen al sacarlas, pero Roger había llevado pegamento para arreglarlas (truco de «cómo entrar gratis al parque Tayrona» completado). De ahí en más, no nos preocupamos por ningún vigilante. Los siguientes tres días anduvimos por playas paradisíacas. Vi monos tití y pecaríes.

Parque Nacional Tayrona
Parque Nacional Tayrona.

 

Supimos que hay otra forma de entrar, que es por el este. Hay que bajar en la ruta en el puente amarillo y caminar por el río que sale a los naranjos. El río es poco profundo, pero los pies se hunden mucho en la arena bajo el agua. Puede que sea demasiado esfuerzo andar por ahí con las mochilas.

 

30 de julio

Volvimos a Taganga y nos fuimos a Cartagena. El mismo día que llegamos, Diego encontró un amigo local que había conocido de viaje por Bolivia. Hablando de cocaína colombiana le dieron ganas de tomar y me dijo si lo acompañaba a comprar. Yo no tenía un interés particular en el tema, pero lo acompañé igual. Era en un callejón angosto con bastante gente tomando fresco en la calle y charlando. Estaba a dos cuadras de la policía. Nuestro nuevo amigo local me dijo que los policías son muy inocentes, tienen la venta a dos cuadras y no lo saben. Yo le dije que el inocente era él. ¿Cómo no lo va a saber la policía si yo solo hacía unas horas que estaba en Cartagena y ya lo sabía?

Del callejón nos metimos por un pasillo hasta una casita con una familia muy agradable. Me invitaron a sentarme en una mecedora y estuve mirando beisbol con una señora muy gorda mientras mi nuevo amigo hacía sus negocios. En la casa, entre todos los adornos familiares, tenían una heladera con puerta de vidrio llena de cervezas e iluminada con lucecitas de colores. Al final, mi amigo compró solo medio gramo al ínfimo precio de 2 dólares y medio.

 

13 de agosto

En Cartagena estuvimos varios días dando vueltas por la ciudad. Roger y Diego supuestamente estaban buscando trabajo y yo esperando a mis padres que por casualidad vendrán a Colombia a dar unas charlas. Hace casi tres meses que no los veo. Irán a Medellín y pasaré unos días con ellos.

En Cartagena tengo un par de amigos que conocí en Barcelona hace unos años: Angie y Alberto. Un día nos juntamos en la casa de Alberto. En esos días yo me estaba alojando en una habitación compartida con otras cinco personas en un hostal muy barato y un poco asfixiante, y cocinándonos todos los días comidas bastante baratas. Alberto vive en un edificio histórico con vistas al Caribe. Estuvimos tomando buenos vinos y picando algunas exquisiteces. Fue un gran contraste con mi hostal. Alberto también me invitó al paradisíaco hotel de su madre en la isla Barú. No tenía ganas de ir solo y lo dejé para algún momento que pueda ir con ellos. Me trataron muy bien. Angie y Alberto están muy locos y la pasé muy bien.

Vinimos a Playa blanca con Roger y Diego y nos estamos echando a dormir en cualquier lado para ahorrarnos el camping. Comimos sanguches vegetarianos porque se nos cayó la mortadela mientras íbamos en mototaxi.

 

Playa-Blanca
Tranqui.

 

26 de agosto

Con Roger vinimos a Medellín y despedimos a Diego que se volvió a la zona del Tayrona a vivir un mes en el Rainbow, que es un encuentro internacional de hippies. Después de días de esperar a mis padres, nos desentendimos con las fechas y me tuve que venir a Medellín de apuro en un bus de 12 horas. Lo malo es que me podría haber tomado un avión a la mitad del precio del bus, si lo sacaba con dos días de anticipación. Roger se vino al día siguiente (en avión, por supuesto).

Roger está loco. Subiendo al avión se olvidó una navaja en la mochila de mano. En el control le dijeron que no la podía pasar. Como la mochila grande ya la había despachado y no quería perder la navaja, decidió escondérsela en la zapatilla y ponerse unas monedas en un bolsillo. Cuando pasó por el detector de metales sonó, le echó la culpa a las monedas y listo. Ya que estaba, podía haber usado la navaja arriba del avión para amenazar a una azafata para que lo pase a primera.

Mis padres vinieron a dar unas charlas a Medellín y a Cali. Mi madre usó para sus charlas las fotos que sacamos Roger, Nico y yo en la selva venezolana hace poco. Son casas de madera y paja. Ahora yo le saqué unas fotos a mi madre dando las charlas con mis fotos y las volveré a subir a internet, acá mismo.

ciberchozas
Foto de blog de foto de blog.

 

Pasé unos buenos días visitando Medellín acompañando la mirada arquitectónica de mis viejos.

Dato para los que les gusta la palabra enteógenos: en el botánico de Medellín encontré San Pedro y Banisteriopsis caapi (el componente principal del ayahuasca). De la Banisteriopsis bajó una ardilla y la convencí para que se me suba al hombro. Suelen ser muy desconfiadas. Debe haber masticado un poco de corteza.

ardilla
Ardilla enteógena con estados alterados de la empatía.

 

Dato para los más hippies: en el parque Arví se puede acampar gratis. Se puede llegar en bus o metrocable (teleférico). Para que salga barato el metrocable hay que sacarse la tarjeta cívica.

Dato para los terroristas de aviones: ponerse monedas en un bolsillo. 

como ir Santa Marta a Medellin

 

➮ Continúa 

 

El LIBRO

 

Puerto Samariapo, Puerto Ayacucho, Merida, Maicao, Venezuela

14 de julio

Hoy nos despedimos de Roger, que tenía que volver para el norte, y con Nico seguimos hacia el sur, en la parte de atrás de una camioneta, junto a cuatro indias sonrientes. Llegamos a Puerto Samariapo, donde la ruta termina en el río y ya no hay más caminos en todo el estado.

india albina
India albina bajando en Puerto Samariapo.

 

Dejamos las mochilas en un puesto militar junto al agua y nos pusimos a hablar con la gente de los barcos pidiendo si nos podían llevar más adentro del amazonas. Estaría bueno llegar al brazo Casiquiare, pero sé que es zona indígena protegida y es probable que los militares no nos dejen pasar. Ya avanzamos más de lo que creía que íbamos a lograr. Pasamos varios puestos de control, donde nos miraron los pasaportes con lupa y sin soltar la ametralladora. Lo bueno es que no nos intentaron coimear, que fue una de las cosas que nos dijeron que nos podía pasar.

La mejor opción que tenemos hasta ahora en barco es uno que va hasta La Esmeralda. Es ideal: La Esmeralda está en tierras yanomamis, que son esos indios con corte de pelo tipo taza, pintura roja y negra en la piel, plumas en las orejas y dónde las mujeres usan palitos clavados en los labios y la nariz. El barco va a tardar cuatro días en llegar, navegando lento y descargando refrescos en algunas comunidades. Es casi una canoa con techo y apenas entran las hamacas. Debe tener unos dos metros de ancho por unos diez o quince de largo. Parece que vamos a ayudar a descargar los refrescos y Nico va a hacer de cocinero. La tripulación es el motorista y dos personas más, y ya nos estamos haciendo amigos a puras bromas.

En Venezuela nos están invitando muchas cervezas, parece que fuera el deporte nacional. Caminando por la única calle del pueblo, pasamos por delante de una casa donde había un tipo y dos mujeres emborrachándose en el porche. El tipo nos hizo señas para que vayamos y fuimos. Estuvimos los cinco tomando cervezas charlando un buen rato. Él se llama José.

José nos aseguró que no íbamos a salir hoy porque es domingo, y nos propuso ir al río a pasar el día con amigos. Yo me acerqué al puerto para confirmar que no iba a salir ningún barco y, por los datos vagos y aletargados que me dieron, me convencí de que José tenía razón, y nos fuimos al río con él y sus amigos. Entramos como unos quince en su camión. Subimos sillitas, heladeras con cerveza, leña, verduras, pollo, otras bebidas alcohólicas, etc. Muchos ya subieron medio borrachos.

Cuando llegamos al río, bajamos del camión y desparramamos todo lo que traíamos. Algunos se fueron a tirar al agua, otros se pusieron a abrir cervezas o a preparar tragos, y otros a preparar el sancocho, que es como le dicen acá a una especie de sopa de gallina y verduras. Yo ya notaba que estábamos bastante borrachos, porque las gallinas y las verduras las limpiamos metidos en un remanso del río, sentados con el agua hasta la cintura. Y ahí estaba yo, en un agua tranquila, bajo la selva, junto a dos mujeres semidesnudas, rodeados de verduras y pedazos de pollo flotando. Me sentía en una versión erótica de un dibujito de Buggs Bunny cocinándose a sí mismo.

gallinas
Cuidado que los pollos se están acercando a la cascada.

 

Ese clima tuvo toda la domingueada. Nadamos, bebimos, comimos, nos reímos mucho, y para volver al camión lo tuvimos que empujar varias veces.

Ahora estamos en lo de José, que nos invitó a quedarnos a dormir en su casa. Solo que él se fue. Unos indios le pidieron que los llevara a Puerto Ayacucho en su camión y se fue muy borracho y ya no volvió. Nico está durmiendo y yo me quedé esperándolo y escribiendo.

Pero ya es cualquier hora, me voy a dormir.

 

16 de julio

José no volvió por la mañana y nosotros teníamos que hablar temprano con la gente del barquito que había prometido llevarnos a La Esmeralda. Así que cerramos la puerta de la casa y le dimos la llave a un vecino.

Finalmente, el dueño del barco llegó y no quiso llevarnos. Yo me quedé por ahí tratando de encontrar otro y Nico se fue a lo de José a ver si estaba vivo y si había llegado.

Había llegado y estaba tomando cerveza. Después vino y nos siguió invitando muy insistentemente. Se hacía difícil rechazarlas. Al final nosotros también pagábamos algunas para no ser descorteces, e invitábamos y así indefinidamente. Yo estaba un poco molesto por no haber conseguido el barco y tomaba muy poco para mantenerme sobrio y conseguir alguien que nos llevara. Podríamos pagar un pasaje hasta San Fernando de Atabapo, pero no tenemos demasiado dinero y suponemos que allá no hay más posibilidades de avanzar que las que tenemos acá.

Orinoco
Nico buscando barcos en el Orinoco.

 

A la tarde le dijimos a José de ir a buscar algún chamán por la zona para comprarle yopo. Nico quería llevar a Bélgica y el que le habíamos comprado al chamán jivi era demasiado suave (nos había avisado). Nos llevó en el camioncito hasta una comunidad de tres casas, aunque no sé si se le puede llamar comunidad a solo tres casas. Era casi de noche y hablamos en las penumbras con un indio que tampoco se puede decir que hablara castellano. Más bien decía palabras sueltas y hacía sonidos y gestos. También costaba darse cuenta si era indio o india. Un tipo raro. Al final pudimos entender que el chamán estaba en otro lugar que quedaba caminando unas dos horas por la selva. Nos prometió llevarnos al día siguiente. Nos dijo que iba a pasar por nuestra casa y ahí comprendí que no quería llevarnos. Estoy notando que acá nunca te dicen que no, te dicen que al día siguiente. Y decirnos que él pasaba a buscarnos era la confirmación de una negación.

indiecito
Niño de una de las tres casas.

 

Volvimos a dormir en la casa de José y al día siguiente todo volvió a fallar y decidimos renunciar. Nico no tenía mucho tiempo y yo no tenía mucha plata. Se me estaban acabando los dólares y en Venezuela si uno saca plata por el cajero te calculan el dólar a precio oficial, que es la mitad de lo que se cambia normalmente, y no dan ganas.

Volvimos a Puerto Ayacucho y empezamos la travesía de tres buses hasta Mérida.

22 de julio

Mérida parece otro país. Fresco, montañoso y con muchos universitarios. Nico encontró un camping hippie a dos dólares en las afueras de la ciudad.

camping Mérida
Los campings sobre los techos son más baratos.

 

Quisimos hacer una caminata por la sierra de la culata, pero ahora sí que los días de Nico y mis dólares estaban a punto de desaparecer. Me volví a encontrar con Roger que también estaba con sus últimos dólares y decidimos irnos urgentemente a Colombia a sacar plata. Despedimos a Nico en la terminal que se iba unos días a la playa y después a Caracas a tomar el avión. Prometimos reencontrarnos en México.

Con Roger tuvimos la mala idea de venir a Colombia por Maracaibo para evitar el largo camino por las montañas. La ruta de Maracaibo a la frontera resultó ser muy densa por los controles policiales. Hay alrededor de quince en cien kilómetros.

En la frontera me resultó curioso que mucha gente pasó sin sellar el pasaporte.

Colombia
¿Jura usted solemnemente entrar en forma legal a Colombia?

 

Hemos atravesado todo Venezuela y hemos estado cerca de las fronteras más conflictivas y, a pesar de lo que nos habían anticipado, ningún policía intentó coimearnos.

Ahora vamos en un bus directo a Santa Marta.

El Paují, Puerto Ayacucho y Churuata de Don Ramón, Venezuela

8 de julio

De Presidente Figueiredo fuimos los tres en un bus a Boa Vista y en seguida hacia la frontera, para pasar a Santa Elena de Uairén en Venezuela. Mi idea original era remontar el río amazonas hasta Iquitos, pero Nico me había convencido de ir a Venezuela. Yo le puse la condición de que me acompañe al amazonas venezolano a un lugar muy loco donde yo había estado hacía mucho tiempo.

Cruzando a Venezuela
Cruzando a Venezuela.

De Santa Elena nos fuimos a El Paují.

(A partir de acá, partes de este post también están publicadas en la revista Wipe con algunas fotos más y se puede ver en la página 17 acá )

Nos quedamos en el camping del Paulista. El Paují está entre la Gran Sabana venezolana y la selva amazónica brasileña, muy cerca de la frontera de ambos países; para cualquier lado que miro, veo montañas y mesetas entre valles verdes.El primer día fuimos a Pozo Esmeralda, una cascadita que cae a una olla verde con agua cristalina y fondo de arena, y todo bajo una cúpula de selva. Había un lugar desde donde saltar al agua, y ahí estuvimos un rato, rodeados de color esmeralda.

esmeralda
Una vez más, casi lo perdemos a Nico.

Ese mismo día decidimos que era el momento de hacer el San Pedro que yo venía arrastrando desde Bolivia. El Paulista cuando lo vio lo reconoció en seguida y, después de charlar un rato sobre plantas psicodélicas, me pidió si podía darle un poco para plantar. Le corté la punta y le expliqué cómo hacer para que no se le pudra. Después le enseñé como se prepara el té y se mostró muy agradecido. Me dijo que solo lo conocía de fotos y que ahora iba a ser pionero en plantarlos en el Paují.

San Padro
Té para tres.

Al terminar de hacer el té, ya era de noche y fuimos a la Esmeralda. Estaba muy oscuro, no había luna y se nos ocurrió saltar al pozo apagando las linternas. Es muy loco saltar hacia la nada en la oscuridad total. Cuando apagábamos las luces era todo negro y había que saltar hacía ahí, hacia adelante. Había que hacerlo más o menos rápido para no empezar a dudar dónde es adelante. La caída era un segundo, pero un segundo muy largo y raro. En el aire, no sabía en qué posición estaba ni cuándo iba a recibir el golpe del agua. Es muy estresante para ser solo un segundo. Cuando choqué con el agua vi ojos por todas partes.

Al salir de la selva, nos echamos un rato a mirar la luna, las estrellas, las nubes y los bichitos de luz. No era tan fácil distinguir los bichitos de luz de las estrellas: las estrellas eran las que menos se movían.

Después caminamos por la sabana. Entre las montañas había nubes bajas o neblina y me costó bastante convencer a Roger de que no eran lagos. Me creyó cuando un lago nos tapó.

Después caminamos mucho hasta un río con playa. En fin, la noche fue larga y difícil de contar. Todo el mundo dice que en la zona se ven OVNIs. Nosotros vimos tres, pero de una naturaleza tan diferente entre ellos que decidimos que ninguno era un OVNI.

11 de julio

Fuimos al abismo. Son unos tepuis donde termina la Gran Sabana y Venezuela, y empieza la selva amazónica y Brasil. Al llegar arriba estábamos en el medio de una neblina; pero, cuando se despejó, pudimos ver selva hasta dónde nos daban los ojos.

Seguimos por el borde del tepui hacia el oeste durante un trecho, hasta internarnos en un parche de selva. Ahí encontramos una cueva y entramos. Estaba totalmente llena de murciélagos. Bajamos hasta dónde pudimos, después se necesitaba una cuerda. Los murciélagos nos chocaban por todo el cuerpo.

murcielagos
Supongo que se chocarían entre ellos también.

Al salir de la selva volvimos a caminar por el borde de la meseta durante un buen rato. Íbamos por pastos verdes y cortitos, con el amazonas abajo y hacia la izquierda y con otras mesetas más bajas hacia la derecha.

el-abismo
Hola, Amazonas.

Finalmente llegamos a un bosquecito con buenas vistas y ahí nos relajamos un rato.

abismo
Izquierda: Brasil, derecha: Venezuela; haciendo el control de aduana.

De El Paují nos fuimos a dedo: otra vez a los golpes en un camioncito. En Santa Elena tomamos un bus a San Francisco de Yuruani, que es una comunidad indígena de la etnia Pemón. Al día siguiente nos fuimos a dedo a un salto de agua. Era una linda cascada. Hicimos un arroz con verduras junto al río y nos fuimos a hacer dedo otra vez. Después nos comieron los jejenes y un poco desesperados terminamos en un bus.

salto
Yo molestando a unos pájaros que había atrás de la cascada.

Por la mañana llegamos a Ciudad Bolivar y salimos casi inmediatamente a Puerto Ayacucho. Ahí cambia todo: para empezar, ya no hay buses grandes con aire acondicionado, sino un bus de lata en el que hicimos trece horas de viaje escuchando música caribeña al palo, entre planicies, cerros, selvas y casas de paja. En un momento el bus paró en mitad del camino y unas indias nos ofrecieron algo por la ventanilla. Algunas tenían las piernas pintadas con Puntos rojos.

Acá el precio delcombustible es una cosa rarísima. Un agua mineral de litro y medio cuesta 11 bolívares (un dolar y pico). El bus cargó 181 litros de diesel por 5,71 bólivares (181 litros de combustible por menos de un dólar). El diesel cuesta 200 veces menos que el agua. Raro.

Puerto Ayacucho es una ciudad pequeña, pero es capital del estado de Amazonas. Hay una sola ruta que conecta al estado con el resto del país. Desde Puerto Ayacucho hay que hacer por lo menos 13 horas de bus para llegar a alguna ciudad. Para caracas son tres buses. Y eso es lo más comunicado, porque el resto del estado no tiene caminos: solo ríos y algunas pistas para avionetas.

Acá prácticamente todos son indios o mestizos. Las FARC no están muy lejos y la zona está altamente militarizada. Nos piden los pasaportes cada dos por tres con ametralladora en mano.

A la terminal de Puerto Ayacucho llegamos de noche. El lugar no era mucho más que un techo y unos pocos locales cerrados. Había gente haciendo poca cosa. Supuse que estaban por echarse a dormir por ahí. La única opción para ir al centro de la ciudad parecía ser un taxi destartalado, al que al final subimos.

Le preguntamos al taxista por un hotel barato y nos dejó en el centro, frente a unas puertas de un hotel cerrado. Caminamos por unas calles sucias y oscuras, que no se veían nada amigables.

Yo había estado ahí hacía trece años. Fue en 1999, Hugo Chavez acababa de subir al poder y yo ni sabía quién era. Fue la primera vez que viajé solo y había decidido ir a Venezuela por un mes, no sé muy bien por qué. El viaje había tenido sus cosas buenas, pero la última semana me había sentido medio deprimido. Yo era muy joven y supongo que no estaba acostumbrado a pasar tanto tiempo hablando conmigo mismo. Cuestión que de pronto decidí venirme a este lugar al que no venía nadie, y lo que viví me quedó muy grabado. Por circunstancias un poco casuales, había terminado llegando en camión a una comunidad indígena al final de un camino de tierra. Ahí casi todas las casas eran de paja y algunas mujeres vestían solo con unas hojas de palmera en la cintura. Conocí al chamán de la comunidad y dentro de su choza probé por primera vez el yopo, un rapé alucinógeno de selva.

Ahora estaba ahí, trece años después, caminando por una ciudad que no terminaba de reconocer. Pero de pronto me ubiqué y encontré el camino que nos llevaba al hotel en el que yo había estado. Caminamos los tres por unos callejones oscuros, que no parecían el paraíso turístico. La calle por dónde íbamos terminaba en una prostituta marginal y semidesnuda y se bifurcaba en dos callecitas. Media cuadra antes, pasamos por al lado de unos policías militares que estaban bajo un toldo, armados como para la guerra. Me acerqué a preguntarles por el hotel que yo recordaba. Los militares nos miraban con cara rara y nos dijeron que no conocían el hotel que yo les mencionaba. Tal vez hacía años que no existía. Después le dije a los policías que ya encontraríamos el hotel, pero dijeron que no, que no vayamos por ahí, que el lugar era extremadamente peligroso. Nos alejamos un poco y lo discutimos entre los tres. Nico votó por seguir, Roger por retroceder y yo desempaté a favor de Roger. Eso no le hizo gracia a Nico, cosa que suele ocurrir cuando se vuelve sobre los pasos con mochilas pesadas.

Finalmente terminamos en un hotel barato al fondo de un callejón. Más tarde, nos comimos unas hamburguesas en el único lugar que encontramos abierto a esa hora, que era un puesto callejero a punto de cerrar. El hamburguesero nos dijo que miremos varias veces al entrar a la calle de nuestro hotel. Terminamos la noche tomando unas cervezas en un bar con pool en un segundo piso que se accedía por unas escaleras que parecían de un club abandonado (también era lo único que nos pareció abierto en la ciudad).

13 de julio

En el bus hacia Puerto Ayacucho, un tipo nos había recomendado ir al tobogán de la selva. Y fuimos. Tuvimos que preguntar bastante cómo llegar. Finalmente terminamos en una camioneta que iba hasta una comunidad indígena cerca del tobogán llamada Churuata de Don Ramón. El conductor nos dijo que primero tenía que ir hasta la comunidad a dejar gente, pero que de vuelta nos podía alcanzar al tobogán.

Cuando llegamos a la comunidad, la reconocí. Era en la misma que yo había estado hacía trece años. O al menos eso creí mirando desde la ventanilla de la camioneta; estaba bastante diferente. Yo no recordaba el nombre de la comunidad en la que había estado, pero estaba casi seguro que era el mismo lugar.

El tobogán resultó ser un lugar de turismo local donde la gente se tira por un río que forma justamente un tobogán de piedra y que da a un piletón.

Al día siguiente fuimos directamente a Churuata de Don Ramón. La comunidad se encuentra al final de un camino sin nombre, y después no hay nada, la selva. Casi toda la comunidad está en torno al final de ese camino que termina doblando a 90 grados a la izquierda y se acaba en un arroyo. El arroyo se puede cruzar por unos troncos y después hay algunas casitas más. Eso lo recordaba bien, solo que antes había una sola casa. La choza del chamán estaba cerca de donde el camino doblaba en ángulo recto, pero justo ahí ahora no había nada. Las casas de paja no duran mucho, y la del chamán recuerdo que era absolutamente toda de paja, incluida la puerta.

(Otra versión de los que ocurrió a continuación también se puede leer aquí en la revista Otro Mapa)

Dimos unas vueltas por la comunidad, que no serían más de treinta casas. Casi todos nos miraban con curiosidad, mayormente mujeres de ojos negros y niños semidesnudos. En un momento, preguntamos por el chamán del pueblo y un chico nos llevó hasta una casa. De esa casa salió un hombre que solo vestía pantalones y un colgante al cuello con el diente de un animal. Se presentó como Luís. Le dijimos que queríamos ver al chamán para tomar yopo y nos dijo que él nos iba a llevar. Así caminamos hasta la otra punta de la comunidad hasta una casa circular, con paredes de madera y techo cónico de paja. Golpeamos la puerta y entramos en la oscuridad. Adentro estaba Mario, el chamán y, muy inmersos en unas hamacas, parecía haber dos personas más.

choza-del-chaman
Choza del chamán.

Luis le habló al chamán en un idioma que después supimos que era piaroa. Mario solo hablaba piaroa y Luís nos hacía de traductor. En realidad, a final no entendí si el chamán no hablaba español o simplemente no tenía ganas de hablar español. En el peor de los casos no tenía ganas de hablar con nosotros, pero no creo.

Mario nos invitó a sentarnos sobre unos tronquitos y nos trajo unas cortezas de madera para que mastiquemos.

—Es caapi, para que te agarre fuerte el yopo y dure más.
—Gracias.

Estuvimos un rato charlando mientras el chamán sacaba una piedra marrón que molió con un pequeño yunque de madera en un platito también de madera. Nosotros hablábamos, mirábamos y tragábamos el jugo amarguísimo del caapi.

En las hamacas había una chica y un muchacho. La chica no sé quién era ni la pude ver mucho. Tal vez fuera la mujer del chamán. Del muchacho apenas se veía un pie, que sobresalía de la hamaca con la piel de la planta levantada y reseca.

—Él está aquí hace una semana… se está curando el pié —dijo Luís.

Yo intenté saludarlo, pero apenas podía verlo hundido en la hamaca; mis ojos todavía no se habían acostumbrado a la penumbra de la gran choza.

Finalmente Mario separó el polvo marrón en cinco montoncitos y trajo un dispositivo en forma de “Y” hecho de huesos huecos, atados con hilo y con dos coquitos incrustados en el extremo doble. Mario nos acerco el platito y los huesos. Yo agarré el plato con la mano izquierda y los huesos con la mano derecha, llevándome los coquitos uno a cada agujero de la nariz. Aspiré todo un montoncito de yopo y se lo pasé a Nico. Nico hizo lo mismo y se lo pasó a Roger, mientras yo empezaba a lagrimear. Roger dijo que por ahora no y se lo pasó a Luis. Luis aspiró y se lo pasó a Mario que se jaló su parte y la de Roger. Nico ya estaba lagrimeando también. Finalmente Mario dijo unas palabras en Piaroa, que a mí me parecieron rezos.

—Pregunta Mario que cómo llegaron hasta aquí —tradujo Luis.
—Yo ya conocía la comunidad. Estuve aquí hace trece años, en 1999 y fue la primera vez que tomé yopo —dije yo, secándome las lágrimas.
Luis tradujo, escuchó y volvió a traducir:
—¿Conociste al francés?
—¿El francés de la película? —contesté después de pensar un ratito y escarbando muy hondo en mi memoria dudando de estar confundiendo eso con otra historia.
—Sí, ese.
—No, no lo conocí, pero recuerdo que en aquel entonces me habían hablado de un francés que hizo una película por acá y que había estado hacía muy poco.
—Sí, fue por entonces —dijo Luis antes de traducir—. Pregunta Mario a quién conociste.
—Solo conocí a un joven y a un chamán.
—¿Cómo se llamaban?
—El joven no me acuerdo, al chamán le decían el Caballero.
—Ah… se fue hace unos cuatro años.
—¿A dónde?
—Con los espíritus…
—Me imagino… en aquel momento ya era mayor

Me quedé pensando en Caballero y en su choza que había sido una cúpula de paja. Adentro había cosas de madera como banquitos hechos con medio tronco, iguales al que estaba sentado ahora. También había una prensa de harina de mandioca, que eran unos palos y un tubo de paja. Volví a pensar en el Caballero y sentí que no podía dejar de pensar en él. También sentía presión en los oídos y como una máscara transparente en mi cara. Me levanté del tronquito y me desplomé sobre una silla más cómoda, que estaba muy cerca de mí. Sentí que estaba transpirando muchísimo, como si estuviera corriendo una maratón. Miré hacia donde estaba Nico y vi que me sonreía con los ojos rojos y llorosos. La silla no era suficiente; me levanté como pude y me zambullí en una hamaca. Desde ahí vi a Roger que escribía en un papelito, a Luis que parecía pensativo, a Nico que ahora miraba el techo y al chamán que preparaba más yopo.

Yo me estaba yendo a las nubes. Había probado yopo varias veces, pero nada se había acercado a lo que me estaba subiendo ahora. Me saqué el caapi de la boca y me puse a mirar la estructura de la casa. Había troncos como columnas, uno central y varios a diferentes distancias radiales. El techo era como una tela araña de palos con un fondo de hojas de palmera. De las columnas y travesaños colgaban las hamacas, y diferentes cosas como mochilas de paja tejida o un cilindro para aplastar harina de mandioca, igual que el que había visto en lo de Caballero.

Sentí muchas ganas de hacer pis, pero no estaba seguro de poder levantarme de la hamaca, también sentía mucho mareo y nauseas.

—Tengo que ir al baño —dijo Nico.
—Yo también —dije yo y me levanté pisando inestable.

Salimos los dos por la puerta y me cegó la luz. Caminamos unos metros sin un rumbo claro. En cada paso sentía que me subían bichos por las piernas. Vi que no había un lugar especial para ir y me desabroché el pantalón e hice pis en el pasto. Nico hizo lo mismo, pero cuando yo terminé y volvía para la choza, él encaró hacia la selva.

—Me estoy cagando —escuché.

Entré a la oscuridad y me metí en la hamaca de nuevo. Las nauseas eran cada vez más fuertes. Sé que hablé con Roger, hablé con Luis y con Mario, pero no me acuerdo muy bien de qué. Al rato llegó Nico y se metió en otra hamaca diciendo que lo que hizo después fue tan líquido como lo que hizo primero, pero sonreía y se lo veía feliz. Yo sentía que no paraba de transpirar, me sentía empapado, y a Nico le pasaba lo mismo.

El chamán se dio cuenta que ya no íbamos a querer más yopo y se tomó su parte y la nuestra. Después se levantó, se fue hasta un rincón de la casa, vomitó, se sonó la nariz sacando un buen chorro de líquido marrón y volvió. Esto último me lo contó después Roger, porque yo ya no me daba demasiado cuenta de lo que ocurría a mi alrededor. Cada vez me sumergía más en la hamaca. Sentí que alguien me acercaba una mano, pero no había nadie. Sentí palos apuntando a mi pecho. Vi muchos dibujos y a una mujer. Sentí que me empujaban hacia arriba. Y la mujer era translúcida y flotaba en el aire oscuro. Mis dedos se enredaban en los cordones de la hamaca. Los palos de la casa vibraban.

Me sentía muy cerca del vómito, pero no sabía que tan fácil iba a ser salir de la hamaca.

Después de un buen rato dejé de transpirar y se fueron las nauseas. Estaba volviendo, ya podía empezar a comunicarme otra vez con la gente.

—Pregunta Mario qué viste —dijo Luis.
—Lanzas apuntando a mi pecho y una mujer.

—Pregunta dónde estaba la mujer.
—Flotando en el aire.

—Pregunta si viste una mujer.
—Sí, una mujer… y palos en mi pecho.

—Pregunta dónde estaba la mujer.
—Flotando en el aire.

Mario se me quedó mirando fijamente y ya no habló. No sé si era algo malo lo que vi o simplemente no tenía ganas de responderme.
—Ya no tengo nauseas —le dije a Nico.
—Sí, yo tampoco, pero estuve a punto de vomitar.
—También dejé de transpirar.
—Sí, yo también…fue muy fuerte… fue una locura.

A medida que volvíamos empezamos a charlar más entre todos y a reírnos. Finalmente decidimos irnos y empezamos a levantarnos y a saludar. Yo me sentí en la obligación de preguntar cuánto le debíamos (no parecían tener intenciones de cobrar: la situación era más de haber compartido un café y unas charlas), pero bueno, los chamanes viven de esto, es su trabajo. Al final Mario nos cobró algo insignificante.

Cuando salimos me encontré con el resplandor del día y me di cuenta que todavía estaba un poco volado. El pueblito brillaba y estaba quieto. Caminamos entre las casas. Había de todo tipo: unas pocas de ladrillo, otras de paja y madera, otras de puro paja, unas incomprensibles de techo de chapa y paredes de paja y una que llamaba la atención por encima de todas, era un inmenso cono curvo de paja. No tenía ni techo, ni paredes, ni aristas, era una sola pieza de simetría radial y de unos seis o siete metros de alto. Un cono sigmoideo con la punta de paja de un marrón más oscuro.

Churuata
Choza en Churuata de Don Ramón.

Y seguimos bajando. Nunca había aspirado un yopo tan fuerte, ni por lejos.

Ya habíamos averiguado que en el pueblo de al lado había otro chamán. De hecho hay más de uno en cada comunidad. El chamán que nos dio el yopo potente era de la etnia piaroa y nos dijo que el otro chamán era de la etnia jivi y que entre ellos no se entendían el idioma.

Fuimos caminando al otro pueblo, que se llama La Coromoto. El nuevo chamán era un viejito muy simpático. Hablaba jivi y castellano. Masticamos caapi y tomamos un poquito de yopo de una manera casi simbólica. Tomamos poco y era mucho menos fuerte. Nico le compro todo el kit para el yopo y yo le compré un platito que era lo único que me faltaba. Nos divertimos mucho charlando con el viejito. Le pregunté si tenía la maraca con plumas ceremonial y trajo una fantástica, toda negra con plumas negras de puntas blancas.

chaman
Chamán jivi con su maraca.

Finalmente le compramos un poco de yopo, que nos avisó que no estaba muy fuerte, pero que él lo prefería así.

yopo
Cositas del yopo.

ruta Manaus - Puerto Ayacucho

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El LIBRO

Manaos, Presidente Figueiredo, Brasil

1 de julio

Finalmente llegamos a Manaos. Hace un calor alucinante, de día y de noche. Nos quedamos en el mismo hotel, los chilenos, el belga y yo. Al día siguiente, los chilenos siguieron para Iquitos y con el belga vinimos a Presidente Figueiredo, que es un lugar con una exageración de cascadas entre selva amazónica. Fuimos a algunas (hay 85). Nico resultó ser un desquiciado barrenador de cachoeiras. Y hasta logró que yo también me tire en una. Es rarísima la sensación de caer por una cascada.

yo cayendo por una cascada
Yo cayendo por una cascada.

 

Estamos en un camping durmiendo en nuestras hamacas.

camping
Cómodos.

 

Los ríos son de color té negro, las cascadas también. Hay muchos monos, sobre todo monos tití; pero no se dejan ver fácilmente, solo con un poco de atención.Hay unos rápidos cerca del camping y lo primero que hizo Nico al llegar es tirarse a pelo, es decir, sin bote (solo nos habían contado que se podía hacer, pero no habíamos visto a nadie hacerlo). Vi como el agua se tragaba a Nico entre las rocas y lo escupía más allá, varias veces, durante más o menos unos cien metros. Yo instintivamente decidí no imitarlo.

rafting sin bote
Nico calculando responsablemente la peligrosidad de los rápidos.

 

rapidos
La cabeza de Nico antes de desaparecer entre las rocas y el agua.

 

La primera cascada que fuimos se llamaba cachoeira da Onça, fuimos por un camino alternativo que nos mostraron en el camping, subiendo el río, todo por la selva.

Cachoeira da Onça
¿Esa cara será la onça?

 

Después seguimos un rato río arriba y pasamos por unas cuevas con murciélagos. Caminamos un poco más y volvimos.

murcielago
Hola.

 

5 de julio

Fuimos a una gruta cerca del pueblo, no era nada profunda pero estaba muy buena. Desde adentro parece un cine muy ancho con una pantalla enorme que muestra la selva. Cuando llegamos, se puso a llover como para que sintiéramos bien los beneficios de una cueva. El suelo es de arena, la selva parece plantada por un jardinero gigante y exagerado. Hay de todo: árboles, plantas de hojas grandes, palmeras, lianas, piedras, arroyito y cascadita. Por la pantalla chorreaba agua.

cueva presidente figuereido
Yo intentando ver los pixels de la pantalla.

 

Después fuimos a cachoeira das orquídeas y Nico volvió a hacer de las suyas, se tiró en mitad de la cascada. Así no más: cascada de cinco metros que va cayendo entre las rocas y el belga va y se tira en el medio. Después de hacerlo dos veces y salir ileso yo también me animé. Fueron dos segundos que pasé entre las piedras, hasta que caí en un pozo profundo y torrentoso, lleno de burbujas. Y después a nadar en el té frío.

hombre cayendo por una cascada
Nico probando si la cascada era segura.

 

Anteayer llegó un argentino al camping y se nos unió al viaje. Se llama Roger, es ingeniero en telecomunicaciones y viene viajando hace nueve meses por Brasil. Íbamos a seguir camino hacia el norte ese mismo día, pero al final nos quedamos uno más, y así de paso lo acompañamos a Roger a conocer algo de Presidente Figueiredo. Al día siguiente, no sé con qué excusa, compramos una cachaça y fuimos a Cachoeira das Orquídeas y a la gruta.

Al ir por segunda vez a esos lugares descubrimos más cosas. En la cachoeira me pareció ver que había unos veinte o treinta centímetros entre la roca y el nivel del agua justo al costado del chorro de la cascada. Fuimos nadando por la lagunita y nos metimos. Entramos a una pequeña gruta con el agua hasta el cuello. A penas arriba de la cabeza estaba el techo, que eran las piedras que hacían de piso de la cascada. Apenas había lugar para respirar. Me sentía un poco niño. Después salimos metiéndonos en la pared de agua y nos arrastró el torbellino de burbujas.

cascada de las orquideas 2
Abajo y a la derecha de la cascada se ve la entradita a la cueva.

 

A la tarde fuimos a la gruta y otra vez volvió a llover cuando llegamos, y acá viene una parte un poco loca:

Después de estar disfrutando un rato del lugar y mirando pasar los murciélagos, de pronto vi que uno salía a toda velocidad de un hueco en el fondo de una mini cuevita. Esa cueva y ese hueco ya los había visto el día anterior, pero no los había observado demasiado. Cuando vi al murciélago salir a gran velocidad, se me ocurrió que eso debía ser profundo. Me dio curiosidad y me acerqué. Metí el brazo izquierdo y la cabeza, pero enseguida se ponía oscuro y fui hasta donde estaba mi mochila a buscar una linternita. Volví a meter la cabeza y el brazo izquierdo que ahora sostenía la linterna. Como no llegaba a ver al fondo empecé a meterme. La cosa estaba un poco barrosa, pero no me importaba porque yo estaba casi desnudo, me había estado bañando en la cascada de la gruta y solo tenía puesto una pequeña malla. El hueco era bien estrecho y tenía que ir reptando como un gusano: un brazo hacia adelante con la linterna y el otro hacia atrás. La cueva iba girando hacia la derecha y tuve que ir rotando un poco el cuerpo para seguir. Cuando ya estaba todo dentro de la roca escuché las voces de Nico y de Roger que me decían que estaba loco. A mí me daba una sensación muy extraña, pero no era la primera vez que entraba así en una cueva y sabía que no había ningún peligro. Si puedo entrar reptando, puedo salir reptando. Aunque no deja de ser una sensación muy extraña y estresante. De todos modos, a medida que me iba metiendo, se me iba yendo esa sensación claustrofóbica. Finalmente llegué a una pequeña cueva donde cabía agachado. Era, más o menos, metro y medio de alto por uno de ancho y dos de largo, con cúpulas y paredes columnares. Había unos bichos con unas pinzas muy grandes. Vivían ahí en la oscuridad con los murciélagos. Más adelante, el hueco seguía, pero no debía tener más de veinte centímetros de diámetro.

Nico y Roger, que para ese entonces ya ni verían la luz de la linterna, me gritaban preguntándome si estaba vivo. Yo no respondía. Solo por hacerlos flashar. Me moría de risa en silencio. Cuando regresé y me vieron salir de cabeza, ellos también se mataban de la risa. Supongo que no entendían dónde había pegado la vuelta.

espeleologia amateur
Saliendo dificultosamente de la cueva.

 

Después intenté convencerlos de que entraran ellos también. Nico dijo muchas veces que ni loco pero al final se animó. Lo convencí diciéndole que lo acompañaba. Él iba primero y yo detrás. En mitad del camino se puso a gritar.

—¡Aaahh!
—¿Qué pasa? —le grité.
—¡No puedo!
—Sí que podés.
—¡Nooo, no puedo!
—¿Por qué no podés?
—Porque tengo miedo.
—Entonces podés.
—…
—…
—Es verdad, puedo —dijo y siguió.

Cuando ya estábamos adentro, Nico se reía de los bichos y supongo que de la locura del lugar. Después decidimos ir a buscar a Roger.

—¿Ahora cómo volvemos con una sola linterna? —se inquietó Nico.
—Andá vos primero con la luz.
—¿Te vas a quedar aquí adentro a oscuras?
— No te preocupes, ya me conozco el camino —le dije y se volvió a reír como niño.

Sí que estábamos como niños ese día. Y sí que era raro quedarse a oscuras dentro de la roca. No importaba abrir o cerrar los ojos. Tenía que salir imaginando la forma de las piedras. Después, con bastante insistencia, logramos convencer a Roger.

Nos metimos los tres. Cabíamos cómodos, pero no había mucho más espacio. No sé por qué no nos sacamos fotos adentro. Si vuelvo a pasar por ahí sacaré algunas.

Después fuimos a la cascada del río del camping. Fuimos con cámaras de ruedas de camión enfundadas en tela a modo de gomones individuales. Las llevamos para bajar el río flotando. Nos las había prestado el australiano. Caminamos un buen rato por la selva. Yo un poco a los tumbos porque ya nos habíamos terminado toda la cachaça. Cuando llegamos a la base de la cascada, ya estaba anocheciendo. Nos subimos a los gomones y nos dejamos llevar lentamente sobre el arroyito oscuro y por debajo de muchos árboles y lianas.

En un momento, del arroyito desembocamos en el río que nos llevaba hasta cerca del camping. Fuimos flotando lentamente, boca arriba, mirando las copas de los árboles, diciendo pavadas y escuchando la selva que se iba silenciando mientras anochecía. Íbamos con suavidad acompañando las curvas del río y para cuando nos acercamos a la zona del camping ya era de noche.

Y llegamos a los rápidos.

Cada uno de nosotros fue siguiendo su propio camino de correntadas espumosas. Yo sentí al gomón chocar y resbalar sobre las rocas y, en una caída abrupta, se me dio vuelta. Toda la noche oscura pasó a ser mucho más oscura bajo el agua. Me arrastró la corriente, pasé chocando entre las rocas, salí a respirar y me siguió arrastrando. Por momentos logré hacer pié y por momentos la corriente me volvía a hacer pasar entre las piedras. Cuando pasaron los rápidos, nadé hasta el gomón y lo arrastré dificultosamente hasta la orilla. Caminé por el pasto derrotado y lleno de raspones. Había recuperado el gomón pero había perdido una zapatilla.

Rafting en Presidente Figueiredo
Con la rueda fue mucho menos doloroso que sin la rueda.

 

Ahora me quedaron un par de marcas en la espalda, como dos alitas.

 

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El LIBRO

 

Río Madeira, Brasil

27 de junio

En Rio Branco me rayé un poco. Es la capital de Acre, la zona tiene que estar muy buena, pero el precio de las cosas y la soledad del camino hicieron que pise el acelerador y que me suba a un bus hacia Porto Velho. Llegué a las cinco de la mañana y me fui directo hasta el puerto. Era como Gonzales Catán pero con pescaderías. En seguida saqué un pasaje de barco a Manaos durmiendo en hamaca. Salía al día siguiente a las seisde la tarde, pero me dijeron que podía alojarme ahí hasta la partida.

 

Brasil - barco del Amazonas
Típico: delfines rosa y bicicleta de marinero rosa.

 

Yo era el tercer pasajero. Esa noche ya habían dormido a bordo una chica y un viejito. Me fui a comprar una hamaca y cuando la estaba colgando apareció la pareja de chilenos que conocí en Rurrenabaque. Después llegaron un par más de brasileños y un belga. Estuvieron bien esos dos días que pasamos entre el barco y la ciudad, echados en las hamacas y charlando. El barco tenía terraza con barcito. El paisaje era lumpen, pero yo lo compensaba pescando bagres entre delfines rosados. Algunos sí que son bastante rosa. Esta vez los vi bien, había muchos dando vueltas alrededor del barco.

Mientras tanto, iban llenando la bodega de soja, papas, tomates y sandías.

 

sandías-en-el-Amazonas
¿De a dos sandías? ¿me estás cargando?

 

Pensé que íbamos a ser pocos pasajeros, pero sobre el final se llenó. Llegó a haber 41 hamacas en un escaso espacio de 13 metros por 7. Yo colgué la mía bien alta para aislarme un poco. Abajo a la derecha tenía al chileno y a la izquierda a una viejita.

 

muchas hamacas
El lugar estaba muy «piola».

 

En un momento sentí que se estaba haciendo un poco largo el viaje y de pronto el barco zarpó. De ahí en más el tiempo pasó rápido entre comidas, cervezas en la terraza, lluvias, charlas y mirar largamente la selva como si fuéramos viejitos en una silla.
selva amazónica
La selva.

 

Me sorprendió la manera que tenían de subir y bajar gente en los mini puertos que hubo en el camino. La técnica era la siguiente: Llevábamos una lancha colgada al costado del barco. Bastante antes de llegar a la zona del puerto, la bajaban los veinte centímetros que la separaban del agua, y dos tipos con alma de equilibristas saltaban a ese mini taxi acuático. Uno encendía el motor y aceleraba hasta que la lancha, por si sola, alcanzaba la velocidad del barco. En ese momento, el otro la desataba y salían a los pedos hacia el puerto. El barco no bajaba la velocidad en toda la maniobra; en el viaje solo aminoraba cuando había troncos (para esquivarlos o chocarlos despacio). Desde el barco, y mirando hacia la selva, parecía que íbamos lento, pero mirando a la altura de la lacha parecía una locura. Iríamos a unos 40 o 50 Km/h. La lancha iba y volvía llevando algún pasajero. Al volver, se emparejaba con el barco y el proceso parecía más complicado. Llegué a ver un pasajero con un brazo aferrado a uno de los equilibristas y el otro brazo temblando de miedo mientras saltaba a cubierta. El enorme barco solo aminoró la velocidad en un momento que bajó una ancianita (tal vez había algún tronco).

 

abordaje-a-velocidad
Dos equilibristas y tres pescados.

 

Tanto los chilenos como yo hicimos rápidamente amistad con el belga, que al fin y al cabo los cuatro éramos los únicos turistas del barco. El belga se llama Nico y para él no todo el viaje estuvo bueno. En algún momento, tal vez en alguna lluvia, se le rompió la cámara de fotos. Por suerte y por esas raras casualidades que suelen ocurrir, el que dormía en la hamaca de al lado del belga era arreglador de cámaras de fotos. Tenía un mini destornillador y pidió un perfume y un cepillo de dientes. Fue fácil conseguirlos. El perfume era por el alcohol, para usarlo para limpiar los contactos. La desarmó, la cepilló con perfume por todos lados y le costó mucho volver a armarla. La cámara nunca volvió a funcionar, pero olía muy bien.

 

fotos perfumadas
Nico, el perfumador y un curioso. Gestos muy explicativos de la situación.

 

Así pasamos los tres días rumbo a Manaos, en el barco de madera, llevando frutas y verduras y algunas arañas y hormigas.

 

río Madeira
Y mucho mirar nubes.

 

Rio Branco - Manus

 

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